Los cambios han sido rápidos y poco asimilados. La globalización, la tecnología, el comercio, el conocimiento y la cultura de la prisa han impactado a las sociedades y a las familias.
Por décadas, las familias vivían en sociedades predecibles, donde las personas socializaban en los mismos lugares: trabajo, mercado, iglesia, escuela, parques, etc. siempre las mismas personas en los mismos lugares. Cada uno se conocía, estaba relacionado con los hábitos, el trabajo, la cultura y el aprendizaje social.
Las familias tenían poca movilidad social, los desafíos, las costumbres, patrones y roles estaban bien delimitados; las personas permanecían en la zona rural.
Después de la revolución industrial, el desarrollo del capitalismo, la modificación de los medios de producción, transporte y educación, las personas empezaron con la movilidad y la migración buscando el conocimiento, el desarrollo y la mejor calidad de vida.
Luego el avance de las tecnologías, las redes sociales, las comunicaciones de masas, la transculturación, los procesos de la aculturación y el sincretismo cultural, confundieron la identidad psicosocial y el sistema de creencia de las personas.
Las familias cambiaron en su tipología, su estructura y su dinámica. Pero lo más impactante fue la penetración de los medios digitales, la Internet, los celulares, la computadora y todas las redes sociales influyeron de forma descomunal, en el comportamiento social; donde las familias dejaron de almorzar juntas, socializar en el interior de la casa, cada quien tiene un aparato para comunicarse y su propio espacio de privacidad. El resultado fue el desapego, la crisis de los vínculos, la quiebra del sentido de pertenencia; pero también, del compromiso, el afecto, la solidaridad y del altruismo.
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Las familias dejaron de ser nucleares, para ser extendidas, monoparentales, rotas o disfuncionales; donde las de menos ingresos y menos educación pasaron a ser más vulnerables y riesgosas.
Las familias clase alta y media, pasaron a ser familias tipos hotel y diseminada por el mundo, quedando los adultos mayores al cuidado de otra persona.
La complejidad de las torres, los vehículos de lujo, los restaurantes y los centros de diversiones, sedujeron a las familias acomodadas, pero le fueron individualizando la vida, más egocéntricas, más distantes y menos sensibles con las problemáticas psicosociales.
Los modelos de vida llevaron a las personas a vivir del “parecer” y renunciar al ser. El consumismo, pragmatismo, el relativismo ético, la gratificación inmediata y el narcisismo social, impactaron al cerebro humano, a través de las neuronas espejos para vivir la visibilidad y el éxito del presentismo social.
Las familias en el mundo han sufrido modificaciones, confusiones, cambios de conducta y de comportamiento psicosocial.
Como resultado han aumentado el consumo de drogas, alcoholismo, obesidad, depresión, trastornos de ansiedad, soledad, suicidio, y trastornos de personalidad.
Las familias y las personas no saben de sus causas y consecuencias, la reflexión y soluciones ante la posmodernidad ha sido la negación, el autoengaño, la culpa, el resentimiento o la desconfianza. Literalmente, la posmodernidad continuara afectando y disparando a las familias.
La volatilidad, lo impredecible y los cambios afectan a los mercados, la economía, la sociedad y las familias. Ahora nos arropa lo desechable, ya nada tiene consistencia, nada es duradero ni seguro. La posmodernidad es una razón fría, pero digerible, que se vive en la piel y el cuerpo; pero que impacta al cerebro y a la familia.