A propósito de las transcurridas fiestas patronales de San José de Ocoa, que culminan esta noche, conocimos la vivienda de doña Carmen, un nostálgico rincón donde el tiempo parece haberse detenido.
A sus 85 años, Dignora González, viuda de Sánchez, cariñosamente doña Carmen, mantiene una energía contagiosa y una vida activa. Realiza las tareas de su hogar, disfruta viajar, pasear por el pueblo, ir a misa y compartir con vecinos. Es un ejemplo de cómo el ayer y el presente pueden convivir en armonía, sin perder la esencia.
Al cruzar la puerta de su refugio, nos recibe una lámpara de gas, fiel testigo de las noches de antaño, cuando la electricidad era un lujo. Seguramente, esa lámpara guarda historias fascinantes de su vida y eso le provoca nostalgia porque al mostrárnosla el brillo en sus ojos cambia.
En un rincón, muñecas de porcelana con delicados vestidos de encaje parecen custodiar el tiempo. “Eran de las favoritas, antes de que llegaran las de plástico”, recuerda con ternura. Cada una parece contar historias de juegos tranquilos, de risas infantiles en tiempos sin pantallas ni tecnología.
El corazón de la sala es un teléfono negro, de esos que giraban con paciencia del 0 al 9. “Antes, cada llamada era especial, porque ese ritual le daba importancia a las cosas”, asegura mientras acaricia el aparato.
En su patio, descansa un anafe antiguo, que doña Carmen ya no utiliza, pero conserva como una reliquia. Este objeto, junto con el lavamanos antiguo que sí se encuentra en uso, son testigos de un estilo de vida antiguo, donde la sencillez era el mayor lujo.
En su habitación, maletas de cuero gastado reposan en un rincón, ahora convertidas en piezas de nostalgia. “Estas maletas me recuerdan mis primeras salidas del país”, dice. Mientras tanto, en su cocina, las vasijas de épocas pasadas se han transformado en piezas finas, tratadas como si formaran parte de la colección de un museo.
Cada rincón de la casa, ubicada en la provincia de San José de Ocoa, invita a viajar al pasado, celebrando los valores y las historias que construyen el presente.
Y, como telón de fondo, un tocadiscos descansa orgulloso en una de las mesitas de su sala. En él, doña Carmen ponía sus boleros y merengue.
Esta casa no es solo un hogar; es un refugio de memorias, un museo viviente que guarda los valores y las historias de una época que, aunque parece lejana, vive en cada rincón. Con cada detalle, doña Carmen nos enseña que el pasado no se pierde, sino que se conserva cuando alguien lo atesora.
Mientras regresamos al bullicio de las fiestas patronales, con sillas portátil en mano, para disfrutar del último concierto esta noche, tenemos la certeza de que algo ha cambiado en nosotros.
Doña Carmen no solo nos abrió las puertas de su casa, sino también las de su alma. Nos recordó que, en un mundo de constantes cambios, hay valores y memorias que siempre deben quedarse con nosotros.
La casa de doña Carmen es familiar, no es abierta al público.