Hemos perdido la capacidad de asombro frente a las recurrencias de delitos, feminicidios, homicidios, bandolerismo, corrupción y transgresión a las normas de convivencia ciudadana.
Parece que vivimos en la sociedad de los iguales, en la pérdida de identidad generalizada que planteaba Zygmunt Bauman; delitos arriba y delitos abajo, aunque las causales son diferentes y las consecuencias según el estatus social.
Nos comportamos como una sociedad atrapada, riesgosa, impredecible y de modelos de alta recurrencia a la conflictividad psi-social.
Lo más penoso es que, los transgresores son los jóvenes en edades productivas y adultes temprana, son víctimas de la sociedad del consumo, del narcisismo social, del estrés por el éxito, la prisa, de la notoriedad, la validación y la aceptación por el estatus social. Esa búsqueda dopaminérgica por el placer, el control y el ciclismo sexual; más, la búsqueda del dinero fácil, se ha convertido en la necesidad tangible más imperiosa para llegar a obtener y acumular, llegando a traicionar los valores, principio, la crianza y la referencia familiar.
La diferenciación frente a los delitos de cuello blanco, de los ciudadanos de a pie, y de los desarropados de la economía desigual, lo establece el tipo de modelo de crianza.
Una crianza positiva: apego sano, vínculos fuertes, sentido de pertenencia, valores construidos y defendidos, identidad fortalecida, hacer lo correcto, aunque no te vean y miedo o temor a fallarle al legado generacional, lo sella la crianza.
Sabemos que hoy intervienen en la crianza la tecnología, la televisión, los video juegos, la ausencia de los padres por varias horas del hogar, la influencia de amigos impacta en lo psicoemocional y conductual.
Sin embargo, la crianza positiva se convierte en el factor protector en el desarrollo psicosocial y moral de los hijos.
Una crianza negativa y patologizada, se caracteriza por: ausencia de fiscalización de los hijos, no existen límites, no hay reglas ni disciplina positiva, no se reconocen las jerarquías, no hay castigos, no existen el no, ni hay consecuencias, los roles de padres e hijos están confundidos, modelos de permisividad y apego inseguro.
En la crianza patológica: existen los maltratos, abandono, abusos sexuales y emocionales, alcoholismo, drogas, indiferencia y apatía por los compromiso y responsabilidades dentro de la dinámica familiar.
De la crianza negativa, se reproducen las conductas disociales, la delincuencia, los psicópatas, los trastornos de conductas violentas y disfuncionales, las adicciones y las personas en capacidad de hacer daño a terceros.
De la crianza positiva, se desarrolla hijos en equidad y equilibrio y con buena salud mental, personas que no dañan, no rompen las normas establecidas, no se apropian de lo que no es suyo, no maltratan, no abusan, ni practican conductas de alto riesgo psicosociales. La crianza positiva hay que defenderla, desde la casa, la escuela y la sociedad. A los hijos hay que decirle sobre los nuevos “héroes” que nos venden a través de las redes sociales; pero también, de las personas que son incorrectas pero que, nos la venden como “exitosas” y como modelos de “referencia”.
La crianza positiva sella la personalidad, le impone valores firmes, una identidad psicosocial sana, autoestima y afectividad, responsabilidad y trabajo, principios y consistencia en hacer y practicarlo correcto y lo justo.
En fin, es lo que marca y donde los hijos se gradúan de ser buenas personas y mejores ciudadanos.