Por: Pablo Reyes
Poesía sin etiqueta es lo que nos ofrece Plinio Chahín en su nuevo poemario titulado: Si parece irreal es coincidencia.
El libro, de 101 poemas, contiene una mezcla de eslabones culturales y un macrouniverso acuchillado por el tiempo, quimeras y viajes que implican un retorno donde encarna la absorción del objeto deseado.
La noche como entidad cóncava jugará un papel protagónico, ya que en su esfera se generarán los mundos posibles, condenados a desaparecer en la madrugada y dentro de unos ojos que no son los del poeta, sino los de su Beatriz caribeña.
Chahín recuerda el rol de Virgilio en la travesía dantesca, por eso, Homero, Virgilio y Dante forman el tridente que usa para explorar la geometría de tan laberíntica noche.
Su regreso a Ítaca inicia en el poema 1 y termina entre los restos de una nave en el poema 92. Es un viaje de aventuras por los mares del recuerdo.
La memoria desempeña un papel ontológico que, seguido del diálogo multicultural y homogéneo, evoca cierta búsqueda de totalidad simbólica.
El primer texto parte desde un infinito anochecer hacia una segunda persona sonámbula y una tercera amanecida.
La trilogía es griega, escandinava y latina, siempre bajo el manto religioso de una esperanza traslúcida, tangible en tanto entidad de dolor e ilusión.
Beatriz distrae a los elfos con su encanto y huye dejándolos en el viento, bajo un palio, extintos. Madura esta idea cuando a la voz poética recurre a los mantras para salvar y salvarse puesto que la muerte y la demencia atacan como fieros animales.
La simbología es de fuego, azufre, sol… Al final, el ojo, ventana del alma y puente que nos conecta con lo ignoto, personificará un agujero en ascuas capaz de hacer posible, y hasta tangible, la presencia del ser ausente.
Esta transformación del ojo será gradual, originándose en hechizante iniciación y culminando como un todo contenedor del último dolor del nuevo día: La mañana humedece…/ dentro de tus ojos… dolor amanecido. Es Orfeo rescatando a su amada. En medio de tanta incertidumbre y desolación, la ternura cobra vida:
¡Ah las cosas de Johanne!
¿Regresaste de Bizancio?
Espera, voy a cantar el ángelus contigo.
Según Tomás Navarro Tomás, el octosílabo se puede pronunciar con una bocanada de aire.
Este verso resulta espontáneo y acerca la lengua a su ternura original.
El poema está atravesado por el alma de esta ternura. Después de 100 aventuras fragmentadas en destellos de elegías, sueños, tentaciones… se dirige a Beatriz como una figura corpórea, regenerada en el recuerdo. Bizancio es el lugar donde queda tatuado su último viaje, y el ángelus será la línea que los vinculará en adelante.
Chahín expone su dolor y esperanza como si fueran elementos colectivos.
La noche espídica será el escenario donde germinará la obertura del ángelus, allí las voces forman una filigrana en donde todo cuerpo es tótem, baobab, piezas de una especie de con (tran) sustanciación, y el nuevo plazo origina la idea primigenia del Edén.
Esta esperanza se sostiene sobre un engranaje corporal sometido a un proceso de iniciación.
Hay catorce referencias directas al cuerpo; un 14% del total, pero el rito dogmático tiene su génesis en el poema dos.
Es la magia del hacedor, las manos como instrumento de creación y el rostro receptáculo del ánima.
El crecimiento es progresivo. Lo que era solo dedos y rostro se convertirá en Un cuerpo.
Queda reforzada esta tesis cuando la voz poética implora: Quédate conmigo en este ámbito. Hay una obsesiva esperanza en esa segunda oportunidad.
Esta situación inestable lleva al poeta a refugiarse en lugares simbólicos, aquellos que guardan la memoria de los pueblos: Duomo, Florencia, el parque Colón, las Ruinas…
Vale observar el inicio del poema 12: … La carne es triste.
Este sintagma es la segunda mitad del primer verso del poema Brisa marina, de Mallarmé, le precede He leído todos los libros.
La flecha conecta de manera directa con el verso bíblico Aflicción de espíritu es el mucho saber.
La imagen del dolor reaparece en un poema que dialoga con Quasimodo: El dolor de las cosas que ignoro, una pieza hermética cuyo eje es la noche y donde queda claro que una muerte no basta.
En el poema 20 el poeta declara: Lo corpóreo, que no es polvo, se evapora.
Esta evaporación cobra vida desde dentro, como se puede constatar en la intertextualidad del poema 22, cuya confabulación completa termina en el 23, amurallado con versos de La Eneida.
Alude a un viaje hacia la otra ribera, en el que somos simples peregrinos que como mentor nos debemos a Aqueronte.
Mitología, cábala… son manifestaciones de un mar ardiente donde el fin del tiempo es posible y la nueva creación surge más allá de los sueños y el deseo.
Es por ello que el poeta astilla las sólidas manías de los cuerpos.
En medio de estas premoniciones y en un precipitar del frescor del semen, avanza el aeda en un flanqueo de pubis donde el único objeto consiste en lamer los bilabiales blancos.
El poema 22 dibuja la posesión de Eros en el bardo y connota cómo su consustanciación lo hace arder por dentro en un amor que explosiona más allá del amor.
Cuerpos que arden sobre un nocturno mar génesis de todo convocan la poética de Arde el mar, de Pere Gimferrer.
Es como si el fantasma del ser deseado hubiera elegido el cuerpo del poeta como su lugar de aparición, no como cárcel. La intertextualidad de aquí se da con Ludwing Zeller y su obra Los engranajes del encantamiento, de 1985. Vale observar la referenciación a Sefirot o los 10 atributos y las 10 emanaciones de la cábala hebrea: girar entre mis huesos ascua viva… después de cumplir un ritual donde se ofreció la sangre y se escenificó la risa, el creador entiende que solo la libación de un corazón produce vida. Este corazón debe mostrarse de cara contra el culo de la luna, de modo que la sangre reviente en los ojos.
El navío de la soledad será salvado por el ardor de los seres que se convertirán en idea y se empozarán en los ojos de una noche interrumpida que promete inventar otra vida.
Dolor, amor, ausencia de un yo en pro de la creación de un tú son las isotopías que pueblan los últimos poemas de este libro.
El tiempo se va a animalizar adquiriendo la forma de un inmóvil caracol y el objeto deseado se transformará en un arco en el ombligo.
Este camino recto que inició una noche con unos dedos y un rostro termina con un giro cíclico hacia el amanecer, con unos párpados que se abren hacia un nuevo mundo de sueños.
Una vez allí, son irrigados con sangre, previo al amanecer, y se hace tangible el fantasma. La iniciación está completa.
Este libro atrapa por lo inasible y palpable que resulta. Constituye un portal hacia ese hechizo de la buena poesía.
En su universo poético fluye como cascada la tradición, estremeciendo nuestro ángel interior, convidándolo a un viaje ancestral y siempre nuevo.
Pablo Reyes
(Poeta y profesor universitario nacido en Constanza, República Dominicana).