Don J. Pimentel era un empresario santiaguero que negociaba con arroz. Lo conocí en la década de 1960, trabajaba para Bienvenido Corominas Pepín, un abogado y empresario a quien servía como asistente en sus negocios de seguros, tarjetas de crédito y ganadería.
Pimentel planteaba la cuestión haitiana como grave, pues los dominicanos no trabajaban en la cosecha y siembra del arroz. Entonces, la ganadería comenzaba a ser abandonada por los campesinos, quienes preferían irse a las ciudades a formar los cordones de miseria y si conseguían un predio de la reforma agraria lo vendían y se iniciaban en el moto concho; posteriormente descubrieron que era mejor el negocio del transporte que bregar con arena, cemento, varillas y dejaron el campo para que lo ocupara la única mano de obra que había: los haitianos.
La hipocresía nacional es tal que ningún Gobierno ha tomado el toro por los cuernos y regularizado la población haitiana residente en nuestro país, legal e ilegal, dado que su contribución a la producción nacional es directamente proporcional a la explotación del hombre por el hombre.
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Son los capitalistas criollos quienes prefieren el trabajador haitiano porque se faja de sol a sol, es poco exigente, no se sindicaliza y, hasta hace poco, se conformaba con cualquier cosa, pero los tiempos cambian y, producto del “dejar hacer dejar pasar”, los haitianos son la real fuerza laboral en el campo, agricultura y ganadería, y en la industria de la construcción.
Es cierto, podemos cerrar la frontera para que no entren más ilegales, pero ¿Qué hacemos con los cientos de miles de haitianos que viven en el país?
La realidad es que los haitianos nos tienen atados de pies y manos y los culpables están ahí, a la vista de todos, pero preferimos hacernos de la vista gorda y no verlos, no señalarlos, no culparlos del desorden en la migración.
La verdad verdadera es que necesitamos a los haitianos y hemos dado señales de debilidad ante los desmanes cometidos por algunos haitianos como burlarse e irrespetar nuestra Bandera Nacional, más de una vez, sin que hubiera consecuencias conocidas y publicitadas.
El trabajador haitiano es un resultado directo de la ineficiencia, de la política de costos de los empresarios dominicanos que los emplean para pagarles por debajo del sueldo mínimo. Hoy rasgamos nuestras vestiduras frente a la presencia haitiana que atemoriza a mucha gente, nos sentimos invadidos, dudamos, no sabemos qué hacer, damos palos de ciegos y no atinamos. No los podemos echar, no los podemos deportar, son el equilibrio de la economía.
Troya está invadida por muchos caballos, uno en cada lugar y no nos podemos comer a los haitianos fritos en aceite.