Abogada y feminista, Ana Teresa Paradas (1890-1960) fue una de las mujeres pacifistas que hizo reflexionar a los gobernantes y a la ciudadanía en Iberoamérica sobre los estragos de una contienda bélica mundial, y es por eso que para el 30 noviembre de 1935 circula su carta firmada junto a la activista estadounidense Esther J. Crooks en una veintena de revistas, tales como La Crónica Meridional y Crónicas Femeninas, cuyas editoras (mujeres que abrazaron el sufragismo para abogar por ciudadanías), también se oponían a una guerra entre países.
Su capacidad de consejera, de convertirse en la «voz de mujer», fue reconocida previamente por Petronila Angélica Gómez Brea (1883-1971), durante los activismos de 1920 contra la intervención estadounidense, y es por eso que en Fémina (1922-1939), estuvo siempre presente. De hecho, desde que la maestra normal creó la Liga Feminista Dominicana le invitó a convertirse en la vicepresidenta del Comité Central de Santo Domingo, lo cual se concretó el 10 de mayo de 1925, en el local del Kindergarden de la señorita Mercedes Amiama, en calle Duarte No.10, de la capital dominicana.
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La admiración se maximizó cuando es Ana Teresa Paradas la primera mujer que logra la titulación de abogada, profesión que Gómez Brea intentó alcanzar, pero se le dificultó al no obtener una plaza para práctica forense (pasantía), de acuerdo con su testimonio publicado en 1926, y que tituló «Las mujeres en las profesiones liberales»:
«He luchado mucho y sigo luchando contra el egoísmo masculino para poder decir: ejerzo la abogacía; pero, ¡cuántas veces mi espíritu ha querido doblegarse ante el egoísmo del colega! Esto lo declaro no porque me arrepienta de haber emprendido el ejercicio de la Jurisprudencia, y menos de haber cursado la Facultad de Derecho, estudio necesario para mis campañas sociales a favor de los desheredados (…) sino para que las compañeras que emprendan labores para las profesiones liberales, y especialmente para la abogacía, en la que tengo hechas mis experiencias, sepan que optar por un grado académico de aplicación práctica en el terreno que los varones creían poseer exclusivamente, es pisar en escollos, de donde se sale ilesos solo con mucha fuerza de voluntad para vencerse a sí mismos (…) hay que armarse de la capacidad para ir a la concurrencia, y de indiferencia para despreciar sus risas burlonas, sus apreciaciones jocosas o sus ironías crueles, plenas de odiosidad, de emulación y amor propio mortificantes», escribe la maestra normal.
La fuerza de voluntad de Ana Teresa Paradas trascendió, y siendo abogada, al igual que Milady Félix Miranda, Margarita Peynado, Ángela de los Santos, Abigail Coiscou y Altagracia Castillo -sobre quienes escribe Gómez Brea en 1955-, se distingue por abordar públicamente su adopción al pacifismo así como los temas de la agenda sufragista, que durante las primeras tres décadas del pasado siglo abrían caminos a los derechos civiles, junto al voto (lo político); nos referimos al divorcio, las denuncias de violencias dentro del matrimonio y los casos de bigamia, estos últimos, en el país, afectaban más a las mujeres de los territorios lejanos a las metrópolis.
De hecho, al recibir un manojo de cartas por su denuncia de bigamia en Gurabo a través del editorial «Un escándalo matrimonial», la directora de Fémina recurre a la amiga abogada quien analiza la sentencia que se impuso a los hombres que engañaron a las «doncellas», en septiembre de 1934: solo tres meses de prisión correccional y el pago por las costas perseguidas que correspondía a 90 pesos.
«La sanción ha sido benigna (…) Mientras tanto, el honor de las infortunadas muchachas Mercado, ha quedado por el suelo (…) Las razones de conciencia, en favor de esas muchachas, que fueron víctimas de su ignorancia, son muchas y poderosas; pero, desgraciadamente, ante la ley y el derecho, como se ha visto, no pesan nada», expresión de Paradas que denota su inconformidad ante la decisión judicial.
A partir de noviembre de 1935, es Ana Teresa Paradas referente de otros editoriales de Petronila Angélica Gómez Brea… Se denota así su labor de consejera, cada vez más cercana, ante la urgente necesidad que sentían las dominicanas de estar provistas de derechos civiles y políticos.