La noticia nos llenó de espanto, horror e indignación, ya que solo una persona fuera de sus cabales, producto de una enfermedad mental o de la ingesta excesiva de alcohol o el consumo de drogas narcóticas, trata de violar sexualmente a su propia madre.
Ocurrió en el sector Jarro Sucio, en Moca, donde Darío Antonio González, de 51 años, fue sorprendido por sus vecinos, que acudieron al lugar tras escuchar los gritos desesperados de su madre, una anciana de 75 años postrada en una cama a causa de una enfermedad, cuando trataba de violarla sexualmente, razón por la cual lo golpearon, lo redujeron a la obediencia y lo entregaron a la Policía.
Los agentes lo trasladaron al cuartel policial del municipio cabecera de la provincia Espaillat, donde horas después fue encontrado muerto y su cadáver llevado al hospital Toribio Bencosme, donde se informó que falleció a causa de “un paro cardio-respiratorio por trauma en la región abdominal”, según consta en el certificado expedido por el médico legista.
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¿Tuvieron algo que ver con su muerte los golpes recibidos de parte de sus enardecidos vecinos? ¿También lo golpearon los agentes que lo trasladaron al cuartel policial, o fueron los otros presos los que se ocuparon de ajustar cuentas con el violador? ¿Pudo el remordimiento por la atrocidad cometida contra su progenitora provocarle ese paro cardio-respiratorio cuando recuperó la lucidez y se dio cuenta de lo que hizo?
Es muy probable que eso nunca lleguemos a saberlo con certeza, pues dudo mucho que haya alguien interesado en realizarle una autopsia al cadáver para determinar las verdaderas causas de su fallecimiento o en investigar qué pasó cuando estaba bajo custodia policial. Pero estoy seguro de que mucha gente pensará, al enterarse de su muerte y de lo que le hizo a su madre, que se trató, simple y sencillamente, de justicia divina, que aunque dicen que suele tardar en llegarle a los vivos en este caso fue inmediata y fulminante.