La pandemia de covid-19 iniciada a principios de 2020 impactó negativamente en la vida de todos los pueblos del mundo, en especial de las naciones más pobres y débiles de todos los continentes. La República Dominicana sobrevivió como muchas otras naciones gracias a los préstamos del exterior y la emisión de papel moneda por parte del Banco Central. Ello también obligó a suspender o retardar diversos proyectos de desarrollo y debilitó el mantenimiento de los programas preventivos, dígase vacunas. Decretado el fin de la pandemia, muchas mentes optimistas entendimos que se volvería a retomar la ruta tradicional. Debimos tomar en cuenta la dinámica internacional europea tras el conflicto bélico entre la Federación Rusa y Ucrania con su impacto inmediato y directo en el flujo de turistas de esos países hacia nuestro país.
La guerra en el Medio Oriente entre Israel y Palestina agrega más leña al fuego de la inestabilidad mundial. Nuestro carácter isleño dependiente en todos los sentidos nos hace muy vulnerables a las tormentas exteriores presentes hoy en día. Las cambiantes y sorprendentes variables climatológicas hijas del cada vez más agravado calentamiento global nos mantienen en una continua zozobra emocional. El cliente que acude a justamente reclamar los despiadados incrementos en la factura eléctrica mensual experimenta el amargo y ácido sabor de una negativa respuesta. Sin exagerar pudiéramos decir que realmente nos cobran los apagones.
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Conducir a cualquier hora del día por una de las arterias principales del gran Santo Domingo o de la ciudad de Santiago, se ha convertido en un acto de heroicidad que agota la paciencia y buenos modales del más tolerante ser viviente. Constituye una grave amenaza a la seguridad ciudadana los numerosos motoconchistas haciendo malabares en el timón, por delante y por los lados de atemorizados conductores de vehículos privados. De los choferes de guaguas y carros del concho ni hablar, son extremadamente osados, capaces de las peores imprudencias, actúan como amos y señores con derechos divinos en calles y carreteras.
El desorden y los abusos en los alrededores de las oficinas públicas convierten en una traumática experiencia cualquier tipo de diligencia tributaria. Caminar a solas por las calles nos expone a robos y atracos ante la mirada indiferente de testigos que honran la conocida frase de “Ni para allá voy a mirar”.
Si se ve usted compelido a visitar un supermercado, le recomendamos como medida de precaución ensayar previamente cualquier técnica que inhiba el asombro por los altos precios de las mercancías, para así evitar un accidente cerebrovascular o un infarto cardíaco. En unos cuantos artículos de consumo se nos va un dineral. Cada día se eleva más el costo de la canasta familiar. Si va a la farmacia el susto es cada vez peor, nadie está seguro de que el fármaco que compra es el real o si trata de sustituto falso; así pagamos caro por un medicamento que podría resultar dañino para nuestra salud.
Visto y leído lo arriba expuesto, si no está usted embelesado e hipnotizado ante la pantalla de su teléfono inteligente disfrutando los Tik Tok, o chequeando sus mensajes, podría sin mucho esfuerzo plantearse la tesis de si la prolongación del actual conflicto dominico- haitiano pudiera ser una especie de señuelo, mantenido en la palestra pública en una contagiosa y fanatizada tradicional campaña electoral dominicana.