¿Fracasaron las economías humanas?

¿Fracasaron las economías humanas?

POR DOMINGO ABREU COLLADO
Las economías primitivas de América y el Caribe, conocidas apenas por los relatos hechos por los cronistas de indias, y luego un poco más por el resultado de los trabajos arqueológicos realizados, tuvieron como base única los recursos naturales no procesados, sino utilizados directamente, con apenas algún cambio en su estructura elemental, como el cambio que experimenta el tronco de un árbol al convertirse en canoa o cayuco.

Esas economías tuvieron entre sus fundamentos el respeto a cada uno de los recursos vivos utilizados, teniendo como obligación previa la obtención del permiso del ser vivo a utilizar y/o de la deidad protectora de éste, una estrategia de conservación que evidentemente funcionó –por lo menos en el Caribe– durante los casi ocho mil años de presencia aborigen en las islas antes de la llegada de los conquistadores. Y no hay porqué dudar que esta estrategia de conservación funcionara también en la zona continental americana.

Los conceptos económicos traídos por los conquistadores tuvieron otros fundamentos, entre ellos, la utilización de los recursos de forma masiva y sin el consentimiento no solamente de los recursos en sí, como seres vivos, ni de sus deidades, sino que tampoco lo tuvieron de buena gana de parte de sus propietarios originales, es decir, de las culturas que habitaban las tierras descubiertas. Todo se tomó a sangre y fuego. Fue todo este proceso de usurpación una parte del gran proceso de acumulación originaria capitalista iniciado en Europa y del cual España –todavía en el feudalismo– era la última en incorporarse.

Algunos historiadores pudieran negar que hubiera en nuestras islas una economía organizada, sujeta a su definición actual: «Se llama sistema económico a la forma en la que se organiza la actividad económica de una sociedad, la producción de bienes y servicios y su distribución entre sus miembros». Pero incluso esta definición se ajustaría perfectamente, por ejemplo, al sistema de producción de yuca desarrollado por los Taínos, escogiendo determinados terrenos para un número lógico de montones que suministrara el producto suficiente para el abastecimiento de todos sus miembros.

Una definición un tanto más avanzada de economía es la planteada por Federico Engels: «La economía política es la ciencia que estudia las leyes que rigen la producción, la distribución, la circulación y el consumo de los bienes materiales que satisfacen necesidades humanas»; o la de Carlos Marx: «la ciencia que estudia las relaciones sociales de producción».

Considerada como subjetivista está la definición de Lionel Robbins: «es la ciencia que se encarga del estudio de la satisfacción de las necesidades humanas mediante bienes que, siendo escasos, tienen usos alternativos entre los cuales hay que optar». Pero un tanto más ajustada a la verdad filosófica actual está la de Michael Parkin: «es el estudio de como la gente utiliza sus recursos limitados para tratar de satisfacer sus deseos ilimitados».

Pero el problema no es en sí la definición adoptada, si no sus resultados, que no parecen haber satisfecho ni a sus diseños, ni a sus promesas, ni a las sociedades para las que fueron concebidas.

Los mismos recursos: todos limitados

Las diferentes economías manejadas por las sociedades humanas de todos los tiempos tuvieron todas como punto de partida la existencia de recursos que se creían inagotables. Las diferentes concepciones religiosas y filosóficas precapitalistas tenían la certeza que lo «creado», definitivamente infinito, tenía el propósito de ser sometido y administrado por el hombre. Y éste, en la cima de su egocentrismo y de la pirámide trófica, se lo creyó totalmente.

Al cabo de un tiempo cuyo cortísimo lapso aún no somos capaces de concebir en relación con la edad del planeta y con lo que le falta por existir, la verdad de la existencia de los recursos se muestra en una realidad tan cruda como la más sangrienta de las carnes: aquellos recursos que creíamos infinitos no lo son. Son finitos y su agotamiento así lo demuestra.

Desde los suelos hasta los peces; desde la madera hasta el petróleo; desde el agua hasta las carnes y desde las grasas hasta los cereales todos los recursos que hemos estado utilizando son finitos, y algunos de ellos –aunque no desaparecen, como el agua- nuestra forma de manejarlos los ha ido convirtiendo en inútiles para su consumo.

Ninguna de las economías se ha preocupado en ir reponiéndolos, aunque todas se han concebido con la base material de los recursos naturales como su «stock», como su materia prima, como sus mercancías de mercado. Los han gastado, liquidado, agotado, y por lo tanto han quebrado el planeta. Han fracasado. Y de paso, han llevado al planeta al desequilibrio ambiental y lo han colocado al borde de una catástrofe climática global.

La economía de mercado

Actualmente el mundo se revuelve en la búsqueda de soluciones con bases en la «economía de mercado», como se ha dado en llamar a la moderna sociedad global. Sin embargo, todavía siguen sin echar un vistazo al otro lado de la pared que delimita dicho mercado.

Si imaginamos a este «mercado» como un mercado normal, de pueblo, tendríamos que hacer algunas comparaciones interesantes. Un mercado de pueblo cuenta al otro lado de sus paredes con huertos de legumbres, corrales de ganado, granjas de aves, minas de arcilla, plantíos de algodón, bosques de maderas, frutales silvestres, conucos de víveres y hasta canteros de flores y especias.

El otro «mercado», el de la «economía de mercado», no tiene ya lo suficiente para abastecerse al otro lado de sus paredes. Las economías anteriores lo agotaron todo, y lo que no agotaron, como el aire, lo dañaron.

La Economía de Mercado no cuenta ahora con recursos materiales con los cuales sustentarse como filosofía aceptable, que resista un examen a la luz de las experiencias anteriores.

Poniendo en pasado la opinión de Diego Azqueta («Introducción a la Economía Ambiental», 2002), «el acceso a los recursos naturales y ambientales que, entre otras cosas, constituyen la biosfera, permitió a la sociedad la satisfacción de un conjunto no desdeñable de necesidades, incluidas las más básicas. Ahora bien, teniendo en cuenta el carácter no producido de estos recursos originales, su gestión debió apoyarse en el reconocimiento de un derecho igual y universal al disfrute de sus servicios, y no en la lógica de la apropiación privada». Ahora se va haciendo tarde.

 Un gigante insaciable que no para de crecer

«Desde el amanecer de la historia hasta el comienzo del siglo XIX, la población (mundial) aumentó de manera lenta y variable, con retrocesos periódicos. Fue por allá de 1830 que la población llegó a la marca de los 1000 millones. Pero para 1930, sólo un siglo después, la población ya se había duplicado a 2000 millones. Apenas 30 años después, en 1960, el número de habitantes alcanzó los 3000 millones y en sólo 15 años más, para 1975, llegó a los 4000 millones. Así, la población se duplicó en casi 45 años, de 1930 a 1975. Luego, 12 años después, en 1987, cruzó la marca de los 5000 millones. Puesto que este crecimiento continúa a un ritmo de casi 88 millones de habitantes por año, la línea de los 6000 millones se halla a comienzos de 1999. Este ritmo equivale a introducir al mundo cada año las poblaciones de Nueva York, Los Angeles, Chicago, Filadelfia, Detroit, Dallas, Boston y otras diez áreas metropolitanas estadounidenses.

Basado en estas referencias, «Population Reference Bureau (una organización educativa privada) proyecta que la población mundial sobrepasará la marca de los 7000 millones en 2009, la de los 9000 millones en 2033 y la de los 10,000 millones en 2046, antes de que acabe por estabilizarse entre los 11,000 y los 12,000 millones de habitantes hacia finales del siglo», (Nebel & Wright, 1999). En tanto, los recursos naturales como suelos, agua, bosques y peces van disminuyendo.

La República Dominicana tenía 3 millones de habitantes en el 1950. En 54 años ya se había triplicado. Para mediados del presente siglo podríamos estar sobre los 20 ó 25 millones de habitantes. ¿Estará nuestra «economía de mercado» en condiciones de manejar semejante población y sus niveles de consumo, salud y habitación? ¿Estamos garantizando en estos momentos la existencia de recursos naturales para su supervivencia? La respuesta desnuda es no.