Fueron sociólogos brasileros y argentinos, especialmente Josué de Castro, Gino Germani, Fernando H. Cardoso, Costa Pinto y otros valiosísimos autores quienes facilitaron el entendimiento de las características del tercermundismo, la dependencia, y el origen y causas de la pobreza y sus diversos patrones de adaptación social. Y fueron chilenos, encabezados por el belga Roger Veckemans, quienes hicieron el intento más formal y programático de atacar los males ligados a la pobreza, mediante proyectos de inclusión a la sociedad de los pobres y marginados, en base a una metodología que tuvo interesantes resultados.
Pero la descripción de los factores, condiciones o variables sociales y económicas que explican la pobreza generalizada en nuestros países fue también analizada por autores de orientación marxista, como Theotonio dos Santos, que desecharon las explicaciones de la sociología burguesa y “comprometida con el imperialismo estadounidense”, y propusieron, durante el surgimiento del socialismo cubano, nuevos esquemas de interpretación y solución a la misma.
No han ido tan lejos folkloristas y antropólogos en cuanto a estudiar ciertos fenómenos culturales urbanos, particularmente los musicales (¿?). Particularmente en lo que respecta a sus vinculaciones, no tan espontáneas, a grupos de poder locales.
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Fue el meritorio Johnny Ventura quien denunció la vinculación entre manifestaciones culturales perversas (a menudo, con pretensiones satánicas) con el tráfico de drogas y con poderes establecidos.
Siendo hecho conocido del pueblo, acaso no tanto de las autoridades, que grandes eventos artísticos son promovidos y utilizados para el lavado de activos provenientes del narcotráfico.
Llama mucho la atención general que no es la parte folklórica del asunto, ni mucho menos las condiciones psicosociales vigentes las que propiamente producen estas “manifestaciones culturales”; cuyas características abiertamente agresivas (y perversas), constituyen una burla a las buenas costumbres, al buen gusto y a nuestras tradiciones familiares y cristianas; o simplemente identitarias, tradicionales y dominicanas. Con características marcadas de “agresión armada”, mediante aparatos y “armamentos de estruendo” operados desde “jepetas”, capaces de grandes daños ambientales, físicos y psicológicos.
Afectando, obviamente, la paz y el derecho al silencio y al descanso de los demás pobres, sus hermanos y vecinos. Aparte del mal gusto y la perversidad verbal y sonora, en tanto elementos de invasión de la territorialidad ajena y la paz del barrio.
Obviamente, que lo “satánico” no solo está presente en el lenguaje y sus sonidos infernales y cavernarios; sino en intentos deliberados de dañar, de imponer al “otro indefenso”, su voluntad de manera violenta; a sabiendas de la indefensión del otro, y de la inoperancia y frecuente complicidad de los encargados del orden y la paz ciudadanas.
Es de esto que hablamos y preguntamos. No de los problemas causados por la pobreza y la marginalidad, ya que no son los pobres los que están detrás de estos negocios, como dijo Johnny, ni se trata de marginados, como hubiese dicho Veckemans.
La iniquidad y la delincuencia no son asunto de moda. Y aunque el diablo también se equivoca, vale todavía preguntarse si acaso es posible encontrar algo de valor en esas expresiones “culturales”.