Hace treinta años que sostuve una entrevista en el Vaticano con Monseñor Lino Zanini, conocido Nuncio Apostólico enviado por Juan XXIII a Santo Domingo, luego de la masacre de los jóvenes combatientes del 14 de junio de 1959.
Buscaba conocer de viva voz sus recuerdos y acciones relevantes en el periodo de siete meses que permaneció aquí, para dejarlo a la historia y las nuevas generaciones. Los tenía a flor de labios y fue desgranando relatos con la sabiduría de un culto narrador, yo tomaba notas.
Comenzó señalándome que el “16 de junio de 1959, dos días después del desembarco de los guerrilleros, fui designado Nuncio Apostólico y arribé al país el 25 de octubre, hace 54 años, día siguiente de la fecha natalicia de Trujillo, lo que hice deliberadamente, permaneciendo unos días en Puerto Rico, para no estar presente en las celebraciones que ya conocía acostumbraba el Gobierno hacer con ese motivo”. Con esa actitud marcó el derrotero del desenvolvimiento de su gestión como representante papal.
Desde que llegó y presentó las copias de estilo al canciller Porfirio Herrera Báez se iniciaron las confrontaciones con el Gobierno, pues éste –el canciller–, consciente o presumiendo las instrucciones que traía el nuevo enviado papal, intentó manipularlo, como estaba acostumbrado hacer con su predecesor Salvatore Siino, quien desempeñó el cargo por nueve años, y otros diplomáticos acreditados ante el gobierno, y seguido me comentó que “rechazó con firmeza los intentos del canciller y jamás volví a tratar ningún asunto de la Misión con este señor, en lo adelante manejé mis relaciones oficiales con el vicepresidente Balaguer, quien era otra clase de persona”.
Me confió, además, que la primera y una de sus más severas confrontaciones sostenidas con ese funcionario tuvo lugar cuando “me solicitó bendijera la ceremonia de inauguración de la Feria Ganadera el 21 de enero de 1960, a lo que me negué, señalándole que eso correspondía a las autoridades eclesiásticas del país”.
Monseñor Zanini seguía actuando conforme las instrucciones recibidas: “conservar prudente distancia y mantener frías relaciones con Trujillo y su régimen, lo que este advirtió de inmediato”. Tan cierto fue ese proceder que, al cabo de aproximadamente un mes de haber llegado, “el embajador de Francia quiso ofrecerme una comida en la doble calidad de representante papal y decano del cuerpo diplomático, a lo que me negué pues no quería vincularme con ningún funcionario del Gobierno”.
El nuevo nuncio era de una personalidad altiva, de porte majestuoso, imponente, enérgico y decidido. Cuando vestía su capa púrpura y tocaba su cabeza con su bonete de rojo encendido, indumentaria propia de su dignidad eclesiástica, parecía no solo un príncipe de la Iglesia, sino una autoridad soberana, capaz de poder enfrentar a Trujillo en cualquier terreno.
Lucía una figura diseñada para detener los azotes, la barbarie y los abusos en medio de los cuales vivíamos los dominicanos. Encarnaba el espíritu de las nuevas corrientes de diligentes prelados orientados por los oleajes de cambios que había iniciado desde la cátedra de Pedro, el pontificado progresista de Juan XIII, a partir del Concilio Vaticano II.
La Iglesia, como ha hecho durante XX siglos, sigue adecuándose a los tiempos o provocando cambios, como hace hoy el Papa Francisco.
Este hombre fue el alma e inspiración de la pastoral de enero de 1960, elaborada en defensa de las nuevas víctimas del trujillato. Tenía 50 años de edad y había sido colaborador del Papa cuando este se desempeñó como Nuncio Apostólico en Francia, además, mantenía una estrecha relación personal con Su Santidad. No había dudas que el Papa sabía a quién había enviado a Santo Domingo a frenar los excesos del dictador y los atropellos a la Iglesia y sacerdotes.
En esos momentos, el pueblo comenzó a percibir la sensación de que el nuevo Nuncio fue escogido por el Vaticano para realizar una misión específica en el país, levantar la moral de los altos dignatarios de la Iglesia, avasallados igual que los dominicanos por un régimen brutal y despótico, frente a los atropellos de que venían siendo víctimas y a la vez impregnar ánimo y valor a los mismos, para que enfrentaran con firmeza los desmanes que se vivían.
Todos esos factores, unidos a las brutalidades contra los detenidos y el rechazo ciudadano al incremento de la violación a los derechos humanos que se vivió en el país después del desembarco del 14 de junio por Constanza y luego del descubrimiento del complot de enero de 1960, empujaron la Iglesia a producir una carta pastoral llamando al Gobierno a liberar los encarcelados y cesar los atropellos de los que estaban siendo víctimas centenares de jóvenes que desprovistos de protección, solo la Iglesia podía pedir clemencia por ellos.
Este documento resultó decisivo para el derrumbe de la tiranía, provocó un enfrentamiento entre la Iglesia y el Estado que se prolongó hasta el ajusticiamiento del tirano.
Todo el pueblo percibió seguido que la pastoral fue inspiración del nuevo nuncio.
A los cuatro meses de llegar y al mes de la pastoral que estremeció al país, Zanini tuvo un gesto nunca visto en 31 años de dictadura. El 27 de febrero de 1960, luego de concluida la ceremonia religiosa que con motivo de la Independencia del país se celebra cada año en la Catedral Primada de América, con la presencia de las más altas autoridades del Gobierno y el cuerpo diplomático, al salir del templo, en lugar de abordar su automóvil para retirarse a su residencia, Zanini tomó la calle El Conde, por donde transitó solo y a pie, hasta el Altar de la Patria. Durante ese recorrido, que parecía, más que un mensaje de estímulo al valor de los dominicanos, un desafío a unas autoridades desalmadas, solo le acompañó un reducido grupo de estudiantes universitarios, que desafiando el estado de represión existente le aplaudimos delirantemente, al contemplar aquella figura gallarda, erguida como un roble y admirada hasta el delirio por la juventud, por el papel destacado que se sabía había desempeñado en la redacción y lectura de la carta pastoral del domingo 31 de enero, hacía menos de un mes.
Fue conocida la opinión recogida entre los diplomáticos presentes en la ceremonia religiosa señalada y externada por el ministro consejero de la Embajada americana, Henry Dearborn, que “Zanini impactó dramáticamente con su presencia en su primer tedeum”. Y fue cierto.
Además se conoció otro dato que reflejaba la creciente ola de rechazo a Trujillo que aumentaba con intensidad al paso de las horas, después de los apresamientos de enero. Nos referimos a lo señalado por el historiador Roberto Cassá, que “un grupo muy reducido pensó matar a Trujillo durante el tedeum del 27 de febrero de 1960”.
La pastoral fue enviada a Trujillo antes de ser leída en las iglesias, sin embargo, éste no la conoció hasta el mismo domingo muy temprano. Al enterarse de su lectura en las iglesias, llamó a Virgilio Álvarez Pina (don Cucho) que “le buscara copia de la misma donde monseñor Beras”, quien se sorprendió cuando éste le solicitó el texto, pues “se la enviamos a Trujillo el viernes”, agregándole, como una especie de excusa: “la hicimos porque no tuvimos más camino, pues teníamos muchas presiones”. Ambos se extrañaron, cómo un documento tan importante no llegó a manos de su destinatario inmediatamente.
En mis diálogos sobre historia con Balaguer le pregunté una noche, quién fue el responsable de que la carta no llegara a manos de Trujillo de inmediato, pensando yo lo que me confió Zanini, que había escogido a éste como su interlocutor ante el gobierno y su respuesta fue: “no reeecuerdo”, forma usual de evadir preguntas de valor histórico que le hacía con frecuencia. Conocía mis inquietudes y cuando no le interesaba responder las evadía con esa expresión.
Don Cucho le comentó a su hijo Cuchito, quien a su vez me lo refirió, que cuando Trujillo leyó la pastoral no reaccionó como se hubiera esperado, sino al contrario: le restó importancia, comentándole que “con la Iglesia no se pelea” y que fue María Martínez quien lo instigó contra la Iglesia e hizo que adoptara una posición de enfrentamiento con la misma.
Don Cucho, desde ese momento y dado su alto sentido político, pero además por la amistad que le unió a monseñor Beras, trató de evitar confrontaciones con los obispos, pero la presión familiar pudo más que el razonamiento sensato y juicioso de su más estrecho colaborador.
El impacto de la carta pastoral fue estremecedor. Ese día las iglesias del país se llenaron de ciudadanos de todos los credos para escuchar la lectura del documento. Nadie había oído nada parecido en 31 años de dictadura.
Una vez conocido el texto, la atención del país se dirigió al nuevo nuncio con marcado interés, toda vez que se le atribuyó la autoría intelectual de dicho documento. A la vez, el Gobierno arreció su ofensiva contra éste por todos los medios.
Después de conocerse públicamente, Trujillo suavizó momentáneamente la tensión que creó en aquel momento: liberó a las hermanas Mirabal y algunos miembros del 1J4. Como consecuencia, la Iglesia emitió el 28 de febrero otra pastoral para la Cuaresma, distendiendo ligeramente los ánimos de la Iglesia para con el régimen, situación temporal, pues un mes después la situación estaba tan tensa como al principio.
Intento de soborno del canciller Herrera Báez. En la entrevista, Zanini me manifestó, con inocultable molestia, que durante su permanencia en el país, sobre todo después de la pastoral, hubo nuevas formas de intento de manipulación por parte del Gobierno para que cambiara su actitud y entre ellas hubo una que consideró,“la más grosera y humillante, que demostraba hasta donde llegaba el Gobierno”, que a su entender, parece se utilizaba con otros diplomáticos de la época: el soborno, rechazado por el nuncio con enérgica indignación: “Herrera Báez tuvo el descaro de ofrecerme US$50,000”, como forma de neutralizarlo y no continuara la misión que traía del Vaticano.
No era de extrañar ese proceder, pues meses después se conoció “otra indelicadeza similar de Trujillo”, en ocasión de una visita a la residencia del obispo Thomas F. Reilly, de San Juan de la Maguana, el 7 de mayo de 1961, veintitrés días antes de su muerte, “cuando el dictador dejó al descuido un sobre con 20,000 dólares en efectivo”, los que el obispo devolvió argumentando que solo recibía aportes para las pequeñas iglesias de su diócesis, pero nunca para su beneficio personal.
Obviamente, las actitudes de Zanini y O’Reilly irritaron aún más a Trujillo, en medio de las confrontaciones entre Gobierno e Iglesia. El dictador no estaba acostumbrado a las negativas, comenzaba a vivir su peor época como gobernante, donde la insubordinación se convirtió en válvula de escape a la opresión.
Otro exceso: “Recepción” del nuncio a Trujillo. Mi conversación con monseñor Zanini fue enriquecedora e inolvidable. Me narró que tuvo otra experiencia sumamente desagradable vivida con Trujillo.
“El sábado 30 de abril recibo discretamente la información de que estaban circulando a mi nombre invitaciones para una supuesta recepción que ofrecería ese mismo día a las 12 meridiano a la sociedad dominicana, a los altos funcionarios del Gobierno y al cuerpo diplomático, con motivo de mi regreso al país, luego de estar ausente alrededor de un mes, en Puerto Rico, donde ejercía además como sufragante. Me extrañé –entre otras razones– porque no se invita a un gobernante a un acto el mismo día de la celebración. La forma revelaba la falsedad de las invitaciones”.
Ciertamente, utilizando el escudo Vaticano y la más fina impresión, se distribuyeron centenares de «invitaciones» para dicho encuentro social.
El día y hora fijados, comienzan a llegar a la sede de la Nunciatura Apostólica altos funcionarios de la nación, elegantemente ataviados, acompañados de sus esposas. Cuando el portero anuncia la presencia de estas personalidades, sale una de las monjas al servicio de la Nunciatura, profundamente perturbada al ver los «invitados» y les aclara que esa misión no ha convocado ningún encuentro de esa naturaleza, pero estos muestran sus «invitaciones» para justificar su presencia. A los pocos minutos arriba Trujillo a la sede diplomática, acompañado de Negro Trujillo y Johnny Abbes, accediendo a la invitación que había recibido del nuncio.
Detrás de Trujillo comienzan a llegar «algunas mujeres», carentes –a todas luces– de condiciones para asistir a una velada de esa naturaleza en la sede papal. Cuando la monja le dice al dictador que no hay recepción, éste se muestra sorprendido y le presenta su tarjeta a la religiosa; ante la reiteración de ésta, el «invitado de honor» frunce el ceño, deja ver una reacción de sorpresa y se retira. Cuando Zanini sale ya Trujillo no estaba en la entrada de la Nunciatura.
El nuncio apostólico quedó anonadado ante aquel show montado por Trujillo y me comentó que lo interpretó como “un intento de ridiculizarlo y colocarlo en situación desairada, sobre todo frente al cuerpo diplomático acreditado en el país y a los altos dignatarios de la Iglesia dominicana.”
Fue este un espectáculo más de los montados por el dictador, ya con severas muestras de falta de dominio de sí mismo y hasta de desequilibrio emocional, fruto, sin dudas, de las enormes presiones y críticas que venía recibiendo de todos los sectores de la nación, de la Iglesia y de la comunidad internacional, de la que había sido expulsado un año antes en agosto por el atentado a Betancourt el 24 de junio de 1960.
Y la invitación de las mujeres fue, quizás, el “anuncio” de un acto posterior, organizado por Johnny Abbes con un grupo de prostitutas el 4 de marzo de 1961 en la Catedral de La Vega, que acompañadas de varios pericos ripiaos al finalizar un tedeum que asistió Trujillo, lanzaron todo tipo de improperios contra el obispo de esa diócesis, monseñor Francisco Panal.
Relata Crassweller. “En abril, el arzobispo Zanini regresó a Roma. Poco antes de su partida había ocurrido lo que desde el punto de vista del humor al menos, fue el golpe maestro de toda la prolija disputa con la Iglesia.”
“Este revistió la forma de una broma pesada tan fuera de lo común que posiblemente constituya un caso único de chanza por parte de un jefe de Estado. El propio Trujillo planeó el incidente”.
“Zanini acababa de regresar de una breve visita a Puerto Rico. Trujillo hizo imprimir un millar o más de invitaciones, a nombre del desprevenido nuncio, para el cuerpo diplomático y los funcionarios del Gobierno”.
“El nuncio tuvo la fortuna de que en la mañana del día designado, un diplomático le visitase para expresarle su pesar por no poder concurrir a la recepción, debido a que tenía que despedir al embajador norteamericano, el cual partía para Washington en la hora indicada en la invitación.”
Recuerdo que veintitrés años después de este espectáculo, a monseñor Zanini aún le enrojecía de cólera su rostro, cuando me contaba la historia.
Salida de Perón por llegada de Zanini. En esos mismos tiempos se expandió en el país el rumor que el expresidente Perón –asilado en Santo Domingo–, había advertido a Trujillo se cuidara del recién llegado enviado papal, quien había contribuido a su derrocamiento en Argentina.
Cuando le comenté a Zanini esta versión me dijo que la misma era falsa, “pues yo no había prestado servicio diplomático en ese país antes de estar en Santo Domingo”, asegurándome que su designación como nuncio en Argentina “fue a finales de la década del sesenta y antes había estado en Ecuador, Chile, Bélgica, Líbano y como internuncio en Teherán. La confusión vino por el parecido de los nombres entre el nuncio que estuvo en Argentina en la época de Perón –Mario Zanin– y el mío… Zanini”.1
Esta fue de las tantas fábulas que se tejieron en torno a aquella personalidad singular que envió el Vaticano a Trujillo y quien, al ser declarado persona non grata por el Gobierno, salió del país el 31 de mayo de 1960. Apenas siete meses y seis días permaneció acreditado como nuncio en Santo Domingo. Quizás haya sido el nuncio apostólico que menos tiempo ha permanecido en un país al frente de una misión diplomática, pero sin dudas, uno de los que más ha contribuido a cambiar –para bien– el curso de la historia de un pueblo oprimido, sin aliento, y sin fuerzas, para luchar contra el oprobio que encarnó la dictadura. Vino y cumplió su misión con el aplauso no solo de los dominicanos, sino de la comunidad internacional que supo valorar cuanto hizo por la liberación del pueblo dominicano.
Para la época de nuestra entrevista Zanini ocupaba la posición de responsable de la custodia de la “Basílica de San Pedro”, el cargo oficial es “Delegado de la Rev. Fabbrica de San Pedro”. Yo me desempeñaba como embajador ante la Santa Sede.
1.“Balaguer y Yo: la Historia”, Víctor Gómez Bergés Pág. 123, Tomo I
www.victorgomezberges.do