“No permitas que tus heridas te transformen en alguien que no eres”.
Paulo Coelho
Las principales heridas emocionales que conocemos son traición, humillación, abandono, injusticia y rechazo. Cuando alguien sufre alguna herida se activa un sistema de alarma que acelera e intensifica sus emociones; temor, rabia, impotencia, tristeza, angustia, ansiedad, frustración y confusión.
Al observar en el cuerpo la cicatriz de una herida física solemos recordar cómo nos hicimos daño, con quien estábamos, qué sentimos, etc. De igual modo, cuando algo nos lleva a mirar una herida emocional (de manera inconsciente) hacemos un repaso del suceso, las personas involucradas, las emociones asociadas, etc.
Al acceder al recuerdo, reactivamos la herida y las emociones que se encuentran asociadas a ella, volviendo a sentir lo que nos aconteció en el pasado. Las intensidad de las emociones distorsionan la percepción, haciendo aún más doloroso lo que vivimos.
Ante tal perturbación, el ego suele convencernos de tomar el camino más fácil: esconder lo que nos hace sufrir. De este modo, jugando a “la herida curada” pretendemos evitar mirar y revivir el agravio.
Sólo las células animales cicatrizan. Cuando el animal tiene una herida se forma una costra y la herida se cierra. Los vegetales no son así. Hace unos años leí que el corazón humano tiene conducta vegetal. Cuando un tejido vegetal recibe una herida no se cierra nunca.
La única defensa del vegetal es cubrir la herida con una corteza nueva. ¿Has visto árboles con huecos en su tronco? Yo sí. Dentro de esos huecos crecen hongos que a la larga lo nutren. Alejandro Jodorowsky dice que el corazón humano tiene una conducta vegetal, no animal. Al principio, esta idea fue chocante para mí, sin embargo, a lo largo de los años de práctica psicoterapéutica he podido comprobar que es así.
Las heridas emocionales nunca se cierran. Lo que podemos lograr es honrarlas y transformarlas. Buda decía que el dolor es inevitable, pero que el sufrimiento es opcional.
Básicamente, existen dos tipos de dolor: el dolor inútil, que nos hace conmiserarnos de nosotros mismos, y el dolor provechoso, que nos hace contactar las propias fuerzas, haciendo que el dolor deje de ser verdugo para convertirse en maestro.
Una persona enfrentó una inmensa pérdida, y fue a ver a un maestro budista para que le consolara. El maestro le miró con profundo respeto y le dijo una sola palabra: “Duele…”
La persona inmediatamente comprendió que no debía luchar contra sus sentimientos ni contra su pena. Más bien, debía aceptar el dolor de la pérdida y continuar viviendo y construyendo otra vida. Comprendió que ese dolor un día sería el alimento de su transformación.
¿Te resuena? Me gusta ver el dolor como un mensajero que llega para indicarnos un camino de crecimiento. Cuando tengo un dolor emocional, imagino que estoy recibiendo una invitación para pasar a un espacio (físico, libidinal, emocional o mental) que es mayor al que estoy ocupando.
El tiempo cura las heridas del tejido animal. Sin embargo, lo que sana las heridas emocionales es la consciencia, la luz y el amor. Asentir a los hechos tal como son es la mejor medicina para iniciar la sanación de las heridas del alma. Entonces, tal como ocurre con el árbol, lo que antes nos hizo daño se transforma en un espacio que sirve para alimentarnos a nosotros mismos y a otros.