La relación entre el poder y la palabra está dada en esta obra por la desvalorización de la conducta de los criticados, en busca de enmascarar en un ambiente carnavalesco las preferencias sexuales y la altura que debe tener la crítica literaria. Funciona aquí la construcción de espacios privilegiados y una vulgarización de los estilos de vida asociados al manierismo o al cortesanesco de lo ridículo. Para Fernández Spencer, la crítica literaria de Pedro Contín Aybar era una especie de vodevil dieciochesco de abanico y señoronas de una corte bufa (281-283). Nos referimos a su libro “A Cuarenta años de la Nueva Poesía dominicana” (2023), publicado por el Archivo General de la Nación y editado por Cándido Gerón.
Para debatir los juicios estéticos de Contín Aybar, el poeta eleva la crítica al espacio de las meditaciones filosóficas, a la vez que rebaja el estilo de vida del intelectual que fuera Contín Aybar quien, desde la juventud de Fernández Spencer, lo ve como un resentido, pero no deja de publicar los poemas que le envía desde España en la revista “Cuadernos Dominicanos de Cultura”. Cabe decir que Spencer no llega a ver la relación entre el crítico y la verdadera corte bufa del poder, que entrañaba la ciudad literaria de Trujillo.
En el espacio de más 500 páginas, Fernández Spencer empieza por contestar al prólogo de Manuel Rueda a “Retiro hacia la luz: poesía 1944-1979” de Freddy Gatón Arce (1980). Su centro de contradicción es, en pocas palabras, el choque entre una concepción universalista de la poesía, pura y metafísica, y la idea de una poesía social que muestre la vida de la gente común. Por lo que en su poética, Fernández Spencer reproduce su visión ideológica, su mirada a lo social, y su alejamiento de los movimientos sociales de su época.
Queda clara desde las primeras páginas la preferencia del poeta sorprendido por los escritores como san Juan de la Cruz o Baudelaire, “que no se ocupó de la liberación política de ningún hombre” (12) y otros que no fueron “atenazado[s] por la materialidad terráquea y por los conflictos sociales producidos por discrepantes ambiciones” (Ibid.). No deja el autor de reconocer la obra de Freddy Gatón Arce del que cree logra en “Retiro hacia la luz” “una cumbre poética en lengua española”. Su disenso aparece al comentar los libros posteriores del autor, señalando que en poemas como “Poblana” y “Magino Quezada” “se produce un descenso del lirismo”.
Esta mirada a la obra de Gatón Arce que utiliza Fernández Spencer para ir contra Rueda, no deja de ir de bueno a peor en el desarrollo del libro. Y si bien en el principio se valora la obra del petromacorisano, luego se va minimizando su importancia, con el fin de poner sobre el tapete las disputas que subyacen en la ciudad letrada y que, en los últimos lustros de Trujillo, animó Fernández Spencer.
La descalificación de la obra poética de Manuel Rueda continúa, entonces, este largo discurso. Y por la importancia que tiene para nosotros, y por el papel jugado por el autor de “La metamorfosis de Makandal” (1998), creo conveniente situar el discurso crítico de Fernández Spencer y contextualizar su obra como parte del discurso político de la ciudad atrapada por el trujillismo. Para el autor de “Vendaval interior” (1996), Manuel Rueda es un caso anómalo. Fue un poeta de La Poesía Sorprendida. Había publicado en Chile un libro de sonetos titulado “Las noches”. Era, pues, un poeta de factura chilena y nunca un poeta determinante en La poesía Sorprendida: “Él suele hablar de hermetismo y de ocultamiento en la poesía, para definir nuestra labor poética […] Y yo no veo nada fundamentalmente hermético en la poesía de Américo Henríquez, Mieses Burgos, Manuel Llanes o en el propio Gatón Arce”. (36-37).
Entre juicios que se pueden aceptar y consideraciones poéticas eruditas, Fernández Spencer descalifica a Manuel Rueda, lo aísla de La Poesía Sorprendida, le niega nacionalidad poética para entroncarlo en la poesía chilena, aunque luego va a valorar la poesía chilena y a reconocer la importancia del creacionismo de Huidobro y su papel en la poesía de vanguardia. Su discurso entre reconocimiento y descalificaciones va justamente a tensar las cuerdas de un posicionamiento en la poesía dominicana, el propio y el de Rueda.
A la vez que cuestiona el canon que en poesía establece Rueda junto a Lupo Hernández Rueda en la “Antología panorámica de la poesía dominicana (1912-1962)” ( 1972).
Fernández Spencer entiende que contra Manuel Rueda y Pedro Contín Aybar está escribiendo una contracrítica que se destaca por priorizar la búsqueda del lenguaje simbólico, de la expresión de lo universal en la poesía y todo aquello que es permanente. Por eso escribe contra el realismo en poesía y el objetivismo en la crítica literaria. Entiende que “aquí [en RD] se piensa que es “crítico objetivo” quien adopta uno de los muchos métodos forjados en otros panoramas literarios, tal vez para resolver alguna urgencia específica de ellos, y piensan que no es crítica la de quienes tienen pasión sana de leer con arte nuestros productos literarios” (102).
Entiende Antonio Fernández Spencer que la pobreza de la crítica estriba en tratar de ser objetiva, en atarse a los métodos, a los juicios y al propio lenguaje creado por ella.
Entiendo que en algunos puntos tiene razón, pero Fernández Spencer va a contrapelo de la crítica literaria del siglo XX, como la idea de crear un método que la separe de otras formas de aproximación como la filosofía, y que encuentra en la lingüística, a la que de cierta forma se suscribe el autor. No es de extrañar que su repudio a la crítica literaria tal como se hacía en la República Dominicana termine en una adscripción a la crítica filosófica y erudita, y a una postura en la que el goce estético se une a la expresión del disfrute. Es, en suma, la crítica del gusto apalancada por las distintas referencias eruditas.
La posesión crítica de Fernández Spencer va en consonancia con su postura política y social. Y cuando busca un ancla en la crítica más cercana se solidarizará con los métodos de la estilística y los aportes que desde el estructuralismo (201) y la filología hispánica de autores como Damaso Alonso y Carlos Bousoño. Para él “el método estilístico es un arma lingüística, pero ilumina el objetivo poético que recibe el ataque de nuestro conocimiento y transforma el paisaje de la literatura” (134). De ahí que entienda que la crítica tiene un método aunque no es central, sino que permite cambiar su paisaje, es decir, la mirada que nos presenta. Su método es, en fin, la estilística.
A pesar de su gran erudición y de las afirmaciones rotundas de sus juicios sobre poesía y literatura, en contracrítica encontramos sus luces y sus sombras. Su discurso se puede mirar en el espejo de sus palabras: “De ahí que para mí, “el otro hombre” “puramente dominicano” es inexistente y, por eso, no puedo perder mi tiempo ocupándome de su existencia” (268). Con lo que define su universalidad y muestra su alejamiento de los asuntos sociales. Tal vez por esto acampó su erudición al socaire de Trujillo y Balaguer. Al contrario de aquellos que buscaron una libertad que a él poco le importaba.