Gustav Klimt. El Beso. Óleo, láminas de oro y estaño sobre tela, 180x180 cms., 1908. Galería Belvedere, Palacio Belvedere, Viena.
Gustav Klimt fue uno de los artistas de mayor apertura mental en su momento. En su obra, arden referencias del arte egipcio; la civilización micénica; el arte bizantino; el arte medieval y la cultura china. Emoción, sentimiento, sexualidad, feminidad, amor, vida y muerte, devienen claves significativas en una obra fusionadora del retrato realista y un decorativismo excesivo con predominio de tonos amarillos y dorados; motivos exóticos, florales, alas de mariposas, figuras de dragones y colas de pavo real…
El dilatado itinerario de la imaginación creadora, desde la prehistoria hasta las disrupciones radicales del siglo XX y la posmodernidad, trasluce la perpetuidad del vértigo transfigurador de la consciencia y las ideas estéticas. Entonces, ¿por qué la alarma ante las diversas y distintas mutaciones que registra en nuestro tiempo el concepto arte? Algunos quizás gesticulan su aspaviento por su existencia apostada al dogma del pensamiento sectario. Otros, sencillamente justificarán los propios intereses, cualesquiera que sean.
Al igual que Pablo Picasso (1881-1973), podríamos considerar al artista como receptáculo de emociones y/o destilador de esas emociones vividas y materializadas como obras de arte. De ahí que sea bastante posible reconocer en las obras de arte nuestros pensamientos, anhelos, sueños y deseos más íntimos. Incluso, en su confrontación lúdica o reflexiva, el espectador hasta podría “jugar sucio”, sin dejar de ser ético, y apropiarse de la motivación original que conmovió al propio creador al concebir y realizar su obra.
El arte es una necesidad humana que opera súbitamente como catalizador de nuestro acceso a estados óptimos de sensibilidad, emoción, autorreconocimiento y eticidad. Y es cierto que hay una coincidencia unánime y universal entre diversos artistas, historiadores y pensadores del hecho estético sobre la percepción de que el valor trascendental del arte se debe en mucho a su extraordinaria capacidad para suscitar, encarnar, simbolizar y comunicar nuestras ideas y sentimientos.
Ahora bien, a la hora de precisar sobre artistas cuyas obras reafirman el peso de los sentimientos y la revelación del triunfo esplendoroso de la emoción, se torna de rigor destacar el caso del artista austríaco Gustav Klimt (1862-1918), uno de los más originales exponentes de las primeras vanguardias europeas del siglo XX y autor de obras icónicas del arte moderno. Obras de extraordinaria capacidad sugestiva que aún motivan la cuestión de si es el artista o la obra que encarnan, suscitan o comunican lo expresado.
Gustav Klimt nace en Baumgarten el 14 de julio de 1862 y fallece en Viena el 6 de febrero de 1918. Su madre era aficionada a la música y su padre artesano, lo cual motivaría sus tempranas inclinaciones artísticas. En 1876, obtiene una beca de la Kunstgewerbeschule (Escuela de Artes y Oficios de Viena), donde se forma hasta 1883 como pintor y decorador de interiores con maestros como Michael Rieser, Ludwing Minnigerode, Karl Hrachowina y Hans Makart, el artista más aclamado en la Viena de finales del siglo XIX.
La familia Klimt enfrentaría condiciones de relativa pobreza hasta 1880. En 1883, Gustav, su hermano Ernst y su amigo Franz Matsch, crean la Künstler Compagnie (Compañía de Artistas), gestionando algunos trabajos y colaborando con Makart en la decoración del Kunsthistorisches Museum (Museo de Historia del Arte de Viena). En 1888, finaliza la decoración del Burgtheater de Viena. Este trabajo, complace al emperador Francisco José I de Austria, quien le otorga la Orden de Oro al Mérito y le hace miembro de las universidades de Múnich y Viena.
En 1891, Klimt se une a la Künstlerhausgenossenschaft (Sociedad de la Casa de los Artistas). Seis años más tarde se convierte en cofundador y primer presidente de la Wiener Sezession (Secesión Vienesa), movimiento renovador que apoyaba la promoción de los artistas jóvenes y la exhibición en la capital austriaca del arte vanguardista internacional. Entusiasmados por la ruptura y la experimentación, la Secesión, fue el único movimiento artístico europeo de vanguardia que no tuvo manifiesto ni una única orientación estética. He aquí su lema, aportado por el crítico Ludwig Hevesi (1843-1910): “A cada época su arte, al arte su libertad”.
Obras magistrales como “Judith y Holofernes” (1901); el “Friso de Beethoven” (1902); “Serpientes de agua” (1904); el “Retrato de Fritza Riedler” (1906); el “Retrato de Adele Bloch-Bauer I” (1907); “El Beso” (1908) y “La vida y la muerte” (1910-1915), premiada en la Exposición Internacional del Arte de Roma (1911), sellarán para siempre el estrellato mundial de Gustav Klimt.
Estrellato que aún deslumbra, ya que algunas de sus obras siguen batiendo récords de venta en las casas de subastas más prestigiosas, como ha sucedido con el “Retrato de Adele Bloch-Bauer l”, adquirido por la Neue Galerie de Nueva York en el 2006 por 135 millones de dólares y en noviembre del 2022, su obra “Bosque de abedules” (1903), fue subastada en Christie’s/ Nueva York por 104.6 millones de dólares.
Más recientemente, el martes 27 de junio del 2023, su obra “Dama con Abanico (1917-18), fue vendida en Sotheby’s/Londres por 85. 3 millones de libras esterlinas (108.4 millones de dólares), convirtiéndose en la obra de arte más cara subastada en Europa y destronando el récord que ostentaba “El hombre que camina I”, escultura en bronce del artista suizo Alberto Giacometti (1901-1966), subastada en el 2010 por Sotheby’s/Londres en 65 millones de libras.