La ciudad como cronotopo en El viento frío de René del Risco Bermúdez

La ciudad como cronotopo en El viento frío de René del Risco Bermúdez

René del Risco Bermúdez

Mucho se ha escrito de que este poemario de René del Risco Bermúdez representa el aire de la desazón causada por el final de la contienda de abril de 1965. Pocos de sus comentaristas se han detenido a ver de forma detenida otras aristas de este texto. Me propongo esbozar algunas ideas que niegan ciertos supuestos que han servido como marco de recepción de esta obra

Afirmo que “El viento frío” es un poema anti-épico. Tal vez el primer canto anti-épico de nuestra literatura. Culturalmente estamos muy inclinados a la celebración de nuestros proyectos utópicos. Rara vez los vemos con la lejanía que la objetividad requiere. La Guerra de Abril fue eso. Una pequeña guerra en la que la juventud heroica que había combatido a Trujillo en sus últimos años se lanzó desesperadamente a defender una incipiente democracia y fue eliminada por las fuerzas de siempre. Esas de las que decía Juan Pablo Duarte que se manifiestan contra todo intento de transformación social.

El poema de Del Risco se encuentra al final de todos los cantos épicos que produjo la guerra. La ciudad de Santo Domingo y sus barrios altos fueron el escenario de los enfrentamientos que llenaron libros de memoria, relatos de guerra, poemas y representaciones de desgarramiento, muerte y amor. El poema de René del Risco es su corolario. Pero no es un poema existencialista. No es un poema generacional. Tal vez así lo asuma una generación. Pero su discurso es otro.

El autor construye un yo lírico que se confunde con el yo biográfico. Es el mismo yo de “Ahora que vuelvo, Ton”. Es el yo de la pequeña burguesía, de la clase media dominicana que se lanzó a buscar la democracia bajo Trujillo. Esa que nació en la década de 1950. Y que será la que se enfrente a Trujillo con logros definitivos. Anteriormente actuaron contra el déspota elementos de la montonera, y de los del grupo oligárquico. Algunos publicistas y gente enquistada en los viejos partidos.

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Esta pequeña burguesía entendía el país como propio. Y esto se ve en el discurso de René del Risco. Es el de un pequeño-burgués que celebra la modernidad. Por primera vez se puede celebrar sin Trujillo. Esa mirada a la modernidad simbolizada en las vitrinas de las tiendas comerciales y sus productos extranjeros, que preludiaba a la sociedad de consumo que buscaba instaurarse, sin dejar de apoyarse en la corrupción pública, es la que constituye el cronotopo de la ciudad.

Como diría Mijaíl Bajtín (1989), el cronotopo es una relación tiempo-espacio que enmarca el discurso. Las afirmaciones del sujeto crean un referente. En este caso un referir el dolor, la desazón de una época. Vista por los ojos de un pequeño burgués que muestra las nuevas formas de vida creadas en la modernidad y su negación. En sus cuentos, el autor también retrata esa ciudad: la juventud, sus aspiraciones amorosas y el desarrollo de la ciudad y su apertura al mar.

La ciudad son los altos edificios, los balcones. Muchas veces, los obreros miran al pasado en su hacer diario. El discurso subjetiva la ciudad, sus calles, pero ellas no están ahí para contener a un poeta del margen. Por lo contrario, si leemos la parte biográfica del poema, René del Risco se ubica al igual que el médico llegado del extranjero frente a Ton en su cuento. Mira desde cierta distancia esa otra ciudad. Que se va borrando en el entusiasmo perdido. En la utopía del momento que se ha convertido en desencanto.

No hay una exploración filosófica que brote del poema. Hay poco existencialismo. Si alguien encuentra algunos lugares comunes del discurso existencialista es el referir la niebla; símbolo usado ya por Unamuno y retomado en la literatura dominicana por Lacay Polanco en su novela “En su niebla” (1950). En “El viento frío”, por el contrario, no hay una plena angustia existencial. Es el discurso de la pérdida. No es tampoco el discurso del género épico. No toca la narrativa de la resistencia, ni la de la pérdida de la guerra. En síntesis, es un tiempo que se capta al final por el yo biográfico que ve, con cierta nostalgia, la pérdida de los elementos modernizantes.

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“El viento frío” es un poemario ejemplar de la literatura dominicana. Es el mejor libro de poemas de René del Risco. Yo no diría el mejor de los sesenta. Entonces había una constelación de dioses mayores en la lírica dominicana. Muchos de ellos escribieron sobre la guerra, como Héctor Inchaustegui Cabral: “Diario de la guerra, los dioses ametrallados” (1967); Abelardo Vicioso, “Canto a Santo Domingo vertical”, entre otros, retoman la ciudad como cronotopo épico, también toca el tema Pablo Neruda con “Versainograma a Santo Domingo” (1966), entre otros.

Por eso creo que el poema de René del Risco se encuentra detrás de aquellos, como la expresión de la desazón de una clase social. No creo que una generación que se lanzó a la lucha posterior a la guerra retomara ese discurso. No creo definida en el poema la filosofía que impulsaron Sartre y Camus en Francia. Hay un continuo de la mirada que le da a la ciudad René del Risco en sus cuentos. Sin embargo, es “El viento frío” su obra capital. Y es uno de los mejores poemas de nuestra literatura.

Tiene, frente a los cantos épicos de la guerra, como los suyos y los de Miguel Alfonseca, una elevación lírica que se la da el lenguaje. La manera en que el yo lírico construye un mundo subjetivo. Sumamente particular, no solo por los referentes a la ciudad, sino por la invención de otra ciudad. Creo que cuando leemos el poema tenemos la sensación de que nos habla de otra ciudad. Aquella que se encuentra en su corazón, la que él amó, con sus muchachas, su apertura al mar, los edificios altos, las tiendas y su entroncamiento en la modernidad.

En el poema “Este juego triste” se eleva el dolor que voz lírica que despliega el discurso dolorido que en “No era esta ciudad” hallamos con plena decepción: “Pero es triste, / detrás de las palabras/ y aun de algunos sueños/ o de esas cosas que uno sabe/ particularmente inútiles. / Y lo peor, uno levanta la mirada, / y de repente reconoce/ que es hermoso el cielo entre las ramas, / y entonces estás tú, / respirando inexplicablemente en paz, / con tu cabello dócil, liso, leve, / con el imperturbable rostro de veintitrés años… (58). El poeta muestra una vez más que su narratario es la mujer, porque solo en el amor puede sublimar la decepción del tiempo vivido. Solo en el espacio de la ciudad encuentra los elementos referenciales que le permiten evocar un sueño y encontrar la decepción.

Un mundo perdido entre la voz, su destinatario y su referente. Se pierde la inocencia, lo más íntimo, lo accesorio. Es un cambio que también borrará a los actores y su memoria. La ciudad se representa en el poema.

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