Jeannette Miller: Identidades de mujer en su narrativa. Ámbitos y conciencias en su libertad de creación

Jeannette Miller: Identidades de mujer en su narrativa. Ámbitos y conciencias en su libertad de creación

Por: Isabel Z. Brown
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Color de piel es la novela más reciente de Jeannette Miller. Salió en 2019. La lectura de la novela evoca las palabras de la misma autora en su ensayo: “Novela dominicana: historia e identidad” publicado en País Cultural en 2021: “…la novela dominicana resulta en su mayoría una reacción a la realidad social, política y cultural que nos ha tocado vivir lo que ha establecido una búsqueda de lo que somos en las variables que hemos registrado como respuestas a lo largo de nuestra historia”.

En la introducción a la novela Alcántara Almánzar describe Color de piel “como un espejo en el que se reflejan los pasajes más dolorosos del país- la dictadura totalitaria, la ocupación norteamericana, la represión posbélica y la violencia provocada por la contrainsurgencia, las luchas en la universidad estatal por el aumento presupuestal, la protagonista, aferrada a su dignidad como estandarte, arrebata a la memoria momentos cruciales de su biografía personal”.

Esos recuerdos cubren cuatro generaciones de una familia de sociedad y abolengo y presentan un cuadro doble: por un lado, está la niña, llamada Isabelle, recordando su pasado que aunque no tradicional por la falta del padre y de la madre, está repleto de amor, atención, y cuidado y por el otro está la historia de Tedy, el padre. artista, poeta, músico, seductor y amante de la pesca y del trago.

La niña era una de tres hermanas criadas por dos tías abuelas, por la abuela y varias niñeras. La niñera de más impacto se llamaba Estela: “alta, gorda, limpia y negra, tenía poco pelo y casi no le crecía, pero ella se lo planchaba con unos peines de hierro que primero calentaba al fuego y el cabello le quedaba muy bien…Estela fue la que nos crio y nos dio costumbres.

Desde chiquitas nos instruía para que nosotras mismas nos aseáramos tres veces al día, a lavarnos las manos antes de comer, a no hacer pipí en casa ajena, a no repetir si nos brindaban algo, a no velar a los que comían y nunca pedir…. También nos advirtió que no se dormía en la cama de otro, y mucho menos nos sentáramos en las piernas de los varones, ni que fueran tíos, padres o abuelos, porque, y esto lo decía abriendo los ojos y adoptando un tono de voz muy grave: -El diablo tienta”. El padre de Isabelle y sus hermanas se llamaba Tedy Jacob.

Fue misteriosamente desaparecido un día que salió de pesca con su compañera y unos sobrinos de ella. En el prólogo de la novela que lleva como título Hablando Sola, Isabelle explica que de las tres hijas es a ella que más le impactó la muerte y consecuente ausencia total de su padre. Una tragedia a la cual no ha sabido superar.

“El asesinato de mi padre, pero más que eso, su inconformidad ante el abandono del suyo, me habían convertido en eslabón de una cadena de infortunios que él alimentó haciendo lo mismo con nosotras sus hijas, de las cuales parece que solo yo heredé el corazón abierto por esas heridas que duelen sin tú saber por qué.

A partir de entonces mi vida ha sido una cadena de tanteos, de errores repetidos, reiterados, como si nunca hubiera podido tomar conciencia de que se aprende del dolor. Muertes, bombas, cárcel, exilio, matrimonios, divorcios, al fin hijos y de nuevo la soledad que es una condición interna que vives y acabas por necesitar como la defensa ante todo lo que quiere que te penetre, protegiendo una seguridad construida a base de rechazos”.

Esta novela tiene una vigencia muy importante para nuestros días. Inesperadamente se traslada a Savannah, Georgia en los años del principio del Siglo XX para ser precisos, en el año 1916, y las primeras palabras del texto son: Don’t Shoot him, don’t Shoot him – los gritos desesperados de una madre negra implorando delante de cinco hombres blancos del Ku Klux Klan que acaban de matar a su hijo por el “quítame esa paja”; por el profundo y despiadado racismo que hierve en la sangre de muchos hombres y mujeres y que con sangre fría despacha a otro ser humano solo por el color de su piel.

La novela termina otra vez en Savannah, Georgia y otra vez con los gritos imploradores de una mujer: Don’t Shoot him, Don’t shoot him “mientras el negro bajaba el vidrio del vehículo y el policía blanco le tiraba a la cabeza” y lo mataba por el color de su piel.

Lo del color de la piel funge implícitamente en la vida de Isabelle y su padre Tedy. La bisabuela de Isabelle, Adelita, se quedó deslumbrada con lo buenmozo y simpático que aparentaba Peter Jacob, un soldado músico que tocaba la flauta en la Banda de Música del ejército invasor que había llegado como parte de la invasión de 1916. Peter Jacob era de piel blanca y sus ojos eran azules, su pelo rubio.

Violeta, la abuela de Isabelle, que era en ese tiempo una cantante de ópera celebrada y además muy

bonita a sus diez y ocho años, tenía muchos admiradores, pero su madre, Adelita insistió en que se casara con el muchacho de las tropas invasoras, más que nada por su color de piel. Violeta se casó con él a regañadientes, se fue con él para Georgia, sufrió atroz discriminación racial por el color de su piel de parte de la madre de Peter que la trataba como a una esclava, ya que no le daba de comer, ni ropa, ni un lugar decente donde quedarse. “… cuando traspasó el umbral de madera, la madre de su marido la miró asombrada para inmediatamente increpar al hijo con un tono duro y reprochante donde la palabra nigger se repetía con encono. Luego se dio cuenta de que la negra era ella. La suegra no se cansaba de repetírselo mientras le asignaba los peores trabajos de la casa.

Un día Violeta fue a buscar el retrato de su padre que guardaba en el baúl de cuero repujado que había traído y donde escondía la ropa que no podía ponerse porque la suegra la consideraba pecaminosa y no encontró nada, ni baúl, ni retrato, ni vestidos; luego supo que la mujer había llevado la foto a unas reuniones semanales de activistas racistas, para demostrar a los demás que ella era negra porque su padre era un mulato”. (49) Violeta estuvo con Jacob cinco años y ellos tuvieron dos hijos, Tedy y Robert, a quienes se llevó de regreso a Santo Domingo al escaparse de ahí.

Esta novela de rasgos biográficos describe la vida de los antepasados de Isabelle y luego de su presente hasta que Isabelle llega a ser una mujer madura que reflexiona sobre la soledad, tragedia y tristeza que han caracterizado su vida. A lo largo del texto se dan una multiplicidad de ejemplos del factor del color de la piel y sus repercusiones, algunas horriblemente deshumanizantes como el caso de los haitianos, otros esperanzados como es el caso de la sobrina de Isabelle, hija de su hermana Polly. El esposo de Polly, y cito “no podía ver un negro ni de lejos, aunque en su familia había de todos los colores.

Por eso, Polly creyó que se iba a morir cuando vio a ese prieto en la puerta de su casa. No podía concebir que su hija se casara con un negro. Toda la familia era blanca y no solo blanca, blanquísima… A los seis meses se casaron y el prieto le montó un apartamento de reina.

Quizá ese fue el motivo de que la aversión hacia Rafael fuera disminuyendo. Ya no rechazaba las invitaciones para comer juntos los domingos y se consolaba pensando que este era un país de negros de todos los colores: color teléfono, color café, color chocolate, negro lavado, negro endulzado, mulato, indio, criollo… pues todos tenían el negro detrás de la oreja ya estuviera la oreja cercana o lejana”. (186)
Ángela Hernández Núñez ha escrito que la escritura de Jeannette Miller coincide, a la vez, con el espíritu de escritores, hombres y mujeres, que saben conversar con su tiempo, participar con su época, ‘contaminarse’ de la vida, expresarse tanto en términos de sensibilidad como el de logro escritural; ejercer la mirada crítica y paradójicamente, ser en cuanto persona influyente en su sociedad, un destello de inteligencia y fe realmente esperanzador, estimulante. Están y creen en la estética y en la cultura viva.

Participan en la tradición y la ruptura”.
Estas palabras de Hernández Núñez me llevan a la cuestión del ámbito de su obra. Esta creadora de poesías anti-poéticas y anti-prosísticas en las palabras de Manuel Rueda refiriéndose al lenguaje de una voz poética irasciblemente honesta consigo misma y con su contorno, de una multiplicidad de ensayos y libros de análisis del arte nacional o de crítica social y su obra narrativa cumplen una función didáctica. No nos olvidemos que Jeannette Miller realizó la profesión de profesora por la mayoría de su vida. Adora esta vocación y por lo mismo es adorada ella también por sus alumnos.

En un ensayo de Jeannette Miller que aparece en Textos sobre arte, literatura e identidad, la autora propone que tanto la lectura como la instrucción son vías indiscutibles para el mejoramiento del individuo y por ende de la sociedad. La autora se queja de que “el mundo de hoy está diseñado para que la gente no lea. La cultura, esa memoria vivencial del ser humano que crea en los individuos y en las sociedades hábitos, costumbres y relaciones de pertenencia necesarias para poder contar con una identidad, desaparece detrás de los sueños de una vida basada en patrones foráneos que garantizan a los que nos venden el consumo de los artículos propios de sus formas de vida.

De ahí que se persigue una imagen que no corresponde a lo que somos, una especie de unificación robótica de comportamiento, que en muchos casos cae en lo tragicómico, como por ejemplo cuando un criollo residente en Estados Unidos al venir a su país de vacaciones insiste en hablar un inglés deformado, que a su juicio le aporta superioridad y poder. …resulta que nuestra lengua o idioma, cada vez más rezagada, es la que nos une y define como país y como nación, siendo además la base de nuestra capacidad reflexiva y valorativa. Si la desconocemos, escribe Miller, entraremos a la tecnología llenos de lagunas y de baches, formando profesionales cada vez más mediocres, incapaces de usar a plenitud y de manera enriquecedora los recursos de la era digital.

Y esto porque simplemente no aprendieron su idioma, o, lo es que lo mismo, no aprendieron a pensar”.
El crítico literario italiano Giovanni di Pietro concluye después de la lectura de La vida es otra cosa que “El desamparo de la República Dominicana y su pueblo no tiene que ser eterno. No es un destino o una maldición, como se piensa. Existe una salida.

Esta no se encuentra en los Gobiernos de turno ni en los políticos, sino en esa gente que no está dispuesta a rendirse y que entiende que un futuro mejor está hecho de un cúmulo de granitos de arena, que las buenas acciones, los buenos sentimientos, el altruismo, la dignidad frente a ese mal que todo quiere corromperlo y aniquilarlo”.

Aprendamos de Jeannette Miller, leamos, disfrutemos de todas las oportunidades culturales que existen porque en cada poema, en cada cuento, en cada novela, obra de teatro, cuadro, escultura, en toda representación artística, ya sea de ficción o de no-ficción se nos enseña algo. También nosotros podemos ser los que enseñamos. Por ahí escuché que “ para todo hay un libro”…

Isabel Z. Brown. JEANNETTE MILLER: IDENTIDADES DE MUJER EN SU NARRATIVA. ÁMBITOS Y CONCIENCIAS EN SU LIBERTAD DE CREACIÓN Conferencia en la Feria Internacional del Libro, Santo Domingo. 2023