De reinado extenso y curul efímera, el narco diputado Miguel Gutiérrez Díaz declaró “deliberadamente y a sabiendas”, como funcionaba su negocio. Confesó, después del intento de argüir perturbación mental para eludir el proceso penal en EUA. El candidato más votado en Santiago, representante del partido en el poder, protagonizó una campaña electoral espléndida. Con merengue típico, consignas insípidas, repetía que el triunfo en la circunscripción uno pertenecía al candidato a la presidencia y a él. “No vendas tu voto, no seas crazy” propalaba el próspero gurabero que envió toneladas de cocaína a EUA desde el 2014 hasta el 2020.
Los rumores que involucraban con el narco a Gutiérrez y a otros, todavía beneficiarios de la presunción de inocencia, fueron atribuidos a la maldad del grupo que estuvo en el poder. Desde las atalayas auto proclamadas inmaculadas, exculparon el uso de helicópteros por los candidatos, las imágenes con maletín en mano, las visitas a las mansiones provincianas. Atribuían el chisme a la envidia que despiertan los emprendedores alejados de la corrupción del pasado.
Los hechos demuestran que cada partido tiene su narco y cada narco un gobierno. Y ahora existe una modalidad destacable: el tránsito del patrocinio al mando, como ha ocurrido con las élites en esta patria nueva. La financiación de los políticos tras bastidores terminó. Los dueños de las fortunas criollas decidieron usar su patrimonio para buscar y ejercer el mando que delegaban en otros. Hacen lo mismo las personas dedicadas al tráfico de estupefacientes, quieren sentarse al lado de sus favorecidos.
Quirino fue un discreto repartidor de bienes. Su dinero servía para ayudar a los habitantes de su depauperada región y para solventar políticos. Cuando fue evidente el origen de su patrimonio lo negaron como Pedro a Jesús. Ni él ni los que patrocinaron candidatos, antes ni después, quisieron estar en una boleta electoral.
El escenario cambió y el desparpajo tiene aval partidista sin consecuencias, el silencio de los apóstoles de la ética ayuda. La narco – política es una realidad acallada. Por eso no espanta el affaire del párroco de Gurabo y la carta al juez Roy K Altman. A petición de una atribulada madre, el sacerdote a cargo de la Parroquia San Bartolomé accedió a la súplica y se sumó a la solicitud de clemencia para el condenado Gutiérrez Díaz.
A la usanza del momento, el texto refiere “errores” cometidos por el bienhechor y pide ponderación de sus virtudes. El secreto acompañó la diligencia hasta que la carta trascendió y la responsabilidad del sacerdote quedó expuesta. Confundió agradecimiento con complicidad. La arquidiócesis reaccionó pretende la absolución. Dice el arzobispo que el párroco firmó, pero no usó el sello de la parroquia. La excusa semeja la boutade de Osvaldo Bazil con aquello de “escribí prólogo mas no leí libro”. Seguirán sonando las campanas y la feligresía lamentará el encierro del dadivoso munícipe. El sainete ratifica la indiferencia colectiva y la deplorable complicidad del liderazgo religioso y comunitario con el crimen. El púlpito no está ajeno al derrumbe, episodios sucesivos confirman la percepción.