Por Jeannette Miller
La primera persona que me habló de Hilma Contreras fue Tongo Sánchez. Iniciaban los 60. Yo tenía 18 años y era un revoltijo de cuestionamientos; él era el decano de la vieja facultad de Filosofía y Letras, él era mi mentor, y hablaba de Hilma Contreras como la cuentista que había regresado de París, con un entusiasmo que iba más allá de su acostumbrado equilibrio. Un día me la presentó. Recuerdo una mujer delgada, fina, distante; con sonrisa de niña, que arrastraba las eres al hablar…
Volví a verla cuarenta años después, cuando en el 2002 fue la primera mujer en recibir el Premio Nacional de Literatura. Pero ya, al cabo de los años, sus textos me la habían presentado de nuevo y entonces me asombró esa capacidad de subversión que tenían sus cuentos, ese planteo de situaciones prohibidas, ese puñal escondido, solapado, con que la autora vencía al lector en cada desenlace.
Su hechura moderna rompía con el realismo de la tierra que definía los textos magistrales de Juan Bosch; ella, sin embargo, nos presentaba situaciones sustentadas por un tejido sicológico que a veces tocaba lo surreal.
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Contreras manejaba un diálogo-monólogo donde nada sobraba; el ambiente se daba en imágenes que formaban la nebulosa del cuento, donde rechazo, violencia y muerte, se vestían de un ropaje cotidiano en que los detalles alcanzaban proporciones de tragedia.
“El cumpleaños de Vitalina”, “La ventana”, eran cuentos donde las claves estaban dadas desde el inicio. El lector, sin salir de su asombro, era llevado a un final descarnado, a través de una serie de ambivalencias donde subyacía un mundo lleno de mentiras y de hipocresía.
Estos textos insólitos de Hilma Contreras seguían de cerca la calidad alcanzada por Bosch en sus estampas de la tierra: la diferencia consistía en que los arquetipos boschianos se encontraban en nuestro país, especialmente en el campo dominicano; los de Contreras, en cualquier lugar del mundo donde hubiera mujeres.
¿Quién era Hilma Contreras? ¿De dónde sacaba una amargura tan profunda, un asco tan grande? ¿Cuándo pudo convertir su disidencia, sus palabras, en arma liberadora? ¿Cómo lograba textos que proponían realidades universales y que también podían clasificarse como literatura de género?
Los 31 años de la dictadura de Trujillo y la permanencia de sus arquetipos se reflejaron directa o indirectamente en la producción literaria que abarcó casi la totalidad del siglo XX. El asesinato, la injusticia, la mentira y el miedo crearon ejes existenciales que variaron de autor en autor con textos disímiles.
Dentro de esa panorámica Hilma Contreras emerge en la década del 40 introduciendo un ser humano que produce alternativas insospechadas para responder a la censura y a la traición. Además, Hilma Contreras inserta en el cuento dominicano los parámetros existenciales de la narrativa francesa posterior a la Segunda Guerra Mundial: individualismo, subjetividad, temor, angustia, culpa, soledad, conflicto…
Uno de los factores que particularizan la producción de Hilma Contreras es que sus cuentos son sumamente femeninos, podríamos afirmar que son cuentos de mujeres por la manera de pensar, por la forma de abordar los personajes, por la atmósfera de primas y de amigas; pero ante todo, por el tono del lenguaje.
Es innegable que las mujeres tienen un grado de sensibilidad que las permeabiliza a cosas que podrían pasar desapercibidas para un hombre. Esa exacerbación de los detalles y de las situaciones; esa permanente actitud de defensa ante la agresividad; ese huir de situaciones nuevas por temor al maltrato; ese refugio en la soledad o en los grupos que hablan su mismo idioma: las abuelas, las tías, las primas, las amigas…
Por eso el universo narrativo de Hilma Contreras resulta ser un cristal cuarteado, sostenido por la palabra de una mujer que, ante todo, sabe escribir.
Nacida en San Francisco de Macorís (1913), a los veinte años inicia sus publicaciones, entre las que figura “La carnada”, un cuento boschiano donde ya perfilaba su denuncia a la agresividad machista. El texto, donde un campesino celoso del hijo recién nacido se lo roba a la madre para que ella regrese con él, pone en boca del hombre estas palabras sobre su mujer: “…ella debe estar ahí para entregarse, para servir, para agradecer…” Al final del cuento la mujer mata al hombre: era su única opción de libertad y justicia.
A partir de entonces, Hilma Contreras entra al mundo literario dominicano por la puerta grande y a medida que pasan los años, sus cuentos van tomando la forma que los convierte en puntos de referencia de la narrativa corta en nuestro país. Chorrera abajo, De mi torre adentro, son títulos intermedios que nos presentan su crecimiento como escritora, hasta que en 1951, la aparición de La ventana, establece de manera definitiva lo que distinguirá sus escritos a través de los años: cuentos cortos, cuidadosamente estructurados; manejo impecable del género y de la lengua; personajes ambivalentes; ritmo inmutable, equilibrado, para decir verdades golpeantes.
La literatura dominicana ha venido construyendo su identidad dando respuestas a las cuestionantes de un devenir histórico que ha trabajado independencia, negritud, dictadura, injusticia social, trasiego humano, debacles ecológicas y cultura. En los textos de Hilma Contreras la respuesta es interna, propia, existencial… y sin embargo sus personajes, que podrían vivir en cualquier país, dentro de su perfil universal registran parte de esa idiosincrasia oculta del dominicano, mezclan realidades contradictorias, incorporan recuerdos mortificantes, agrediendo así los códigos de una moral pautada por el miedo.
De manera valiente, Hilma Contreras saca a flote el lado oscuro de seres cotidianos que tienen sentimientos indebidos, que odian lo que les rodea, que evitan el contacto con sus vecinos, que se encierran en un mundo único y particular para no exponerse al trato con los demás.
Y este planteamiento magistralmente logrado en “El cumpleaños de Vitalina”, ya viene dado como propuesta existencial en un texto publicado en 1945, con el título “De mi torre adentro”, donde la autora plantea su asco permanente, no solo ante la realidad, sino ante sí misma, ante sus reacciones frente a un mundo que no ha escogido. Cito: “Mundo sucio, gentes sucias, corazones sucios… ¿Cómo no tenderse al borde de cualquier riachuelo, mientras se muere de asco?”
Aunque parezca mentira este discurso disidente de Hilma Contreras, esa rabia tensa y dinamizante forman parte de la memoria de un pueblo que todavía persigue conformar las características de un tiempo y un espacio nebulosos: la dictadura de Trujillo.
Hilma Contreras registra, como pocos lo han hecho, la indefensión del ser humano atrapado en las leyes inexplicables del azar y la violencia. Y esto lo logra enfatizando el juego vida-muerte, miedo-sobrevivencia, espiritualidad-sexo, con un ritmo narrativo en el que las verdades actúan como bofetadas.
Hoy, el número de mujeres agredidas, violadas, asesinadas, crece incesantemente. El viejo modelo cultural de exterminio y sometimiento continúa con otra vestimenta, enseñándonos que mientras más capaz e independiente es, la mujer provoca mayor violencia. Entonces los cuentos de Hilma Contreras podrían parecer esperanzas marchitas ante un largo proceso en el que hombre y miedo han venido de la mano; pero mujer y miedo han resultado sinónimos.
En medio de una guerra social y cultural, donde el manejo permanente de la crisis nos ha hecho contestatarios, los dominicanos hemos sobrevivido con el arma de la creatividad, produciendo alternativas que nos ponen a pensar, que nos permiten dudar y por lo tanto nos ayudan a entrar al acto reflexivo de la libertad.
Quizás, por saber que la escritura y la lectura del texto crean un mecanismo de encuentro y liberación, Hilma Contreras se decidió a publicar sus libros creando un arsenal con esas armas definitivamente efectivas que son sus cuentos.