Estados Unidos enfrenta una época de polarización social preocupante. Los discursos de odio son el pan de cada día de los activistas políticos extremistas. La fragmentación de la sociedad norteamericana es un carril ferroviario sin frenos, y el colapso de su economía es una preocupación global que mantiene a decenas de millones de estadounidenses e inmigrantes pendientes de su política interna.
Eventos sucesivos han sido parte del foco de atención mediática, desde el debate fallido que puso en aprietos al litoral demócrata, hasta el disparo milagrosamente esquivado que impactó directamente en una renuncia y terminó posicionando a una vicepresidenta carismática, pero poco conocida, frente al electorado. Ese hilo de hechos provocó que el debate del pasado martes 10 de septiembre tuviera una audiencia de más de 65 millones de personas, según reportes de la cadena ABC News, sin contar las reproducciones posteriores, que de seguro triplican los views inicialmente contabilizados.
Pero hablemos del debate. Contrario a lo que los fanáticos republicanos intentan posicionar, la gran sorpresa de la noche fue el excelente desenvolvimiento de Kamala Harris, ya que el accionar de Donald Trump es previsible: cifras adulteradas, ataques personales, imprecisiones económicas y políticas, como incontinencia verbal. Sin embargo, vimos a una Kamala centrada, desglosando parte de su programa de gobierno, respondiendo con sapiencia las imprecisiones de su adversario y exponiendo los planteamientos de Trump, que carecían de evidencia frente al electorado. Desde mi perspectiva, un momento cumbre de la mitomanía compulsiva del expresidente fue cuando afirmó que algunos bebés están siendo sometidos a “ejecuciones” después del nacimiento, una exageración que provocó que la conductora del debate, Linsey Davis, tuviera que aclarar diciendo: “No hay ningún estado en este país donde sea legal matar a un bebé después del nacimiento”.
Es imposible no reflexionar sobre lo visiblemente afectada que está la democracia estadounidense. En los últimos procesos electorales, la indefinición del votante ha estado entre dos vertientes parecidas: votar por el menos malo de los candidatos. No nos podemos engañar, Trump es la encarnación de la frustración acumulada durante décadas de malas decisiones en los distintos ámbitos de la vida democrática norteamericana; es esa voz que se atreve a decir lo que muchos en silencio murmuraban; es ese político inescrupuloso que sabe que juega con fibras sensibles de una sociedad que él, primariamente empresario exitoso, conoce muy bien.
Sin embargo, Kamala representa estabilidad política, reflexión interna de cara a cambios necesarios para garantizar la estabilidad democrática del país en el tiempo y, sobre todo, la unidad de todos los estratos sociales: ciudadanos e inmigrantes, negros o blancos, sin distinción de preferencias sexuales. Es la política que asume el rol de unificar la polarizada sociedad estadounidense; es la mujer que, después de su desempeño en el debate, probablemente le tocará ser la primera presidenta de los Estados Unidos.