En su libro “Amor, poesía, sabiduría” (1997), el filósofo, sociólogo y antropólogo francés Edgar Morin (1921) nos enseña a reconocer que en toda cultura coexisten dos lenguajes: el racional, empírico y técnico y el lenguaje imaginativo, mítico y mágico. El lenguaje racional define y objetiva. El lenguaje simbólico cifra lo real y descifra la verdad de la subjetividad a través del signo, la alegoría y la metáfora.
Ambos corresponden a estados distintos de la conciencia. El lenguaje racional, comprende y traspasa el estado material, pragmático y/o experimental de la cotidianidad. El lenguaje simbólico concibe, provoca y representa el estado poético del sujeto y la colectividad. Desde los tiempos más remotos de la humanidad, el estado poético prospera desde la visión, la ficción, el mito, lo fantasmático, la ritualidad, el signo, el gesto, la danza, el canto y el poema.
El poema estalla y se nutre desde el amor, el deseo, la imaginación, el sueño y la utopía. “El amor hace parte de la poesía. La poesía hace parte del amor de la vida. Amor y poesía se engendran el uno al otro y pueden identificarse recíprocamente” (EM). De ahí que, en la misma realidad mixtificada de la vida cotidiana, el sujeto y la colectividad, podrían reconocerse plenamente en ese trance grave e inevitable del naufragio social y el vuelo libertario que inspira y precisa el estado poético.
El estado poético se rebela desde el azar y la puntualidad. Se manifiesta como estado inefable de gracia, excelencia y libertad; como milagro excitante, réplica, celebración, misión, apuesta y desquite. Puede ser ofrendado en la íntima fraternidad, en un evento artístico o una jornada cultural como chispa y prueba esplendorosas de vitalidad y democratización del arte y la cultura de un país, un pueblo y una comunidad.
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Así confrontamos y disfrutamos el Festival del Libro y la Cultura-Puerto Plata 2022, organizado por el Ministerio de Cultura entre el jueves 10 y el domingo 13 de noviembre en diversos espacios cívicos y culturales de la Novia del Atlántico. Y es que un verdadero estado poético fue lo que vivieron los puertoplateños y visitantes en la jornada de exposiciones, conciertos, recitales y talleres del Parque Central, la Casa de la Cultura, la Sociedad Cultural Renovación, el Teatro-Escuela Iván García, el restaurante Bergantín, el Bar 1920, la Sala de Regidores del Ayuntamiento y el Museo de la Fortaleza San Felipe.
El evento fue dedicado al historiador, artista visual y poeta Danilo de los Santos (1943-2018) y tuvo como invitado especial al laureado poeta mejicano Mario Bojórquez (1968). La poesía y los poetas dominicanos contemporáneos ocuparon el lugar supremo, resultando el festival una auténtica jornada de poetización de la cultura.
Entre los principales poetas, artistas visuales y gestores culturales responsables del éxito de esta jornada memorable, brillaron especialmente Pastor de Moya, viceministro de Identidad Cultural y Ciudadanía; Ángela Hernández, directora del Libro y la Lectura; Joan Ferrer, director de la Feria del Libro; Glaem-Pipen-Parls, Fernando Cabrera, Rey Andújar, Mateo Morrison, Arsenio Díaz, Carmen Imbert Brugal, Joanna Goedes, Rafael Peralta Romero, Andrés Ulloa, Juan Ventura, Guillermo Liriano Bass, Emilio R. Chevalier, Jorge Torres, Sole Fermín, Albania Chaljub, Orlando Menicucci, Taina Almodóvar Gil, Lisa González y Alejandra Brito.
Motivados por la entrega apasionada de Milagros Germán, ministra de Cultura, los accionistas del Festival del Libro y la Cultura-Puerto Plata 2022 apostaron sensibles, competentes y lúcidos, entre el maquinal y calamitoso redoble de la cotidianidad y la visionaria apertura de las “puertas de la percepción” (W. Blake) que no es más que el camino arduo y fascinante de quienes se arriesgan a pensar y apostar resueltamente por la chispa de consciencia espiritual de la condición humana.
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Y es que el estado poético es el estado vivo y puro del Ser. El estado último de la creación simbólica. Las dimensiones estética, lúdica y poética de la experiencia cotidiana ponen definitivamente en abismo la noción sectaria y retrógrada de “conocimiento=arazón”, auspiciando la opción de estimar las manifestaciones y prácticas artísticas como materias humanísticas esenciales para el desarrollo integral de los sujetos y la colectividad en contextos sociales, políticos, culturales y educativos.