Ideas matrices del mundo actual, según Byung-Chul Han

Ideas matrices del mundo actual, según Byung-Chul Han

“En el mundo virtual el otro desaparece.”
Byung-Chul Han
Sí; la vida está llena de sorpresas y de oportunidades. Una de ellas fue, para Byung-Chul Han, descubrir el pensamiento filosófico. La metalurgia no lo motivó sino que lo extrañó hasta Alemania donde sin pretenderlo ni buscarlo se encontró con lo desconocido.
“Cuando llegué a Alemania, ni siquiera conocía el nombre de Martin Heidegger.

Yo quería estudiar literatura alemana. De filosofía no sabía nada. Supe quiénes eran Husserl y Heidegger cuando llegué a Heidelberg. Yo, que soy un romántico, pretendía estudiar literatura, pero leía demasiado despacio, de modo que no pude hacerlo. Me pasé a la filosofía. Para estudiar a Hegel la velocidad no es importante. Basta con poder leer una página por día”.

De esos tantos días de pausada lectura y autores se siguen un rosario de cuestiones filosóficas de alto vuelo. A seguidas despliego una apretada síntesis -fruto arbitrario y poco original- de sus ideas más fundamentales a propósito de la actualidad histórica de nuestro mundo contemporáneo.

a. El trasfondo de la realidad. Según Byung-Chul Han, la pandemia del Covid-19 deja al descubierto problemas latentes por doquier, pues irrumpe en el seno de sociedades sometidas todas al “principio de la globalización” cuyo objetivo misántropo “es maximizar las ganancias”.

En ese contexto, Han permanece convencido de que la crisis sanitaria “asegurará que el poder mundial se mueva un poco más hacia Asia”, alejándose de Occidente. Y eso así, independientemente de que la actual pandemia, -como tantas otras en la historia universal-, sea seguida o no por convulsiones y estallidos sociales.[1] Lo que en definitiva cuenta es la conciencia civil oriental, dirigida con disciplina autoritaria e impersonal por un partido político apoderado de la fuerza coercitiva del Estado.

b. La desintegración de la sociabilidad. El reverso de aquella prognosis es una caterva de regímenes democráticos en los que el individualismo personalista y la irreverente opinión pública alejan cualquier probabilidad de consenso funcional. Desde el seno de estas omnipresentes sociedades fraccionadas, afloran los límites de haber sido formados bajo el credo de democracias liberales sometidas al “infierno de lo igual”.

Occidente -luego de la reforma espiritual del cristianismo, y muy en particular del protestantismo y sus revolucionarias secuelas liberales y económicas,- no deja de buscar la independencia social y la superación individual de cada uno.

Sin embargo, tan añorada pretensión queda desfasada por el ímpetu lógico de un sistema de explotación neoliberal que nos aleja del reino de la libertad -en cualquiera de sus versiones: incluyendo la evangélica del reino de los cielos o, en el reino de este mundo, la hegeliana, la marxista leninista o la del super hombre- y por tanto nos entrega a las amarras de la igualdad.


Han expone su concepción a partir de la tesis de acuerdo a la cual los individuos hoy se auto explotan y sienten recelo del otro, es decir, del no-yo; o bien respecto a todo el que se diferencia de sí o lo que llegue a ser diferente a sí mismo

Dado que cada quien vive encerrado en sí mismo, en su propio egocentrismo narcisista fruto de “el desierto, o el infierno, de lo igual” nada ni nadie es capaz de liberarse a sí mismo ni liberar a los demás. Lo mismo acontece en regímenes democráticos que en los autoritarios.
c. Comunicación -virtual. Por supuesto, pocas veces los humanos hemos llegado a intercambiar tanta información como en el presente. Pero ese mismo fenómeno refuerza la tesis de Han.
“Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio de información: las relaciones se reemplazan por las conexiones, y así solo se enlaza con lo igual; la comunicación digital es solo vista, hemos perdido todos los sentidos; estamos en una fase debilitada de la comunicación, como nunca: la comunicación global y de los likes solo consiente a los que son más iguales a uno; ¡lo igual no duele!”
¡Por supuesto!, cada uno de nosotros se vende como auténtico. No queremos reducirnos al montón, a la revuelta masa invertebrada, a los demás, es decir, todos esos que están de-más. Lo que ignoramos o queremos desconocer es que el sistema únicamente permite que se den “diferencias comercializables”, no sustanciales ni personales.
d. Autoexplotación. Como quien dice herederos del Fausto de Goethe: “Al principio era la acción”[2], en el mundo actual se dejó atrás la preocupación moral kanteana del “deber de hacer” algo y se dio paso al “poder hacerla” realmente. De modo que bueno llega a ser todo lo que puedo hacer y malo todo lo que pudiéndolo hacer no lo hago.

Por vía de consecuencia, “se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede” y tanto peor ya que, si no se logra hacer y tener más, siempre más, la culpa es del impotente.

Como ha de entenderse, siempre de acuerdo a Han, no estamos enfrentados sino sujetados o poseídos por la lógica del neoliberalismo globalizante que nos retiene.

La consecuencia de tal sumisión es funesta: la alienación perfecta de cada quien en tanto que cada uno se la inflige a sí mismo debido a su propio deseo y necesidad de superar-se. Se trata de “la alienación de uno mismo” que en lo físico se traduce en anorexias o en sobreingestas de comida o en posesión de todo tipo y cantidad de productos de consumo u ocio.
Que no quepa la menor duda, estamos ante el Homo hacendoso y consumista

e. ‘Big data’. Del dataísmo o big data no solo habla hoy día de manera acertada Yuval Noah Harari[3]. También lo hace Byung-Hul Chan cuya calificación describe como sigue:

“El dataísmo es una forma pornográfica de conocimiento que anula el pensamiento. No existe un pensamiento basado en los datos. Lo único que se basa en los datos es el cálculo… Los macrodatos hacen superfluo el pensamiento porque si todo es numerable, todo es igual… Estamos en pleno dataísmo: el hombre ya no es soberano de sí mismo sino que es resultado de una operación algorítmica que lo domina sin que lo perciba.”

Ese nuevo fenómeno de civilización, común a cualquier sociedad contemporánea e independiente de su posición geográfica, no se enfrenta proponiendo dar marcha atrás y regresar al pasado. Buscar refugio fuera de la cueva de Platón, saliéndonos de las redes sociales, sería absurdo e irreal.

“No podemos negarnos a facilitarlos: una sierra también puede cortar cabezas… Hay que ajustar el sistema: el ebook está hecho para que yo lea, no para que me lea a mí a través de algoritmos… ¿O es que el algoritmo hará ahora al hombre?… Necesitamos una carta digital que recupere la dignidad humana y pensar en una renta básica para las profesiones que devorarán las nuevas tecnologías.”

Así como acontece en el referido diálogo platónico, de manera análoga el reto ético consiste esta vez en reconocer la idea del bien y adentrarse entonces en la oscura espesidad de una fosa de credos y opiniones con el propósito final de rescatar a un sinnúmero de cautivos igualdados por la ignorancia.

El mundo de la verdadera cosa real es mucho más que dígitos y números. Para reconocerlo y admirarlo se requiere que la especie humana sea reconocida por lo que es -humana- gracias a seres libres, intuitivos, éticos y pensantes.

[1] Tal y como pronostícan especialistas del FMI y de otras instituciones y dominios del saber. Ver, por ejemplo, Philip Barrett, Sophia Chen y Nan Li, técnicos del FMI, previendo estallidos sociales tras la pandemia del Covid 19: https://blog-dialogoafondo.imf.org/?p=14975

[2] Johann Wolfgang von Goethe (2009). Fausto. Madrid: Espasa-Calpe, 2009.

[3] Para Harari, un dataísta es alguien que, a la hora de exponer y tomar decisiones se fía en los macrodatos y en los algoritmos computacionales más que en el sentido común, el conocimiento y la sabiduría humana.

Según explica en su obra Homo Deus: Breve historia del mañana (Madrid, Debate, 2015), el datismo o dataísmo es un término empleado para referirse a la mentalidad, filosófica, no religiosa, propiciada por la inteligencia artificial y la acumulación de datos o big data; mientras que el dato es una representación simbólica -numérica, alfabética, algorítimica, espacial o de otra modalidad- que describen e implican hechos empíricos, sucesos, entidades.

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