Todo invento técnico tiene en perspectiva una importancia integral en el desarrollo y posterior evolución del hombre. Ha habido técnicas magníficas de extraordinario desarrollo que se han perdido luego de logradas o desaparecieron y hubo que redescubrirlas de nuevo.
De ahí que, no basta que se invente algo en cierta fecha y lugar para que el ingenio adquiera su verdadero significado técnico. Así vemos que hubo de pasar mucho tiempo para que, la pólvora y la imprenta, después de ser inventadas por los chinos, el hombre europeo las empleara para algo verdaderamente apreciable por su impacto social y cultural.
¿Qué utilidad, entonces, podríamos obtener potencialmente de la técnica en relación a la ciencia en esta nueva era de las redes sociales y el ciberespacio?
Los algoritmos han evolucionado de manera semejante a como lo han hecho—y están haciendo—los organismos biológicos, sólo que en períodos mucho más cortos.
Un ejemplo clásico de la vertiginosa evolución de los sistemas digitales es el programa que ordena alfabéticamente caracteres. Se hace competir una serie de programas generados con instrucciones aleatorias; luego se seleccionan diez por ciento de aquellos que por lo menos ordenaron dos letras correctamente; estos se reproducen por el concepto de recombinación, que de alguna manera es análogo a la reproducción sexual, ya que se toman dos programas y se intercambian algunas subrutinas para formar un tercer programa.
Estos programas “hijos”, según Naief Yehya, heredan algunos rasgos originales de ambos programas “padres”. Se vuelve a hacer una selección de los hijos más aptos y se eliminan los demás. El ciclo se repite con cada nueva generación. Un proceso evolutivo que en la naturaleza podría tardar decenas, cientos o miles de años dependiendo de la especie en cuestión, en la computadora tarda sólo unos segundos.
Finalmente se obtiene un programa que ordena alfabéticamente a la perfección y que es mucho más eficiente que cualquier programa escrito linealmente de la manera tradicional.
En muchas ocasiones, si se analiza este programa, es muy difícil entender cómo funciona. Es un producto oscuro y extraño pero cumple con su objetivo, ya que desciende de una larga línea de cientos de miles de programas que fueron mejorando de una generación a otra mediante un proceso de selección, que recuerda el darwiniano. De hecho, la vida de esos programas dependía de que cumpliera con su función.
Este tipo de programas, que pueden llegar a ser incomprensibles, puede darnos idea de lo diferente de las mentes humanas que serían las mentes maquinales en caso de que éstas llegaran a desarrollar una conciencia.
La tecnología, para llevar a cabo este proceso, no se encuentra tan lejos de concretarse, aunque por supuesto esto no garantiza que el procedimiento funcione, ya que el hecho de poder capturar la estructura de las neuronas y sus conexiones no bastaría para reconstruir todas las funciones cerebrales: haría falta también tomar en consideración otras variables aparte de las meramente fisiológicas.
En todo caso, no debemos olvidar que a pesar de que todos estos prodigios están supuestamente a la vuelta de la esquina, en realidad pueden estar mucho más alejados de lo que parecen. Muchas otras promesas de la ciencia (en particular de la medicina) aún distan de ser cumplidas.
Es un hecho que en la actualidad ignoramos las causas de más de la mitad de las deficiencias genéticas conocidas, y aún parece remoto hallar remedios para viejas enfermedades que asuelan a la humanidad. John Horgan, autor de “El fin de la ciencia”, cita un ejemplo interesante: a pesar de los avances tecnológicos, de los numerosos descubrimientos y de las gigantescas inversiones en investigación y desarrollo, las estadísticas de mortalidad del cáncer han permanecido prácticamente estables desde 1971 hasta la actualidad.
Heidegger depositó en la técnica su radical convicción como último refugio de las cosas, de la vida y del ser. Otros pensadores han depositado su fe en el hombre y no precisamente en la ciencia. El enigma es el ser y no el aserto científico y verificable que se supone contrastable.
Nadie llegó a la tierra gratuitamente a resolver un problema, sino a experimentar un misterio. Por eso, la ciencia como “episteme” o conocimiento de un instrumento técnico, constituye un verdadero acertijo.
En consecuencia, es mejor que sea la ciencia misma la que se desvíe, que se desvíe ella misma. Si busca unos cuantos efectos de verdad, tiene que eclipsarlos con su propio movimiento.
La ciencia en su relación con la técnica está hecha para eso. Lógica silenciosa de la excrecencia, que en palabras fatales de Baudrillard, es más que un exceso, una desviación por exceso, de una reversibilidad generalizada que emana de nuestras propias estrategias, de nuestros sistemas en el apogeo de su eficacia.
La ciencia, por lo sofisticada de su investigación, aniquila su objeto: Se ve forzada, para sobrevivir, a reproducirlo artificialmente como modelo de simulación. Es otra revancha del objeto, que sólo se ofrece simulado al dominio de las técnicas.
La relación esencial entre la técnica y la ciencia se vuelve incierta. Introducir esta tendencia es conducir la reflexión preliminar que me propongo hacia la estructura fundamental de las cosas sobre la que abro ahora un signo de interrogación.
El poner en abismo los conceptos esenciales de la ciencia, o bien cuestionar estos conceptos como conocimientos objetivos. Igualmente, estas interrogaciones abren un polémico espacio de inquietudes en el sentido que Heidegger dio a esa palabra, de desasosiego y asombro, errancia y desocultamiento.
En este mismo autor, como en Husserl, la técnica (“tecné”) ha trazado siempre el espectro de movilidad esencial del pensamiento griego, fundado en el “agon”, como destino trágico del hombre. Lo que quiere decir que para los griegos la ciencia no es un “bien cultural”, sino el centro que determina desde lo más profundo toda su existencia como pueblo y como Estado.
La técnica transforma las relaciones entre los hombres y las relaciones entre el hombre y el mundo; objetiva, racionaliza, despersonaliza. Parece como si todo tuviera que ser reducido a relaciones invariantes, seriales, a cifras.
Se produce una cosificación tecnicista que hay que distinguir de la “alienación” fetichista donde desemboca la necesidad de posesión, del mismo modo que se produce una alienación propiamente moderna de insignificancia y saturación de los sentidos.
Para Baudrillard no existe la posibilidad de ser uno mismo. La idea no tiene la posibilidad de ser ella misma. Si se realiza, lo hace renegando de sí misma.
Todo lo que se realiza va en contra de su propio concepto. A través de la técnica, tal vez el mundo es el que se ríe de nosotros, el objeto que nos seduce con la ilusión del poder que tenemos sobre él.
Hipótesis vertiginosa: la racionalidad, culminante en la ilusión, cuya voluntad de verdad sólo es un rodeo y un avatar. Incluso en el caso más reciente de clonación y réplica indefinida y galopante de un orgasmo vacío e inhumano, ella constituye por sí misma un nuevo estado de desublimación del objeto investigado.
Se trata simplemente de un “residuo inútil”, al igual que ciertos órganos o apéndices animales cuya finalidad ya no se percibe y que parecen anómalos en el proceso de desarrollo de la ciencia para el uso de la tecnología moderna.