En medio de una severa crisis humanitaria, Haití, el país más pobre de Latinoamérica, enfrenta extremos problemas alimentarios, inflación, la desnutrición, brotes de cólera, inseguridad sistemática por la violencia de las pandillas que llevan a este país a la deriva en la peor inestabilidad política, económica y el desastre judicial, cuyos orígenes devienen desde la disolución de su parlamento o congreso en el año 2015.
Mientras casi 5 millones de personas, la mitad de su población, se enfrentan al hambre y la desnutrición, según datos del Programa Mundial de Alimentos de las Naciones Unidas, Haití se tambalea entre las protestas y la agudizada o casi perpetua crisis humanitaria.
Todo esto ocurre ante la mirada miope de la comunidad internacional, a pesar de ser Haití un país sin Presidente y sin Estado, pues, después del magnicidio de Jovenel Moïse, y el posterior asesinato del ex candidato presidencial Eric Jean – Baptiste y su guardaespaldas, el control del país ha quedado totalmente controlado por la criminalidad organizada, empujándolo hacia el abismo por el que viene rodando desde hace décadas.
La grave crisis en Haití es de una magnitud descomunal, violencia e inseguridad, sin instituciones legítimas, y la mirada miope de la comunidad internacional.
Todo esto viene acompañado de soluciones de aposento tramadas en organismos y agencias internacionales, cuyas propuestas no dejan de ser irracionales e imprudentes al plantear una “solución dominicana” a la grave conmoción y desgracias de este hermano pueblo.
Aunque con la propuesta urgente de Antonio Guterres, Secretario General de las Naciones Unidad, sobre el despliegue de una fuerza internacional especializada para asistir a la policía haitiana en revertir la crisis humanitaria y de seguridad que sufre ese país, es pertinente recordar, que ese organismo internacional ha sido, a través de la historia, ineficaz en la solución de las grandes crisis internacionales que han tambaleado al mundo.
En el caso particular de Haití, propiciaron en el año 2017, después de 13 años en ese país, la salida a destiempo de la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en Haití (Minustha o cascos azules), sin un control previo en materia de seguridad y defensa, generando más inestabilidad e incertidumbre.
La misma que no hizo nada cuando los tanques rusos entraron en Hungría o cuando invadieron Crimea, o los aviones de Estados Unidos arrojaron bombas napalm sobre el campo de vietnamita, y en el más reciente, su inactividad con Ucrania. Tampoco no tuvieron los medios o la voluntad colectiva para reconstruir países debilitados como Somalia, o prevenir masacres étnicas en lugares como Siri Lanka; sus misiones de paz, que dependen siempre de la contribución de soldados voluntarios por parte de países miembros, son escasas de personal y mal equipadas, sin dejar de referir, que en múltiples ocasiones unas que otra agencias de la ONU se vió involucrada en escándalos de corrupción mientras dictaduras sin piedad como las de Jamenei en Irán y la de Ásad en Siria hacían sus maniobras para conseguir un asiento en el Consejo de Derechos Humanos de la ONU.
En lo que respecta a la política interna, el liderazgo político nacional de la República Dominicana debe respaldar las medidas y acciones del gobierno dominicano sobre la crisis en Haití, pues, esta es una cuestión de Estado, donde el interés de la nación dominicana está por encima de colores o posturas políticas e ideológicas.
Nuestro país en múltiples ocasiones ha enfrentado solo, de manera solidaria y conforme a los principios que rigen el derecho internacional sus aportes para colaborar a solucionar esta crisis.
Es incorrecto e inmoral los juicios que se emiten con un plan mediático que pretende colocar a la República Dominicana como el verdugo de Haití. Nuestro país siempre ha sido solidario y respetuoso de los derechos humanos de los haitianos.
Haití, un pueblo pobre, postrado en la mas honda miseria económica e institucional, nunca ha sido del agrado o respaldo de la comunidad internacional, tal vez porque no hay petróleo y yacimientos que puedan explotar, y dejan a la República Dominicana sola en la misión de propiciar una salida solidaria a este conflicto.
La solución a la crisis del pueblo haitiano no es responsabilidad exclusiva de la República Dominicana, siempre debemos ser solidarios con ellos ante el drama humano que viven, sin dejar de seguir alzando la voz para que el mundo mire hacia Haití con la compasión debida, y los ayude.