Ha vuelto a comprobarse que las órdenes de alejamiento son un simple pedazo de papel que no sirve para nada salvo para exacerbar las intenciones homicidas del agresor que ya decidió asesinar a su expareja, como acaba de ocurrir con la comunicadora y youtuber Chantal Jiménez, cuya muerte estuvo precedida de inequívocas señales que indicaban claramente cuáles eran sus intenciones.
Por eso puede decirse que también a ella le falló el sistema, como a otra tantas mujeres, cuando trató inútilmente que la protegiera de su verdugo, a quien nunca debió permitírsele, luego de perpetrar días antes una agresión a tiros que califica como intento de homicidio, que saliera en libertad, y mucho menos que conservara el arma de fuego con la que la asesinó y luego se quitó la vida.
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Pero igualmente la falló su padre y los patrones socioculturales que lo llevaron a convencer a su hija de que retirara la denuncia ya que su agresor se había comprometido a no volver a molestarla, lo que ha condenado a ese señor, que pensó más como hombre que como papá, al calvario de tener que cargar con ese remordimiento por el resto de sus días. Detalles mas detalles menos, nada que no haya ocurrido antes con otras mujeres cuyas muertes fueron menos mediáticas pero igualmente dolorosas porque pudieron evitarse, sin que aparezcan señales que indiquen que se está trabajando para cambiar esa realidad.
Por eso tienen tan poco sentido las opiniones y recomendaciones de tantos “expertos” sobre qué debió hacerse en ese caso, incluidas las de políticos de los que se ignoraba su experticia en la materia, ni ha resuelto nada recordar que los feminicidios son un fenómeno sociocultural complejo en el que el machismo que nos inoculan a niños y niñas desde que nacemos juega un papel determinante. Pero de nada sirven esas explicaciones y diagnósticos mientras el sistema siga mostrándose incapaz, por acción u omisión, de ofrecerle adecuada protección a mujeres cuyo asesinato ya lo habían anunciado sus verdugos.