El estudio exhaustivo y la reinterpretación de la obra de Geo Ripley está aún por hacerse. Las piezas aquí reunidas apuntan no sólo a la celebración de sus 60 años en el arte dominicano, sino también a mostrar una parte sustantiva de su concepción plástica.
Acaso menos espectacular que sus grandes telas: “Vía láctea”, “Signo mágico”, “Yukau. Vaguá. Maorokoti”, “Retorno del ancestro”, “Mantram”, pero no por ello menos importante como lo es su trabajo de formato menor: estos lienzos donde Geo Ripley trabaja con la desinteresada pasión del investigador, buceando como a tientas, con la religiosidad de solitario.
¿Hacia dónde va? ¿Son tan sólo cuadros de taller, bocetos, apuntes, tal como podría pensarse? ¿O constituyen las pruebas de una indagación mucho más profunda, más pensada y sentida tras cuyos hallazgos se perfila la consolidación de un artista y de una obra de impredecibles alcances?
En un sentido estrictamente histórico, la trayectoria plástica de Geo Ripley -nacido en Caracas en 1950- se cumple en un largo tiempo de seis décadas. Y recorre en forma tan sorprendente como discreta, el trayecto que va del arte abstracto al rigor académico, a la intuición simbolista —véase sus lienzos “Ambiente mágico”, “Embryo”, “Origen”, “Oddudua. La piedra que es vida”, “Pintura ceremonial”, hasta desembocar en el ámbito de una concepción mágico-religiosa, la cual reivindica las culturas africanas y precolombinas, antillanas y latinoamericanas.
Se puede hacer un primer resumen: el estudio del Arte Africano se llevó a cabo durante mucho tiempo, exclusivamente “desde fuera”; es decir por parte de representantes del mundo occidental. Muchos de los modelos de percepción y observación, según Stefan Eisenhofer, se acuñaron en tiempos coloniales y han consolidado, hasta el día de hoy, numerosos malentendidos, en parte de carácter fundamental. De la imitación casi exclusiva en las formas y de la exclusión casi completa de los contextos de creación y aplicación surgió una visión occidental del Arte Africano que Geo Ripley asume críticamente, creando un universo sincrético de la cultura antillanista.
Su pintura, como la de los primitivos artistas medievales, no compadece la pura imagen recibida del ambiente exterior. Más allá define una intención extra-artística, aleccionadora y ejemplarizante. Entonces no será lo observado, sino la yuxtaposición de la imagen proyectada por la experiencia y por su ente sensible lo que al pintar veremos.
Geo Ripley es un gran colorista en quien la representación está siempre subordinada a una intuición poética de la realidad más allá de la cual se vislumbra un mundo elemental y primitivo. Su pintura alcanza la cualidad visionaria y difícilmente se presta a ser clasificada en tendencia alguna. Sin valerse de la anécdota, establece una relación inmediata con el mito. Sus obras impregnan la retina de una sólida y vibrante sensación de trópico; crean el puente visual entre la pintura popular y el arte culto, manteniendo su calidad de frescura y su impetuosidad selvática.
He aquí, pues, a un artista visual para quien la dialéctica de la poesía significa menos que la magnificencia salvaje de los bosques; menos aún que el desamparo del hombre frente a los grandes maleficios telúricos. Y en efecto, lo suyo tiene raíces tan hondamente afincadas en lo atávico, es tan exclusivo y desafiante que ya no podía ser una cuestión de tipo intelectual. Como por paradoja, sus años europeos más que atemperar esa fuerza, parecieron acrecentarla.
La fuente de inspiración de este hecho estético se encuentra en los misterios y los mitos eternos; el sol y la lluvia, la noche estrellada, la fascinación de la mujer, los sortilegios de los grandes bosques frecuentados por el “espíritu” de piedras y raíces, los animales salvajes y los pájaros de plumaje de arcoíris. Se trata bien aquí de un paisaje natural y los artistas que lo han perdido de vista lo han perdido todo. Evitando los clichés de los arquetipos extenuados de la actual cultura occidental, Geo Ripley ha sabido guardar el contacto sagrado con la Naturaleza.
Huelga decir que pese a su uniformidad, la experiencia artística de Geo Ripley no es siempre idéntica a sí misma; va generando de sí nuevas apariencias y casi podría afirmarse que con su movimiento abarca todas las secuencias de la evolución de tales apariencias. Es como si lo esencial de su exposición fuese el concepto de mutabilidad llevado hasta los extremos más radicales, pero también más evanescentes. Y tal como en sus telas e instalaciones, lo que más apasiona en su dibujo, aparte de su pureza gráfica y su valoración formal, es la concentración de sus contenidos simbólicos logrados con medios tan audaces como simples.
Si nos atuviéramos tan sólo al color turbulento, si no tomáramos más en cuenta que el deleite formal que producen sus cuadros y la instintiva tensión que de ellos deriva, podríamos pensar que Geo Ripley representa una nueva instancia del abstraccionismo. Tan luego como vemos que en su obra se funden una actitud introspectiva no exenta de cierto dramatismo y un marcado propósito de traducir el origen inédito del mundo americano, la insurgencia vital de mitos y leyendas, el embrujante hechizo de las aguas, de transmutar el fuego en poesía, en mandala solar, perfume y mujer en cuya piel negra se desfloran intactos los temblorosos élitros nocturnos, reparamos que se trata de un artista que escapa pronto a las clasificaciones terminantes.
De una inconmovible religiosidad hasta el punto de recordarnos el primitivo arte cristiano del norte de África y el Occidente latino, más de una vez Geo Ripley coincide con éstos en uno de sus rasgos principales: la pintura de “continuación”, donde la acción se desarrolla con la movilidad “cinematográfica sobre el plano. Por eso si en algo coincide su experiencia visual —por decirlo de alguna manera— con la mística o el rito de iniciación mágico religiosa, se debe a ese interés por lo divulgativo que ha de llevarle al desarrollo de temas bíblicos de los cuales querrá extraer un mayor provecho para su fe y la de sus semejantes, señalando en los aspectos más significativos de la vida de Cristo la más perfecta lección de amor y ternura, o el alerta a la maldad.
Así cuando su labor apunta hacia transcripciones más objetivas, insinúase un enfoque que imprime a su impresión un sentimiento nuevo que va más allá de lo cromático, a una esfera donde la poesía se asocia a cosas más concreta que el color, se funde con la gravidez de la materia plástica.
Se trata de una desacostumbrada concepción que expresa una serie de imágenes “inconscientes”—vista durante ensueños— periódicamente “reveladas” para la lucidez y el esclarecimiento de las interrogantes que plantea el espíritu investigador y alerta del “cristiano”.
Independientemente de sus niveles de abstracción y de síntesis, o justamente como resultado de esto otro, la obra de Geo Ripley, surge del análisis de una realidad específica y deviene de otra realidad no menos pragmática.
De allí que el “diseño”, para usar una expresión bastante generalizada en nuestros días, no constituya una obra abstracta, una elucubración metafísica ni un “cadáver exquisito”, tal como algunos puristas locales desearían conceptuarlo, sino un ejercicio de recreación cósmica. Y cósmico es simplemente aquello que funciona en determinadas condiciones, en situaciones específicas y de acuerdo a un tiempo de la historia también determinado. Lo cósmico en Geo Ripley no es un “estilo”, sino la actitud de un artista disruptivo, definitivamente de vanguardia.