Jan Martínez: Instalación de lo nuevo y poética de la cotidianidad

Jan Martínez: Instalación de lo nuevo y poética de la cotidianidad

La poesía de Jan Martínez (Puerto Rico, 1954) ha seguido un itinerario ascendente desde 1977 cuando el autor publica su primer libro, Minuto de silencio, luego Archivo de cuentas (1987), y cuando aparece la recopilación de sus trabajos poéticos en Jardín (1977-1997).

A los que seguirán libros de inusitado valor poético como Prosas (per)versas (2000), (Re)dobles (2010), El sur y su siniestra (2011), Trasunto de Transilvania (2011), Palabras en Santa María de Pazzis (2011) y De tanto mirarte la espuma (2018).

Este poetizar ha ido in crescendo, sin que podamos encontrar caídas.

Su poesía es una línea ascendente en la que podemos encontrar una lírica que dialoga con toda la tradición de la poesía contemporánea tanto en Hispanoamérica, en Puerto Rico, en el Caribe y en España.

Jan Martínez proviene de esa tradición que inicia con El pájaro loco (1968) de Iván Silén y José Luis Vega con la ruptura de un arte que mira hacia la altura hispanoamericana, en los inicios de la revista Ventana.

José Luis Vega (La naranja entera, 1983) excelente poeta cuya obra ha sido reconocida de manera cabal por la crítica y las editoriales, conforma este grupo de poetas con Salvador Villanueva (Expulsado del Paraíso, 1981) existencial e iconoclasta; en un momento en que las letras de Puerto Rico adquieren estatura continental con la revista Sin Nombre de Nilita Vientós Gastón y el boom de las escritoras en el que Puerto Rico tenía por muchas razones ya la delantera, con la citadas Rosario Ferré, Olga Nolla y Ángela María Dávila.

La poesía de Jan Martínez abreva en las aguas de una tradición rica, mestiza, dialogante con todas las tradiciones del poetizar de España y de América.

Tradiciones

Ella muestra el itinerario del poetizar en una isla que se ha resistido a dejar de ser hispánica, a dejar de verse en el espejo de la cultura viajera, en la cultura del mar. En su poesía parte de la modernidad poética que inaugura Charles Baudelaire.

Que no es solamente en él un irracionalismo poético, sino una manera de transfigurar los espacios cotidianos, de ver el ser dentro de sus propios problemas, de criticar desde el empinado lugar del humanismo, la cotidianidad en la que vive el hombre contemporáneo y en especial el puertorriqueño.

En lo formal, sus versos apelan al coloquialismo, a la heteronimia semántica de una poesía que pasa del verso a la prosa y se encuentra en la sentencia; es también, aforística y realiza una énfasis: una especie de ‘performance’ entre las palabras y las imágenes; sus poemas pueden ser extensos, como los de Palabras en Santa María Magdalena de Pazzis y dialogan con otros poetas como Rilke, Manuel del Cabral, Franklin Mieses Burgos, Jaime Gil de Biedma y Pedro Salinas.

La poética que trabaja puede encontrarse en un diálogo con la poesía del Ultraísmo español o la Generación del 27.

Pero más que una poética de ruptura y continuidades es su obra una forma de transformar lo cotidiano por la maravilla de la poesía.

Es también un conjuro de los lugares comunes del pensamiento que en asociación semántica crea otros significados no establecidos antes y solo inaugurados por la poesía.

Sus construcciones metafóricas, muestra una ‘máquina’ de imaginerías en la que el poeta, cual mago, construye un mundo nuevo. Instala la novedad que la poesía crea, no solo la referencialidad a lo uno, a lo conocido, sino como heterogeneidad de significado nuevo.

De ahí que podamos decir que la poética de Martínez es la construcción de infinidades de metáforas que nos colocan dentro de un mundo de imágenes que antes no habíamos visto ni sospechado.

Pero estas instalaciones están dadas muchas veces como crítica del tiempo, como ironías, como representación de la vida y de la muerte. De ahí que encontramos en el poeta un deseo de presentar lo que acaece, pero además de transfigurar en espacios, sonidos e imágenes nuevas.

Mirada irónica y satírica

Al final nos resulta un cuadro, una representación inusitada y el arte se queda en nosotros como celebración de la novedad, como liberación de lo cotidiano.

No falta en su poetizar un anclaje en una mirada irónica y satírica de la puertorriqueñidad. Poesía novedosa e iconoclasta en una cultura que tienen a manejarse en bloques ideológicos y donde la risa y la ironía han tenido pocos colores.

Pienso en Nemesio Canales (Paliques, 1913), en Palés Matos (Tun tun de pasa y grifería, 1937), en Luis Rafael Sánchez, (La guaracha del Macho Camacho, 1976) y Ana Lydia Vega, (Encancaranublado, 1983).

Palabras en Santa María de Pazzis

Esto así porque la crítica poética irónica corroe las ideologías establecidas. Jan Martínez la trabaja en todos sus libros, pero se hace más evidente en Prosas (per) versas y en El sur y su siniestra en los que los aforismos le dan la entrada a un personaje cínico, nihilista: Ignacio Dorna, quien es un heterónimo o una representación de la voz del autor. Allí conviven Schopenhauer y, con su falta de fe en el proyecto humano, Nietzsche con su nihilismo y el dardo del rumano Emil Ciorán.

Si en el libro Jardín podemos encontrar su poética poblada de tiempo, de imágenes, de lugares recorridos por la vida, de un tiempo vivido que buscan contraste con el paisaje y con la naturaleza caribeña, en Palabras en Santa María de Pazzis tenemos a un poeta metafísico que hace dialogar a la vida y la muerte como entes cotidianos; en sus textos la igualación destruye las pretensiones humanas y todo se convierte en polvo, en nada.

Allí dialogan los vivos y los muertos, los cobardes y los egoístas, los patriotas y los perversos y, al final, todo es destruido por los heraldos de la muerte.

En síntesis, la obra es un diálogo poético con Francisco de Quevedo, con Jorge Manrique, una elegía a la vida vivida en la isla, una mirada al cielo y al mar con sus azules y una ciudad que, al lado del cementerio, olvida la fragilidad de la vida y el tiempo que corre irremediablemente hacia la muerte.

Dos ciudades convergen: la de la vida y la de los finados.

Reconocimiento

El poeta ha encontrado también el reconocimiento como el primer premio de poesía al libro Dibujos de fuego en el certamen de La Casa Cultural Dominicana en Nueva York en 1985 y el Premio Nacional de Poesía del Instituto de Literatura Puertorriqueña con el libro De tanto mirarte la espuma, en el que tiene un diálogo con el mar.

El mar de la isla y con El contemplado (1946) de Pedro Salinas que encontró en ese mar la extensión del Océano. La poesía de Jan Martínez los soliloquios de un amor que se visten de una poesía hermosa como la tradición parnasiana, maravillosa y cotidiana; poesía que tiene un decir en lo popular atenuado por el irracionalismo, por la perplejidad de lo nuevo que no siempre encuentra un referente fijo.

Esta poesía, que es pura como el agua y en la que se encuentra el paisaje de la Isla, sirve como atalaya para ver los trabajos del poetizar de un vate dentro de su tradición de su cultura y de la gran cultura de la lengua, del decir hispánico.

En esta Summa de Jan Martínez, la poesía nos convoca a la fiesta de su imaginería y como mago que convierte palabras en espejo nos deja el azogue de una mirada a nuestra condición de seres en el mundo, en un tránsito de la vida a la muerte, solamente conjurado por el poder del arte.