La cicatriz a medias, la poesía de Vanessa Droz

La cicatriz a medias, la poesía de Vanessa Droz

Para adentrarnos en la poesía de Vanessa Droz (Vega Baja, Puerto Rico, 1952), me centraré en la noción de “desterritoriar” el canon presentada por Federico Irizarry Natal en su análisis de la poesía puertorriqueña de las últimas décadas (Este juego de látigos sonrientes, 2015). El afirma que el canon fue sacado de sus referencias a la tierra, a los problemas de la construcción nacional, en la escritura poética de la década del setenta. No hay la menor duda de que esto es así. Lo que me propongo es ver ese cambio de la poesía e introducir una explicación que debo a Ramón Luis Acevedo.

Si la tradición poética puertorriqueña se encuentra y “arde» en la propuesta de La cicatriz a medias (1982), como afirma en la presentación Arcadio Díaz Quiñones, este libro es una buena invitación a recorrer ciertas estaciones en la poesía puertorriqueña que nos permitan ver sus variaciones en el tiempo. El tema de Puerto Rico es central en la tradición fundadora, desde Santiago Vidarte a Gualberto Padilla y Gautier Benítez, en el siglo XIX.

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El canon literario del 1930 retoma la escritura anterior para lanzar otro movimiento fundacional: el del culturalismo en que la literatura puertorriqueña va formando un canon, una lectura y una lista privilegiadas, afianzadas en la disonancia del período desarrollista entre 1950-1970. La mirada de la literatura como un centro cuyas fuerzas se agrupan en la noción nacional, no es la única en la escritura de los poetas puertorriqueños. Por ejemplo, la poesía del sesenta (Grupo Guajana) no es solamente poesía comprometida. Ellos cambian y actualizan la tradición. Palés no es solo poeta negrista, sino poeta social y poeta del amor, por lo que me parece fundamental ver esas variaciones como ha observado Ramón Luis Acevedo. La tradición de la poesía puertorriqueña en su riqueza desborda muchas veces las formas esquemáticas que buscamos para explicarla.

El grupo de escritores del setenta, reunido en torno a la revista Ventana, le da un aire nuevo a la poesía puertorriqueña. Yo lo veo en una dinámica que si bien se opone a la poesía comprometida de los sesenta, retomó aspectos fundamentales de la tradición poética. Estos talantes pueden analizarse en la ruptura hispanoamericana del modernismo. Consiste en instalar o desinstalar la “máquina” de Rubén Darío.

Esa máquina la emplaza Darío con su giro hacia la poesía francesa. Y remite al parnasianismo y al simbolismo. La idea de que la poesía debe ser bella se “territorializa” en el mundonovismo, con nuevos cambios en la evocación de nuestra modernidad política y el ascenso imperial de las primeras décadas del siglo XX. En Puerto Rico, esa tendencia va desde la poesía de José de Jesús Domínguez (Las huríes blancas, 1886) a la poesía de Luis Llorens Torres. La poesía territorializada está en Llorens Torres y el Luis Pales Matos, en Chevremont y el Corretjer. Julia de Burgos la retoma en la década de 1930. Así que cada poeta toma un partido dentro de la tradición para subvertir la escritura e innovar la expresión poética.

Si los de Ventana desterritorializan la tradición no es lo más fundamental en el movimiento que encabezan José Luis Vega y Salvador Villanueva. Para mí, su logro está en dialogar de nuevo con la tradición hispanoamericana. Volver a desmantelar la “máquina” de Rubén Darío desde el lenguaje cotidiano. Además de representar una realidad muy cercana: buscar esa vanguardia latinoamericana que nos lleva a poetizar lo que pasa y lo que ocurre. Es la poetización del instante. Sin embargo, mientras eso ocurre, Vanessa Droz está haciendo otra poesía. Está volviendo a una nueva tradición que retoma la idea de la poesía como perfección formal. Como nueva tradición de América en Los contemporáneos mexicanos. De ahí que le cae bien la desterritorialización del setenta. No es la suya la poesía comprometida con las ideas nacionales, sino con la poesía que funda la poesía puertorriqueña. La idea de fundar la literatura puertorriqueña es de René Marqués. La idea del escritor puertorriqueño empinado en la tradición de América viene de Llorens.

Entonces, y sin quitar mérito a ninguna de estas estéticas, creo que el valor de la poesía de Vanessa Droz en La cicatriz a medias es el de darle un aire a la poesía puertorriqueña a la vez que trabaja en su propia tradición y la hace “arder” como afirma Díaz Quiñones. Trabajar la tradición desde la noción de una voz que se sabe isleña, desde una visión de náufrago de la isla. Es la suya una revisita a Luis Palés Matos para reinventar a Fili-Melé, la mujer amante, deseada, huidiza, letrada o apalabrada en el poema.

Su escritura es hipertextualizar a Gorostiza, a Villarurrutia. Es la “muerte sin fin” de un sujeto entre el agua y la sexualidad. Dos aspectos que vuelven al discurso femenino. Es la construcción de la mirada femenina en una poesía de una larga tradición, muchas veces obliterada por los ruidos de la ciudad letrada. Mujeres que han inventado otra manera de decir lo femenino. Entran en la tradición de Julia de Burgos y el agua. La Julia del agua de Pedro Mir.

También podemos decir que La cicatriz a media es un libro en que el erotismo rompe las amarras que han sujetado el decir femenino. La voz libérrima que construye Julia de Burgos aparece aquí de una manera distinta. Es poderosa, pero a la vez es muy intelectual. No desviste el cuerpo. No representa, sino que simboliza a través de la figura a la vez que muestra el interés fundacional de la autora por el arte. Es escultura. La poesía de Vanessa tiene ese sentido de orfebrería, de arte visual que no busca la imagen socorrida del cuerpo sin pasar por el símbolo.

Mientras que José Luis Vega cambiaba su escritura de Comienzo del canto (1967) a una poesía más cotidiana, dentro de una estética que buscaba contextos cercanos para decir lo que el poeta como cronista sentimental ve. Mientras Salvador Villanueva busca el vanguardismo en un existencialismo cruzado por la surrealismo, Vanessa Droz explora una tradición en la que dialoga con el pasado de la poesía puertorriqueña, se inscribe en una tradición latinoamericana, a la que José Luis Vega retornara con Bajo los efectos de la poesía (1986). Pero el paralelismo no es del todo completo si no vemos la escritura de Droz dentro del decir de las mujeres de su época.

Por otra parte, hay un péndulo estético en la poesía de autoras fronteras como Luz Ivonne Ochart, de Rantaplán (1974), como existe en la escritura de Ángela María Dávila (Animal fiero y tierno, 1977). Si la cotidianidad entra en la poesía de Dávila, no debe dejar de verse lo popular, la vuelva a Llorens y a Corretjer. Como la poesía española del renacimiento con Chevremont. A la altura de Francisco Matos Paoli. Pero esta es, a veces, una poesía más territorializada. En Vanessa Droz la poesía vuelve a buscar una altura que no se encuentra en el decir y el significar, sino en simbolizar una forma. Es su escritura una lengua que busca una forma poética. A la vez que empuja los cimientos de una tradición que se hace y se deshace en el tiempo
(continuará).