Entre 1963 y 1965 me introdujo Luis Alfredo Torres a los poetas de su llamada Generación del 48. Puedo decir que con él realicé un curso oral sobre la poesía dominicana. Fue un poeta muy crítico. En la oralidad era más crítico que en los juicios que vertía en sus columnas de crítica de arte y literatura, primero en La Nación y luego en El Caribe y finalmente en la revista Ahora.
A 46 años de aquel primer encuentro con Luis Alfredo Torres, quien me fuera presentado por Armandito Paulino Lapaix, que aspiraba a poeta en aquel tiempo de la pensión de la calle El Conde 22, segundo piso, rememoro la lectura de Orbita inviolable, de Juan Alberto Peña Lebrón, poeta de una obra única, publicada en 1953 y reeditada en la Colección Homenaje de la Editora Nacional en 2018.
Opino que es el libro más importante de la generación del 48, porque al leerlo de nuevo, a la distancia de esos 45 años no solo inscribió la crítica al poder de la dictadura trujillista y sus instancias en forma simbólica, sino que leída esta obra hoy, guarda el mismo tono crítico en contra del sistema social en el que nos encontramos, lo cual indica que la orientación política del sentido de cada uno de los poemas contenidos en Órbita inviolable no ha envejecido con el tiempo. Peña Lebrón es, pues, junto con Luis Alfredo Torres, uno de los dos poetas más importantes de esa generación.
Lo afirmo porque tanto los poemas de La lumbre sacudida (1977), de Abelardo Vicioso, que leí por recomendación de Torres gracias al ejemplar que me prestara mi amigo Arismendy Amaral en 1963, así como los poemas de Trío, de Máximo Avilés Blonda, Rafael Valera Benítez y Lupo Hernández Rueda, tan directos como los de Los centros peculiares (1964), del propio Valera, han envejecido con el tiempo, pese a la defensa a ultranza que de la obra total del grupo de la generación ha hecho Hernández Rueda en el libro homónimo (La generación del 48 en la literatura dominicana. Santiago: UCMM, 1981), como posteriormente en otra obra teórica (Sobre poetas y poesía dominicana. Santo Domingo: SEES y CT, 2007).
Repito: para saber si los símbolos de un libro de poemas han envejecido en el tiempo en que uno lee, basta con reconocer que no son sentidos nuevos o “noticias nuevas”, como lo exigía Ezra Pound y que al lector como que le da vergüenza leer esas puerilidades.
En cambio, con Órbita inviolable y otros poemas no me ha sucedido eso. Mientras más los leo, más sugerencias encuentro y el consonantismo sobre el que están labrados bastan para llamar a Peña Lebrón del poeta del ritmo consonántico de su grupo poético. En él, el consonantismo es el sistema mismo en que se funda la obra. ¿Quién dice que estos versos que copio no se aplican simbólicamente a la realidad de 2019?: «Caminemos unidos o caminemos separados,/ vayamos de paseo o quedemos en casa,/lloremos o riamos,/miremos o cerremos los ojos a las cosas/de este día, de este otoño que bien podría ser primavera o verano,/si el tiempo ágil no fuese un simple muro en ruinas,/donde cabe la muerte y el mundo hace girar/sus rostros desolados, sus rostros ya marchitos: todo traduce una ilusión, una consciente relación/entre las formas simples de la palpable realidad.» (P. 47). Ya en poemas anteriores ha arrancado la sonoridad de los grupos consonánticos /str, tr, br, pr, sp., gr, fr, pl, fr, dr, kr, kl, sbtr/ y todas las formas invertidas de estos grupos consonánticos). ¿Quién dice que el poema “Salutación de Job” (p. 55), “Vértice” (p. 52) y los personajes de la vida cotidiana invocados en esa intrahistoria no son los mismos que en este preciso momento de 2019 disfrutan del becerro de oro, mientras que a los demás sujetos el miedo parece haberles convertido en cobardes con máscaras de adhesión: «Pero ahora yo pregunto:/A este asunto ceñido, a esta inestable sinfonía sin ecos,/a la vida y la muerte, al llegar y al partir/de tantos indecisos momentos, de tantas incontables sospechas,/el temor y el horror,/el decir y el callar, y más allá de todo/tener que ser, aparecer, aplaudir o llorar;» (p. 55). El final de “Vértice” no es menos actual, aunque el libro no cesa de invocar el viejo proyecto liberal clausurado por la dictadura el 23 de febrero de 1930. Y los poemas que evocan este viejo proyecto no lo dicen directamente, como a menudo ocurre en otros poetas denunciadores, sino simbólicamente: «Estos días severos, de calma (a veces llueve), /el hombre se queda en sí mismo, recordando el pasado, /terribles días de soledad, compartiendo el llanto/de lo más amoroso a nuestros ojos, lo imposible» (p. 52). Y en el final, solo existe la negrura de la violencia y el silencio: «Ahora la noche cubre los límites del mundo;/solo el rencor regresa; la agonía/blande su mortal signo, y en las manos/quedan huellas de ayer, pasos, despojos, /y esta cruel tentativa de lo incierto.» (P. 54). No hay salida. Dictadura. Un sistema cerrado.
En “Salutación de Job”, el narrador personaje, ante el callejón sin salida, invoca el magnicidio que de seguro le evocó la memoria de lo sucedido a Lilís el 26 de julio de 1899 y se adelanta a lo que sucedería el 30 de mayo de 1961: «Yo pregunto dormido,/yo pregunto despierto, a medio día,/ en la oscura ciudad, en la calle partida/ por la muerte, en el desvencijado atavío de la suerte,/ en este orden de cosas, de besos sin control,/de medidas, de fiebre, de órganos satisfechos,/ ¿Qué caos, qué rueda de marfil descifra/la última gota de un suspiro, el llanto de un violín,/ la paciencia agotada del hombre perfecto?/Porque ya es necesario, es justo, es suficiente, /tenerlo todo o nada, comunicar lo perdido,/ENTREGARNOS AL ARMA HOMICIDA/DERRIBAR LA BOTELLA, HUNDIR EL DEDO ÍNDICE EN LA MASA,/HUNDIR LA ROTA TABLA, LA ÚLTIMA SALVACIÓN.» (Pp. 55-56) (Mayúsculas de DC).
En “Sistema del destino” (pp. 49-51) se enuncia el mecanismo de funcionamiento de la dictadura, la inseguridad, su sistema represivo que deja miles de muertos: «Porque ya no hay reposo para nadie, / ni de tortura y sombra, ni de llanto;/ no hay reposo en el sueño o en la duda/ de creer o dudar, o en el silencio/que protege, o en la palabra inútil/que solo sirve para festejar cruces caídas (…) Por eso la fatiga se establece/a nuestro alrededor, girando ciega,» (p. 50). Y el narrador nos previene sobre la situación, producto del destino griego: «Este es el mundo y su color, su perfil bajo lluvia o entre llanto:/ sombras chinescas de odio, gris y estaciones frías/donde el hado preside defunciones de gritos, / tentativas frustradas, lamentos del final, / y en torbellino loco todo gira,» (p. 51).
La poética cuando aborda una obra, no es nunca exhaustiva. Planteo que los “Otros poemas” de Peña Lebrón, escritos antes de la publicación de su obra en 1953, fueron una preparación de Órbita inviolable y son símbolos de la conciencia y la esperanza que germinará posteriormente y cuyo ritmo consonántico ha tenido una influencia palpable en otro poeta importante posterior: Cayo Claudio Espinal, sobre todo en su poema “Acontecen neblinas”, reminiscencia de “Medianoche II-III y “Preludio gris”. El mismo consonantismo literal invertido, presente en los “Otros poemas” se encuentra en letras patentes en Órbita inviolable.
Opino que es el libro más importante de la generación del 48, porque al leerlo de nuevo, a la distancia de esos 45 años, no solo inscribió la crítica al poder de la dictadura trujillista y sus instancias en forma simbólica, sino que leída esta obra hoy, guarda el mismo tono crítico en contra del sistema social en el que nos encontramos, lo cual indica que la orientación política del sentido de cada uno de los poemas contenidos en Órbita inviolable…?