No puedo recordar la cantidad de veces que me molesté con mi padre, cuando me decía que más sabe el diablo por viejo que por diablo, mientras yo juraba que sabía lo suficiente y me dejaba arrastrar por emociones de efímera duración, para luego darle la razón.
Me rogó, entre otras peticiones más precisas, que no caiga en fanatismos porque eso embrutece. Quizás a muchas personas le hubiese pasado tal petición algo desapercibida, sin embargo, he atesorado esa promesa de la mejor manera posible; haciendo el ejercicio de la reflexión continua, siempre en el intento de entender las circunstancias desde diferentes ópticas posibles, observando actitudes, y estudiando las acciones y la escala de valores de las personas que me rodean en el ambiente político y social dominicano.
Porque al final, cualquiera de las personas que históricamente nos han conquistado por la sensatez de sus ideas y la pasión de sus causas, de aquellas con el acceso a dirigir nuestros destinos, ya sea desde el gobierno, como desde sus espacios de influencias, se dejan arrastrar por una serie de factores que terminan alterando significativamente sus acciones, convirtiéndose poco a poco en seres muy distantes de aquellos que conociste en su época de esplendor y florecimiento.
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Observo en el ambiente, un juego que se repite constantemente en la palestra pública desde que tengo uso de razón, se trata de empezar a imponer temas a destiempo, para luego crear un escenario cansado del debate en cuestión, obteniendo así un escenario de asuntos sin resolver, que se vuelven deliberadamente una emergencia y cuando la brecha está más cerrada en su límite de concretizar decisiones, entonces, en el último momento, las personas más hábiles y con el poder de la lapicera, logran lo que quieren.
Como la típica película que ignora el peligro que alguien advirtió, luego empieza el debate de creerlo o no, para terminar en la escena donde se logra desactivar una bomba en su último segundo, pero para llegar ahí, ya han desbarataron una cantidad de lugares y personas. Han desplegado la gran cortina de humo.
Creerse parte de algo importante les provoca a algunas personas un estado de adrenalina proveniente del sentimiento misterioso y secreto que alimenta el gusanillo del “ahí estuve y nadie me lo contó”. Bajo esa premisa, se forman conjuntos de individuos, que incluyen a quienes lamentablemente no están a la altura del conflicto, porque son entes de las circunstancias, no de las ideas políticas colectivas, pero que ayudan a crear esa burbuja perceptual, la cual, termina sirviendo de plataforma para que a nombre de la “democracia” se impongan arbitrariedades sin medir consecuencias que afectan a un colectivo o un ideario de mejora social.
El fraccionamiento, siempre beneficiará al entero, y quien crea que el entero no negociará siempre a favor del fraccionamiento, pues no sabe nada de política. La diferencia siempre está en conocer los verdaderos motivos por los cuales el fraccionado trabaja sistemáticamente para beneficiar al entero, porque cada escenario es diferente y lleva distintos márgenes de sacrificios.
De tanto vivir lo mismo, pero con diferentes aromas, sabores y colores, la experiencia se va acumulando y afortunadamente, nos ayuda a desarrollar habilidades y observar cómo se agrupan y desagrupan quienes coinciden en opiniones hoy. Y aquí queda este artículo como un grito liberador para la historia, como la evidencia de que “ganaste pero no me engañaste”.