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En fin en Inglaterra, la base etnológica que los criadores emplearon hasta el siglo X, estaba formada por las razas primitivas existentes en las islas británicas, los cruzamientos posteriores con ejemplares “mejoradores”, la intensa gravitación del caballo español, de origen berberisco. Posteriormente se generalizó la tendencia a incorporar directamente sementales orientales, en los que predominaron las razas árabes, sirias y turcas.
Como veremos después, la intensión de los monarcas fue dotar a la caballería de sus ejércitos de ejemplares más ligeros. Las carreras se popularizaron con Enrique I. Ricardo Corazón de León y Ricardo II. Durante la hegemonía de Enrique VIII, las competencias continuaron con entusiasmo creciente. El Monarca no solo coleccionaba esposa, sino también buenos caballos. Impulsó enormemente la cría en la primera mitad del siglo XVI. Propició la calidad, fijó alzada mínima, e instó a la nobleza y a las autoridades religiosas a producir mejores ejemplares. Puede considerarse con justicia como el auténtico padre del turf. Su hija Isabel I, siguió la tradición y, además de corsarios famosos, fomentó las pruebas hípicas, algo que fue de la aceptación de toda la comunidad.