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Cuando Juan Bosch regresó del largo exilio en el otoño de 1961, le correspondió anunciar las buenas nuevas: orientaciones sobre democracia y justicia social, y la necesidad de un cambio. Impulsó el paso del pueblo de su posición de observador desde las gradas, al escenario como actor-sujeto histórico de su destino. En su discurso de ese día, 20 de octubre, manifestó:
“Llega una hora en que no se puede sufrir más, en que no se puede humillar más […]. Somos una tierra pequeña […]. Solo podemos engrandecernos por el amor, por la virtud, por la cultura, por la bondad. Dominicanos de todas las razas, de todas las clases sociales, de todas las categorías oficiales o no, hagamos un alto. (..) que podamos sacar de mi humillación, si es necesaria, y de la disposición de ustedes, que es imprescindible, una fórmula de convivencia democrática”.
En su literatura, don Juan hace sentir al lector el paso descansado y grave de sus personajes, lo amargo de su queja, el desprendimiento y la entrega del hombre sencillo que lucha contra un destino adverso e implacable. La realidad es observada desde la óptica del sufriente, del doliente, del desamparado que muchas veces se torna en el lector mismo, a quien le cede su puesto el protagonista olvidado, adusto y solitario.
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Fue maestro del arte de escribir, donde se destacó por instar a la realización diáfana y fuerte; sus cursos llegaron a tener tal impacto, que tuvo participantes de la talla de Gabriel García Márquez.
Sus cuentos «Luis pie», «La muchacha de La Guaira», «El hombre que lloró» y «La mancha indeleble» son muestras del respeto y apego que Bosch sentía por sus raíces latinas, y de su consabida indignación por la opresión, el abuso y los estereotipos. «Dos pesos de agua», «En un bohío», «La Nochebuena de Encarnación Mendoza», son también otros ejemplos de indignación. El autor dominicano Manuel Matos Moquete ha publicado La dominicanidad indignada en los cuentos de Juan Bosch, obra que trata sobre esta lucha que nuestro autor comunica en su literatura.
En su obra brillan la riqueza del Caribe, la multiculturalidad y los matices de esa zona, desde donde se esparció la semilla de una nueva cultura mezclada, a todo un continente.
Hoy, en el contexto de los aniversarios de las independencias latinoamericanas, han vuelto a despertar los sueños de Bolívar, ese que un día, a través de la pluma de Neruda declarara: «Despierto cada cien años cuando despierta el pueblo».
Al explicar que, a mediados de la década de los 60, los Estados Unidos destinaba al campo militar más de la mitad de sus recaudaciones, y señalar cómo contribuyen los países europeos más desarrollados al mantenimiento y a la expansión del pentagonismo, sin que sus ciudadanos entonces tuvieran que ir a las guerras desatadas por el complejo militar-industrial, Juan Bosch llega a advertir el acecho de una conflagración mundial: «En este sentido, la responsabilidad de los estadistas de los países más desarrollados en la porción capitalista de la tierra es en verdad abrumadora, pues caer en ese vórtice es una manera de ayudar a precipitar una guerra catastrófica para todo el género humano; y no puede haber duda de que las pequeñas guerras controladas que el pentagonismo necesita para mantenerse vivo acabarán conduciendo inexorablemente hacia una guerra planetaria.»
A preocupaciones como esa, ya Martí en el siglo XIX, como símbolo de los indignados de su tiempo, evocaba una respuesta a la escalada guerrerista de entonces: «Más valen trincheras de ideas que trincheras de piedras».
Bosch fue muchas cosas: profundamente duartiano, martiano, hostosiano, bolivariano, símbolo de indignados y creadores de mundos nuevos.