Aunque decía el filósofo alemán Friederich Nietzsche, que “la falta de sentido histórico es el pecado original de todos los filósofos”, no todos los que filosofamos, o pensamos, somos iguales.
Y, aunque otro filósofo alemán: Martin Heidegger, (citado por su discípula la gran filósofa judía Hannah Arendt, en su libro “Pensamiento, Voluntad y Juicio”), decía que “Sócrates, es el pensador más puro de Occidente, y por eso no escribió nada”, no todos los que pensamos podemos prescindir de la escritura, porque, de otro modo, ¿Cómo nos comunicamos?
Heidegger era enfático cuando afirmaba que “el pensar no conduce a un saber, como las ciencias; no descifra enigmas del mundo; no infunde inmediatamente fuerzas para la acción”, y si fuera una empresa cognitiva, afirmaba, debería seguir un movimiento rectilíneo, que parta de la búsqueda de su objeto y concluya en la cognición del mismo. El verdadero proceso del pensamiento se mueve en círculos y puede resumirse en la siguiente lógica: orden-propuesta-objeción-respuesta. Por eso, concluye: “La verdad compele, no coacciona”.
Según la tradición hebrea la metáfora directriz del pensamiento es el oído. El Dios hebreo puede ser oído, pero no visto, por eso la verdad deviene invisible y solo alcanzable por la meditación. Henri Bergson, filósofo francés, afirma que nada expresado con palabras podrá alcanzar jamás la invisibilidad de un objeto de contemplación. Su significado, lo que puede decirse y describirse es resbaladizo si se compara con un objeto contemplativo.
De ahí que la razón universal, según Santo Tomás de Aquino en su “Summa Teológica” es contemplativa por naturaleza y la razón particular está dirigida por la razón universal donde existe una primacía del intelecto sobre la voluntad.
¿Cuál es la mejor edad para la contemplación? La vejez, afirma Heidegger (entendiendola como “juventud acumulada”), porque “es el tiempo de la meditación, de paz y libertad de la servidumbre de las pasiones del cuerpo, “así como de la pasión devoradora que el espíritu inflige al alma, la pasión de la voluntad llamada “ambición”.
Tiempo, la vejez, donde domina el sentido común, que según Hannah: “Entre las peculiaridades más destacadas de nuestros sentidos figura el hecho de que no pueden traducirse entre ellos. Un sonido no puede verse, una imagen no puede oirse, si bien las une el sentido común, que por ello es el más importante de todos”. Sexto sentido que acomoda nuestros cinco sentidos en un mundo común, facultad del pensamiento y necesidad de la razón que nos empuja a retirarnos durante largos períodos, para, como cantaba el poeta romántico inglés William Blake: “sostener la infinitud en la palma de la mano y la eternidad en una hora”.
¿Qué puede dar sentido a nuestras vidas en estos tiempos de COVID?
El amor a Dios, dice San Agustín, en su libro “La Ciudad de Dios”, algo que refuta Santo Tomás de Aquino: “Aunque algunos insisten en que la felicidad del hombre consiste no en conocer a Dios, sino en amarlo, o en algún acto de voluntad hacia EL, el amor es imperfecto, porque implica un desear amar. Lo fundamental es, insiste, esencialmente conocer a Dios a través del intelecto”.
Y el lenguaje, que “al corresponderse con, o derivar del sentido común, da a un objeto su nombre familiar; tal familiaridad no solo es el factor decisivo para la comunicación inter-subjetiva: el mismo objeto lo perciben distintas personas y es familiar a todas ellas. Nuestros sentidos cognitivos: la vista, el oído, guardan más afinidad con las palabras que los sentidos inferiores (olfato, gusto y tacto)”.
Buscando a Dios con el intelecto, no hay un lugar más ideal para encontrarlo que en la poesía, y en los poemas rescatados de la cosmovisión indígena por un sacerdote, el nicaragüense Ernesto Cardenal, en su poemario Los Ovnis de Oro:
ORIGENES
“Primero estaba el mar. Todo estaba oscuro.
No había sol ni luna ni gente ni animales ni plantas.
Solo el mar estaba en todas partes.
La mar era la madre.
Ella era agua y agua por todas partes.
Y ella era río, laguna, quebrada y mar
Y así ella estaba en todas partes.
La madre no era gente, ni nada
Ni cosa alguna
Ella era Aluna
El espíritu de lo que iba a venir
Era pensamiento y memoria.
Así la madre existía solo en Aluna
En el mundo más bajo
En la profundidad
Sola.
Donde la vida es gestación
La muerte nacimiento un útero.
“El que no piensa las cosas no vive”
“Es como una persona muerta”
Como un pájaro sin el don
De la visión de la tierra”.
Retorno a Hannah Arend y su libro “Pensamiento, Voluntad y Juicio”:
“Si el sentido común junto con la opinión general sostienen que la muerte es el mayor de los males, la muerte es una divinidad bienhechora del filósofo porque consigue disolver la unión del cuerpo con el alma”. “Liberar el espíritu de la pena y el placer corporal”.
Llevar, dice Hannah, “al lenguaje la palabra inexpresada del ser. Única labor auténtica del hombre, porque el lenguaje es la Casa del ser”.
Labor auténtica de poetas auténticos como el portugués José Saramago, quien parafrasea a Antonio Machado, y su poema Campos de Castilla, con estos versos:
“Demos tiempo al tiempo
Para que el vaso rebose
Hay que llenarlo primero”.
Y nos dice:
“La vida, incluso la más prolongada, siempre dejará tras de sí sombras calladas, restos incombustibles, islas desconocidas.
Ni sesenta años más, ni unos impensables seiscientos, serán bastantes para desbravar las islas, quemar los restos y obligar a hablar a las sombras.
Los versos son un cuerpo literario en tránsito. Toda creación literaria, cultural, ha de contener una fecha irrenunciable, la que le viene impuesta por el tiempo que la ha producido.
O esas impalpables fechas aún por llegar, ese sentir, ese ver, ese experimentar que es aun solo futuro.
Donde el sol no falta
Al encuentro fijado en el silencio
De la noche que se aparta.
Poetas auténticos, donde predomina la videncia, porque saben escuchar el susurro de la Casa del Ser y augurar el porvenir, como en este poema, escrito en 1993, que José Saramago tituló:
EL AÑO DEL 2020:
“Los habitantes de la ciudad
Enferma de peste (COVID)
Están reunidos en la plaza mayor
Que así fue conocido
Porque todas las demás
Se transformaron en ruinas.
Fueron sacados de sus casas
Por una orden que nadie oyó.
Sin embargo según estaba escrito
En leyendas antiguas
Había voces llegadas del cielo
O trompetas o luces extraordinarias
Y todos quisieron estar presentes.
Tal vez algo podría suceder
En el mundo antes del triunfo final
De la peste
Aunque fuese una peste mayor.
Allí están grises en la plaza Angustiados
Y en silencio esperando.
Y luego no se oye otra cosa
Que una aérea y delicada
Música de clave.
Una fuga compuesta
Hace 250 años
Por Juan Sebastián Bach en Leipzig.
Es entonces cuando los hombres
Y las mujeres sin esperanza
Se dejan caer en el pavimento rizado
De la plaza
Mientras la música se aleja
Y vuela sobre los campos devastados”.
¿Qué nos deparará el 2021?
Es tiempo de retirarnos hacia la luz y escuchar los dictados de la “Casa del Ser”, y su lenguaje.
—
Chiqui Vicioso