Por su aspecto físico, su postura en favor de la justicia y al lado de los desposeídos, su afición al jazz o al box, su amor a la lectura, por los gatos, o su depurada técnica literaria, el argentino Julio Cortázar fue un personaje fuera de lo normal, lo que se entiende por las múltiples lecturas que acumuló a lo largo de su vida y su incansable práctica escritural, lo que le llevó a ser un renovador de la novela y del cuento.
La columna vertebral del autor se puede encontrar en el uso y trato del lenguaje, desde el cual revoluciona lo que hasta su tiempo se conocía en ambos géneros literarios, y lo que él mismo llamaba La teoría del túnel, del que incluso escribió un texto, y que consiste en horadar la zona de confort, lo que la gente en general tiene como normal, para mostrar que puede existir otra realidad y sorprenderla con ella.
Eduardo Casar, poeta, ensayista y prosista, doctor en Letras por la Universidad Nacional Autónoma de México, donde es profesor; colaborador en suplementos y revistas, y conductor de programas culturales para radio y televisión, recuerda en charla con Litoral que el autor nació en 1914 en Bélgica, debido a que su padre era diplomático, que realizó sus estudios en Argentina, donde se desempeñó como profesor en una escuela del interior del país. Sin embargo, siempre tuvo ese acento gutural cuando hablaba.
Ya su apariencia física lo destacaba de los otros: medía 1.93 metros, sus ojos estaban muy separados y eran claros, lo que le daba un aspecto felino a su rostro. Era muy introvertido, por lo que se dedicó mucho a la lectura, lo que le generó una gran cultura y explica lo que es como escritor. Empezó a publicar sus obras al iniciar la quinta década del siglo XX, desarrollando desde entonces un estilo muy interesante que sorprendió a los lectores de entonces y lo sigue haciendo actualmente.
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EL ESTILO CORTÁZAR
Como se mencionó, el juego y el lenguaje distinguen el estilo Cortázar. Al realizar un juego de las palabras estas se interrelacionan, crean resonancias, desplazamientos y sensaciones en el lector, acota Casar, quien recuerda que su primera novela, Los premios, trata de unas personas que entran a un concurso y lo ganan, y el premio es un viaje en barco en el que se sucede una serie de acontecimientos imprevisibles. Para Julio ese barco es la literatura, en la que nunca dejó de jugar.
Pero para realizar ese juego es necesario ser un dominador de sus reglas, del lenguaje, y el escritor argentino fue un escritor excelso, lo que logró con un proceso de entrenamiento a través de múltiples ensayos que practicó en su prolífica tarea epistolar. Como todo escritor, entrenaba muchas horas la escritura, el lenguaje, para “aflojar músculos”. Son “rounds de sombra”, juegos, intercambios de ideas, conceptos, con otros escritores. Así, cuando publica un cuento, antes ya ha escrito muchísimas páginas al ritmo de una máquina de escribir mecánica, que es diferente al de una computadora. Además, en sus piezas mostró el habla argentina, que es tan particular como la mexicana, la universalizó.
SU OBRA: LA NOVELA
Su obra puede ser dividida entre la novela y los cuentos, siendo los más depurados de su estilo los publicados en la década mencionada y de la segunda la más conocida y representativa es Rayuela (1963), cuya historia es vaga, que trata de las relaciones de un grupo de amigos en París, sus pláticas del día a día. Sin embargo, está llena de referencias culturales, construida con recortes de muchas cosas, como un collage, un rompecabezas que el lector debe armar desde su imaginación la trama, con lo que toma una mayor participación en la hechura el libro, ya no es simple lector, seguidor de una historia.
Un punto importante en esta obra es la crítica que hace a las relaciones humanas en la realidad, con lo que Cortázar demuestra que fue un extraordinario destructor de la realidad, de la percepción que se tiene de ella, lo que encaja con La teoría del túnel, es decir, había que perforar, horadar, destruir lo que la gente tiene como certeza de la realidad y a partir de la cual construyen la estatua de su propio conocimiento, para que el lector se dé cuenta de que hay otra, más allá de la aparente. Es decir, era un provocador y creador de nuevas realidades.
Esta novela muestra también que la columna vertebral de su obra es el juego, lo hace con la estructura y con el lenguaje, como se ve con el capítulo 68, donde integra palabras que inventa con otras existentes para describir un encuentro amoroso. Este ejercicio sin duda lo retomó de Oliverio Girondo, poeta argentino de principios del siglo XX, que hacía lo mismo, y no es casualidad que el personaje central de la novela es Horacio Oliveira, una especie de homenaje al bardo.
El juego que caracterizó a la obra cortazariana está presente desde su primer libro hasta el último, que es Los autonautas de la cosmopista y escribió con su esposa Carol Dunlop, en el que relatan un viaje que hicieron al sur de Francia cumpliendo una serie de juegos, lo que fue hecho para que el periplo tuviera sentido.
LOS CUENTOS
Cortázar publicó ocho libros de cuentos, que contienen un centenar de piezas. Antes de Rayuela había publicado varios libros de cuentos: Bestiario, Final de juego y Las armas secretas, que contienen piezas sorprendentes caracterizados por un final en el que todo lo que habíamos pensado como lectores lo cambia o “nos quita el tapete”, por lo que se trata de piezas maestras, innovadoras, y el lector se queda atrapado por su estilo único.
Después de la novela mencionada, publicó otros libros de cuentos en los que el autor juega con su propio estilo y el lector ya espera un final sorpresivo, por lo que se puede hablar de un estilo antes y otro después de Rayuela, y los primeros son los que todos recordamos, como La noche boca arriba, Casa tomada y Después del almuerzo.
CRONOPIOS Y FAMAS
Igualmente sucede con Historias de Cronopios y de Famas, una detonación a lo cotidiano, las costumbres, actitudes y otras cosas que hacemos todos los días, Cortázar las denuncia, horada y busca un lado no visto. Las reclasifica: los Cronopios son los locos con libertad de actitud y acción, hacen cosas más insólitas, audaces, inauditas, raras, menos previstas; todo lo contrario de los Famas, quienes cuidan la fama, son toda pulcritud y rectitud, ajustados al sistema. Lo interesante es que en esta clasificación cabe gente del sur o del norte del hemisferio. En su tiempo, además, motivó a que las personas se identificaron con uno o con otro, para bien o para mal.
Pero existe un personaje intermedio, los Esperanza, que en sí es una palabra muy fuerte y Cortázar la usó como una especie de amortiguador entre los Cronopios y los Famas, quienes, por cierto, no pueden existir el uno sin el otro, no se notaría el contraste.
CORTÁZAR Y EL JAZZ
El mencionado capítulo 68 de Rayuela no se entendería sin el ritmo que lleva intrínseco, que funciona como argamasa de la pieza, y es similar a una pieza de jazz, otra de las pasiones del escritor. En el ritmo sincopado hay una interrelación de las piezas, un diálogo entre las partes o instrumentos, con improvisaciones. Hay independencia de voces que, juntas, hacen posible la totalidad de la obra.
Cortázar, quien tocaba la trompeta y se consideraba un “músico frustrado”, lo llegó a confirmar en una entrevista: el jazz me influyó “mucho. Me enseñó cierto swing que está en mi estilo e intento escribir en mis cuentos, un poco como el músico de jazz enfrenta un take, con la misma espontaneidad de la improvisación”.
Incluso, existe un cuento suyo dedicado a un músico de jazz de su gusto, Charlie Parker, titulado El perseguidor, que aborda la vida de un músico. Pero se trata de un cuento muy realista, no existe exaltación, no hay nada fantástico, el personaje, Johnny Carter, no se convierte en ajolote o algo parecido, lo que hace Cortázar es tratar de imitar al jazz, es decir, intenta improvisar como en ese ritmo en el que los músicos tienen una partitura, saben a dónde van, pero sucede la improvisación, el diálogo entre instrumentos, para después volver a la tonada y construir una pieza. En dicho cuento, la hazaña es admirable.
OTROS GUSTOS
Cortázar tenía otros gustos, que combinó y le sirvió en su literatura, el primero son los gatos, lo cual se entiende por el rostro felino que el propio autor tenía y por toda la carga simbólica que han tenido a lo largo de la historia. Otro es el box, del que era apasionado y se gestó en su infancia. Esta inclinación debe entenderse por ser un deporte emocionante, lo que completaba la persona delicada, callada, tranquila, que era. De este gusto, baste recordar que su primer libro, Los reyes, tiene como trama una lucha entre dioses griegos, entre Teseo y el Minotauro, en la que gana el último.
(FUENTE: www.capitalmexico.com.mx)