Duras y Resnais comparten la idea de que la obra de arte sirve de ocasión para hacer pensar a la gente. No se trata sólo de disfrutar, sino también de pensar. El acto estético mismo es un acto a un tiempo lúdico y reflexivo.
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Hiroshima mon amour (1959), la película de Alain Resnais, con guion y diálogos de Marguerite Duras, es una obra representativa de la nouvelle vague francesa de finales de la década del 50 del siglo pasado.
Todos conocemos el horrible hecho histórico. El 6 de agosto de 1945, un piloto estadounidense a bordo del avión Enola Gay lanzó una bomba sobre la ciudad japonesa de Hiroshima. La explosión de la primera bomba atómica causó doscientos mil muertos (algunas fuentes dicen ciento cuarenta mil víctimas) y ochenta mil heridos, todo en apenas nueve segundos. Tres días después, otro piloto norteamericano dejó caer desde su avión una segunda bomba atómica sobre la ciudad de Nagasaki, ocasionando setenta mil muertos. Después vinieron los estragos, los efectos secundarios. Niños deformes, criaturas monstruosas, hombres estériles, mutaciones.
Amor, horror, locura
La acción transcurre en el verano de 1957, en el mes de agosto, en Hiroshima, Japón, doce años después del acontecimiento histórico: la explosión de la bomba atómica. La historia del filme es la historia del encuentro de una joven mujer francesa con un japonés en Hiroshima. Ella ha ido a Hiroshima a trabajar en una película edificante sobre la Paz. Mujer y hombre anónimos. No tienen nombres, no importan los nombres. Son sólo El y Ella. (En los apéndices del texto literario, el personaje de la francesa será llamado Riva, por el apellido de la actriz principal de la película).
El guion de Duras aborda el mundo de los encuentros cotidianos, los amores fortuitos y adúlteros. La pareja fortuita vive una aventura de una noche. En esa sola noche se buscan, se aman, se conocen, sus almas se acercan y se alejan, dialogan, callan y luego se separan definitivamente. Vivirán juntos una brevísima historia de amor en Hiroshima, cargada de recuerdos dolorosos y evocaciones nostálgicas del pasado de la mujer en una ciudad francesa llamada Nevers. La breve historia de amor fortuito en Hiroshima está atravesada por la sombra viva del incidente de Nevers. Porque hay otra historia de amor, infeliz: el amor degollado, el de la chica con el soldado alemán. Tras la liberación, Ella, apenas muchacha, es públicamente humillada y castigada por haber amado a un enemigo de su país. Su amor, su primer amor –y también su primer dolor- es un invasor, un ocupante extranjero. Ella es una traidora. Su amor es una traición, una deshonra. Su pelo es cortado al rape. En Francia, acabada la guerra, el castigo para las traidoras a la patria era ser rapadas en público. Un día tiene que dejar Nevers y marchar a París. Al llegar allí se entera del bombardeo de Hiroshima. Años después, ya mujer madura, visita Hiroshima. Su vida estará ligada a la ciudad bombardeada.
Nevers parece competir en protagonismo con Hiroshima. Nevers es el pasado, Hiroshima el presente. El pasado es tormentoso y el presente incompleto y azaroso. Nada es pleno, todo es carencia. Esta película podría haberse llamado también Los amantes de Nevers. Pero entonces sería otra historia con otro escenario.
Hiroshima mon amour evoca el hongo atómico, la nube atómica, la muerte atómica. Es curioso: la socorrida imagen del hongo mencionada en el texto no aparece en el filme. Pero el diálogo deviene silencio. Es imposible hablar de Hiroshima. Todo hablar se reduce a mera narración y comunicación verbal, escamotea y oculta su verdad esencial, una verdad que trasciende el relato y escapa al lenguaje mismo. Porque en definitiva no se puede hablar de Hiroshima, y lo único que se puede hacer es hablar de la imposibilidad de hablar de Hiroshima.
La película de Resnais se propone evitar describir el horror por el horror y más bien procura hacer renacer este horror de las cenizas situándole en medio de un amor singular. Amor y horror, vida e historia. El horror, tan inconmensurable como el dolor, no se inscribe por sí mismo, sólo se puede inscribir en una historia de amor particular, tan efímera como imposible.
Duras y Resnais comparten la idea de que la obra de arte sirve de ocasión para hacer pensar a la gente. No se trata sólo de disfrutar, sino también de pensar. El acto estético mismo es un acto a un tiempo lúdico y reflexivo. El diálogo de los amantes no omite la reflexión sobre la historia. Ella monologa:
“La cólera de ciudades enteras tanto si lo quieren como si no, contra la desigualdad establecida como principio por ciertos pueblos contra otros pueblos, contra la desigualdad establecida como principio por ciertas razas contra otras razas, contra la desigualdad establecida como principio por ciertas clases contra otras clases” (Hiroshima, mon amour, p. 32).
Hiroshima funciona como escenario, como fondo, como espacio de encuentro fortuito donde erotismo, amor y desdicha fluyen y confluyen con el espectro de la guerra. La historia como relato y referencia. Hiroshima es un símbolo del horror atómico universal. Pero el símbolo se vuelve, tópico, ironía, relato sobre el relato. Se rueda una película edificante sobre la Paz. La gente pasa delante, pero nadie mira, nadie se fija en nada, pues en Hiroshima todos están acostumbrados a ver rodar películas sobre Hiroshima.
La historia personal de los amantes anónimos se impone siempre a la historia forzosamente demostrativa de Hiroshima (p. 60). Hiroshima mon amour es una película sobre el amor y el horror de la guerra, pero también sobre la memoria y el olvido. Lo que se pregunta es el porqué de recordar. Lo que se afirma es la necesidad evidente de la memoria, la toma de conciencia, desde el presente, de un hecho pasado. Ese hecho puede ser tanto colectivo (el bombardeo atómico de una ciudad) como individual (un episodio de juventud). En cualquier caso, es un hecho que marca nuestra vida y nuestros destinos, que de algún modo determina lo que somos y podemos ser. Y esa toma de conciencia es siempre dolorosa y angustiante. El pasado y el presente transcurren en un continuo indisociable.
El amor y la imposiblidad de amar, el amor y la ilusión de la imposibilidad del olvido. El amor nos hace creer que somos capaces de no olvidar jamás. Lo mismo Hiroshima. Es imposible olvidar Hiroshima, olvidar el horror, la muerte radioactiva, el espectáculo abominable de los escombros y los sobrevivientes, las heridas y las llagas.
El amor tiene algo de misterio insondable. El amor fortuito y efímero, anónimo tiene algo de irreductible. Escapa a toda explicación. Es una transgresión, y toda transgresión tiene algo de maldad, de perversidad, de locura. Como la locura de maldad de Ella.
Los amantes se atraen y se aman. Su amor transgrede las reglas sociales y desafía las normas de la moralidad. Ese amor escapa a cualquier intento de análisis, no es analizable ni psicoanalizable. Ellos engañan y adulteran, pero no por ser infelices. Él es un hombre que es feliz con su mujer. Ella es una mujer que es feliz con su marido (pp. 70-71). ¿Por qué entonces, si son felices, son infieles a sus parejas?
Duras descarta cualquier explicación racional cualquier interpretación simple y reductora al amor fortuito y adúltero. Los amantes no son infelices: “Son personas felices en el matrimonio y que no buscan juntos ninguna compensación a una infelicidad conyugal” (p. 14). Pero si no buscan compensarse mutuamente, el acto amoroso es un acto completamente gratuito. El amor adúltero es transgresión, pero también pura gratuidad. No se puede explicar racionalmente. Simplemente es. Pasa. Sucede.