Internet, Twitter, Facebook, Instagram, etc., o La expulsión de lo distinto, según Byung-Chul Han

Internet, Twitter, Facebook, Instagram, etc., o La expulsión de lo distinto, según Byung-Chul Han

Los twitters de Donald Trump, por ejemplo, no se dirigen a nadie en concreto, para poner un caso de una personalidad que tiene millones de seguidores. Nadie responde a esos twitters.

A Liliana y Sully Saneaos en Nueva York
(y 4)
Dos nociones claves sin las que no existe el neoliberalismo son la libertad y el diálogo. Byung-Chul Han desmonta esos dos mitos: «La liberad de la que hace gala el neoliberalismo es propaganda. Lo global a capara hoy para sí incluso valores universales. Así, incluso se explota la libertad. Uno se explota voluntamariamente a sí mismo figurándose que se está realizando. Lo que maximiza la productividad y la eficiencvia no es la opresión de la liberad, sino su explotación. Esa es la pérfida lógica fundamental del neoliberalismo.» (P. 32).
Y en cuanto al otro mito del diálogo esgrimido por el neoliberalismo, este se reduce a monólogo en la jerga neoliberal, pues esa jerga es un discurso que se cree poseedor de la verdad, pero sabemos que solo lo singular o múltiple y contradictorio, permitiría un diálogo. Pero no, el neoliberalismo, según el autor surcoreano «es la imposibilidad de dialogar» (p. 32) debido a su carácter terrorista. El neoliberalismo no dialoga, se impone a quien no piense como él (Donald Trump, Macron, Merkel, May, etc.): «El virulento poder de lo global provoca que haya muertos y refugiados como si fuera una auténtica guerra mundial. Esa paz que el espíritu comercial [del neoliberalismo, DC] fuerza a instaurar no solo tiene fijado un plazo, también está delimitada espacialmente. La zona de bienestar, es más, la isla de bienestar, siendo un apóptico o una construcción basada en una ópitca excluyente, está rodeada de vallas fronterizas, de campos de refugiados y de escenarios bélicos.» (P. 33). Ejemplo palpable : la frontera México-Estados Unidos o las oleadas de migrantes de Africa via el Mediterráneo hacia España, Italia, Francia, Inglaterra, etc.
La noción de derecho a la vida, incluso antes de la concepción, que tanto defienden las religiones junto a los llamados derechos fundamentales de las personas, no es para el neoliberalismo otra cosa que un diccionario al revés, o sea, que esta doctrina económica por antonomasia condena a la muerte a millones de seres humanos que juzga como estorbos improductivos: «En los tiempos actuales, que aspiran a proscribir de la vida toda negatividfad, también enmudece la muerte. La muerte ha dejado de hablar. Se la priva de todo lenguaje. Yo no es ‘un modo de ser’, sino solo el mero cese de la vida, que hay que postergar por todos los medios. La muerte significa simplemente la des-producción, el cese de la producción. La producción se ha totalizado hoy convirtiéndose en la única forma de vida. La histeria con la salud es, en último término, una histeria con la producción.» (P. 53-54).
Igualmente la histeria con la libertad en Venezuela, Cuba, Nicaragua, Bolivia, los países musulmanes, y todos aquellos que estorben la libre circulación de mercancías, se reduce hoy simplemente a una histeria de la producción. Y a esos estorbos hay que eliminarlos en nombre de la democracia y la libertad o libre circulación de mercancías. De ahí la guerra de mercados entablada entre los Estados Unidos, China, Rusia y la Unión Europea.
Allí donde se dice diversidad, digo alteridad; allí donde se dice individuo, digo sujeto; allí donde se emplean todos los términos vacuos del neolibedralismo, les opongo los de la poética; al consenso, le opongo lo múltiple y contradictorio del sujeto; no a la unanimidad, inexistente, desde el momento mismo en que todo en lo social es múltiple, contradictorio. En el Estado clientelista y patrimonialista como el existente en nuestro país y en América Latina, las leyes de los fundadores de la calidad en la gerencia no funcionan. Como diría Américo Lugo, funcionarán para las naciones donde existen Estados verdaderos, no caricaturas de Estados como son los que funcionan en América Latina, donde todo se reduce a la ideología del «me gusta», «dame lo mío» y está prohibido decir «no me gusta», porque entonces te creas de enemigos a quienes están en tu lista de contactos.
La ideología del «me gusta» es la ideología de la ausencia total de crítica en el neoliberalismo y la globalización. El «me gusta» es la divisa fundamental de las redes sociales. Pero el cibermundo es más amplio y no se reduce a esa ideología populista del «me gusta». El cibermundo, inmaterial como el software, no es controlable por los poderes fácticos de Facebook, Twitter, Internet, Wasap e Instagram. El cibermundo o ciberespecio está poblado por miles de millones de navegantes y va más allá de los tres niveles cibernéticos. ¿Cómo controlar a más de cinco mil millones de cibernavegantes? ¿Cómo controlarles sus discursos, sus ideologías ? Tendría que desaparecer Internet para realizar esa proeza de censura. Y la desaparición de Internet es imposible. Estado e Internet se salvan o se hunden juntos. Como el lenguaje, el discurso y la poesía: o se salvan juntos o desaparecen al mismo tiempo.
La cultura del “me gusta”, como apunta Byung-Chul «rechaza toda forma de vulneración y conmoción». Es decir, toda forma de crítica. Con lo cual la persona que desea sustraerse a la crítica y la conmoción, se afiliará al “me gusta”. (P. 121). O sea, que «no experimentará nada», porque «a toda experiencia profunda, a todo conocimiento profundo le es inherente la negatividad de la vulneración.» (Ibíd.). Dice Bung-Chul que el ‘mero me gusta’ es el grado absolutamente nulo de la experiencia.» (Ibíd.).
Con respecto a los grupos de chat o a la anomia y anonimato de las redes sociales, los que intervienen en ellos a través de esa comunicación digital, no propician ninguna conversación o diálogo y sí la exacerbación del narcisismo, el egoísmo o el exhibicionismo, porque ese tipo de comunicación, dice Byung-Chul, «es expansiva y despersonalizada que no precisa interlocutor personal, mirada ni voz. Por ejemplo, constantemente estamos enviando mensajes por Twitter. Pero no van dirigidos a una persona concreta. No se refieren a nadie en concreto. Los medios sociales no fomentan forzosamente la cultura de la discusión. A menudo los manejan las pasiones. Las ”shistorms” o los ‘linchamientos digitales constituyen una avalancha descontrolada de pasiones que no configura ninguna esfera pública». (P. 122).
Los twitters de Donald Trump, por ejemplo, no se dirigen a nadie en concreto, para poner un caso de una personalidad que tiene millones de seguidores. Nadie responde a esos twitters. Todo el que los lee está obligado a consumirlos, y punto. Lo mismo ocurre con Facebook, al decir de Buyng-Chul: «En Facebook no se mencionan problemas que pudiéramos abordar y comentar en común. Lo que se emite es sobre todo información que no requiere discusión y que solo sirve para que el remitente se promocione. Ahí no se nos ocurre pensar que el otro pueda tener preocupaciones ni dolor. En la comunidad del ‘me gusta’ uno solo se encuentra a sí mismo y a quienes son como él. Ahí tampoco resulta posible ningún discurso. El espacio político es un espacio en el que yo me encuentro con otros, hablo con otros y los escucho.» (P. 123).
En conclusión, Twiter, Facebook, Instagram, Internet y demás redes son el espacio neutro donde la pequeña burguesía planetaria zarandeada por el neoliberalismo y la globalización encuentra su lugar favorito para que la lean y la escuchen, pero a través de la expulsión de lo distinto, es decir, de la alteridad, del sujeto.

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