Febrero es quizás el mes más hermoso de nuestro país. El más corto del año, ya que según la historia Julio César exigió hubiese un mes a su memoria y que fuese más largo que otros, e igualmente lo exigió Augusto, y al calendario de diez meses se le agregaron Julio y Agosto, mientras que febrero, dedicado a Apolo (cariñosamente Febo), le quitaron dos días.
Para los dominicanos es un mes extraordinario: es el mes de la Patria. Y es, en efecto, más no en el almanaque, el comienzo de la primavera. Con las temperaturas más bajas y agradables, en muchas regiones se empiezan a llenar de flores los bejucales y las alambradas de los caminos.
Es el mes de las amapolas. Aquel merengue decía “Me llevo a Juana o me llevo a Lola, cuando florezcan las amapolas”; por lo del medio ambiente florecido y fresco. Ha sido declarado mes del Amor y la Amistad; acaso por coincidencia, San Valentín, un servidor de Dios que aconsejaba las parejas, nació en este mes.
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Las precordilleras boscosas y zonas donde se cultiva el cacao, deslumbran con su espectáculo de enormes árboles completamente desnudos de sus hojas, solo cubiertos con sus flores, de ese increíble color y la belleza deslumbrante que tienen las amapolas, solo comparables a con los espectáculos otoñales de Nueva Inglaterra.
También el piñón, que bordea caminos y carreteras rurales en zonas ganaderas, que similarmente se despoja de sus hojas y se convierte en un solo ramillete rosado, tan hermosamente como los famosos cerezos de Washington y Madrid.
Mayor aún es el hecho de que febrero es el Mes de la Identidad Nacional. Aunque cada año tenernos que enfrentarnos a la ambivalencia de ser una cosa o la otra: Si una nación patriótica, con sentido de los verdaderos valores nacionales, o una nación de facinerosos, jugando al nada inocente juego del carnaval. Porque de eso se trata, de seres humanos escapando de una identidad que no les satisface, no muy diferente en ciertos aspectos a la que se juega en procura de símbolos de status y muestra de la dificultad de encontrar nuestra verdadera identidad, individual y nacional.
El carnaval, estandarte de folkloristas; sobre todo gran negocio de bebidas y estupefacientes; exagerado y llevado a que grandes segmentos de la población lo detesten abiertamente. Ejemplarmente en La Vega.
Muchas personas que no han llegado a descubrir el incomparable tesoro de su yo propio, único y maravilloso; queriendo disfrazarse de otro, escapar hacia la otredad, por unos minutos. Perdiendo el camino de la autenticidad, la auto liberación y auto realización espiritual.
No es infrecuente ver a un rico disfrazado para pasar inadvertido; a un famoso queriendo vivir como persona común, sin que nadie lo acose o interfiera su privacidad.
Ricos y pobres a menudo desean ser otros, especialmente cuando no conocen al Dios de toda riqueza y poder.
Es buen momento para examinar el “mix” de relajo, bachateo y folklore adulterado, con lo mejor de nuestra identidad: Los valores febreristas: Dios, Patria y Libertad.