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Entonces puede uno preguntarse ¿para qué la historia? A lo que puede responderse que para dar cohesión a una comunidad humana y para permitir al individuo asumir una actitud consciente ante ellos.
Con ello se está insinuando que la historia constituye un pensamiento integrador a la vez que crítico, y que puede ayudar a la consolidación de los lazos sociales o, a la inversa, convertirse en un pensamiento de ruptura y de cambio.
En la historia cada individuo queda incorporado a la especie, en una comunidad de entes racionales. Si todos los humanos cobran un nuevo sentido al incorporarse a una comunidad podría preguntarse qué sentido tiene la especie humana en el cosmos. A esto no puede responder la historia (ni ninguna ciencia), pero si un acontecimiento cósmico futuro acabara con la humanidad, sería para nosotros una necesidad dejar un testimonio de lo que fuimos.
Ese sería el último móvil de la historia. Manuel Quijano. [i]
Anuncié en el mes pasado, al publicar mi última carta al ministro de Educación, MINERD, que escribiría algunas reflexiones sobre la importancia de la enseñanza de la historia. Partiendo de varias preguntas:
¿qué es la historia? ¿Para qué sirve la historia? ¿Tiene importancia enseñar historia a los niños? ¿Tiene la historia importancia para la sociedad? ¿Debemos abogar por una historia que vaya más allá de la historia oficial, más allá de la historia apologética y acrítica?
Lo he anunciado otras veces, soy de las que aboga por una enseñanza crítica de la historia, aún en los niveles primarios. Pero antes de continuar con las peroratas sobre la enseñanza de la historia, se impone responder algunas de las preguntas que formulé anteriormente.
La editora siglo XXI, partiendo de la pregunta: ¿Historia para qué? Publicó en 1980, después de un largo proceso de investigación, las reflexiones de respetadísimos historiadores a nivel internacional.
Los historiadores Carlos Pereyra, Luis Villoro, Luis González, José Joaquín Blanco, Enrique Florescano, Arnaldo Córdova, Héctor Aguilar Camín, Carlos Monsiváis, Adolfo Gilly y Guillermo Bonfil Batalla. Como aparece en la “Advertencia del libro”: “Aun cuando los historiadores no parecen poner en duda la utilidad o la legitimidad de la historia, lo cierto es que pocas veces responden expresamente a esas preguntas.
Tampoco se dispone de textos razonados que a partir de distintas prácticas y usos de la historia den cuenta del por qué y el para qué se rescata, se ordena y se busca explicar el pasado.
Para comenzar a llenar esas lagunas el Archivo General de la Nación invitó a un grupo de historiadores y escritores a dar respuestas a esas preguntas. Los ensayos que prepararon con ese fin forman el cuerpo de este libro, que ahora publica Siglo XXI”.
El primero que inició la reflexión fue Carlos Pereyra, el reconocido historiador mexicano y español, nos regala una profunda reflexión. Señala que a través del tiempo se ha debatido acerca de la utilidad y la legitimidad del saber histórico. Su conclusión fue clara y precisa: “la eficacia del discurso histórico (…) no se reduce a su función de conocimiento: posee también una función social cuyas modalidades no son exclusiva ni primordialmente de carácter teórico. Sin ninguna duda, añade el mexicano historiador, pues, el estudio del movimiento de la sociedad, más allá de la validez o legitimidad de los conocimientos que genera, acarrea consecuencias diversas para las confrontaciones y luchas del presente.”
[ii] Concluye su reflexión de manera taxativa: “No hay discurso histórico cuya eficacia sea puramente cognoscitiva; todo discurso histórico interviene (se inscribe) en una determinada realidad social donde es más o menos útil para las distintas fuerzas en pugna.”[iii]
Pereyra critica a la historia tradicional que solo se centra en los eventos, con ninguna pizca de sentido crítico. “La función de esta disciplina, dice, se limitó primeramente a conservar en la memoria social un conocimiento perdurable de sucesos decisivos para la cohesión de la sociedad, la legitimación de sus gobernantes, el funcionamiento de las instituciones políticas y eclesiásticas, así como de los valores y símbolos populares: el saber histórico giraba alrededor de ciertas imágenes con capacidad de garantizar una formación compartida.
Casi desde el principio la historia fue vista también como una colección de hechos ejemplares y de situaciones paradigmáticas cuya comprensión prepara a los individuos para la vida colectiva.”[iv]
Luis Villoro, español por nacimiento y mexicano por adopción, es el otro historiador que responde a la pregunta. En su ensayo “El sentido de la historia”, plantea que la historia, desde el inicio de los tiempos, nos ayuda a comprender el presente. En sus palabras: “La historia nacería, pues, de un intento por comprender y explicar el presente acudiendo a los antecedentes que se presentan como sus condiciones necesarias.
En este sentido, la historia admite que el pasado da razón al presente; pero, a la vez, supone que el pasado solo se descubre a partir de aquello que explica: el presente.”[v]
Concluye su reflexión el español-mexicano, Villoro, diciendo que la historia nos ayuda a encontrar respuestas a nuestros orígenes.
Sirve, afirma sin dudarlo, que la historia nos ayuda a ser críticos con el presente y con nuestro pasado, “porque al igual que la filosofía, la historia puede expresar un pensamiento disruptivo. Porque al igual que la filosofía, la historia puede expresar un pensamiento de reiteración y consolidación de los lazos sociales o, a la inversa, un pensamiento de ruptura y de cambio.”[vi]
El espacio se ha agotado. Ya no puedo seguir escribiendo, sobre todo, porque el historiador que propone su reflexión siguiente es uno de mis favoritos: Luis González, y tendremos que dejarlo para la próxima entrega. Hasta la semana que viene.
[i] Manuel Quijano. La historia, ¿para qué? (medigraphic.com)
[ii] Carlos Pereyra. La historia ¿para qué? Ibid. P. 12.
[iii] Ibid. P. 13. [iv] Ibid. P. 18.
[v] Luis Villoro. El sentido de la historia. Ibid. P. 38 [vi] Ibid. P. 46.