La cultura y el discurso del poder

La cultura y el discurso del poder

Pedro Henríquez Ureña.

“Sigo impenitente en la arcaica creencia de que la cultura salva a los pueblos. Y la cultura no existe, o no es genuina, cuando se orienta mal, cuando se vuelve instrumento de tendencias inferiores, de ambición comercial o política»

El tercer discurso: ocho menciones irrelevantes
En el tercer discurso de rendición de cuentas del presidente Luis Abinader ante el Congreso Nacional, del 27 de febrero de 2023, la cultura apenas estuvo presente. Se la mencionó casi como de pasada. Fue una alocución larga y cansona, de noventa y siete páginas y de casi tres horas, con omisiones graves y solo ocho menciones sobre la cultura, ninguna de ellas relevante: “materia cultural” (1), “actividades culturales” (1), “centros culturales” (1), “espacios culturales” (2), “Plaza de la Cultura” (3). Ocho menciones irrelevantes (cinco de ellas adjetivadas) y ningún concepto esencial de cultura.

En este punto tocante a los “espacios culturales”, que constituyen parte vital del patrimonio cultural de la nación, conviene citar la opinión de un estudioso, el profesor universitario José Enrique Delmonte.

Arquitecto y escritor, Delmonte observa que hay una continua línea discursiva entre los dos últimos gobernantes dominicanos respecto del tema de la cultura. Tras analizar los ocho discursos presidenciales de Danilo Medina (de 2013 a 2020) y los tres de Luis Abinader (de 2021 a 2023) ante el Congreso Nacional, concluye: “En todos ellos Medina define a la cultura como esparcimiento, entretenimiento y garante del necesario ocio de la población. Se ha utilizado criterios muy parecidos en los tres discursos de Abinader en ese mismo escenario”.

Su crítica es seria y certera: “Los presidentes de este tiempo parece que han desestimado el humanismo como concepto fundamental para el desarrollo individual y colectivo. Eso no está ni en los intereses pragmáticos, ni en su entendimiento del enorme papel que tiene la cultura para un país. Por ejemplo, para ellos, el patrimonio cultural de la nación, en términos generales, es una pieza al servicio de la industria turística”.

Ahora resumo: a la fecha, en todos los discursos de rendición de cuentas del presidente Abinader ante la nación dominicana del día 27 de febrero de los tres últimos años (2021, 2022 y 2023), la cultura, o ha estado del todo ausente, o su presencia ha sido casi nula, mínima, de relleno. En ellos no se anuncia ni se enuncia nada nuevo, no hay programa definido alguno, ni tampoco concepto novedoso de ningún tipo, ni revolucionario, ni moderno, ni liberal, ni reformador.

Mal que nos pese, en la República Dominicana Gobiernos van y Gobiernos vienen y el discurso del poder sobre la cultura sigue siendo el mismo, dentro y fuera de la retórica presidencial: un discurso “light”, insustancial y desfasado. Bajo la democracia, la cultura se ha concebido y practicado como mero entretenimiento y decorado. Aparte de crearse un Ministerio de Cultura que administra mal la cultura, los Gobiernos democráticos de finales del siglo pasado e inicios del presente no han creado nada, ni fundado instituciones nuevas, ni renovado el concepto de cultura para conformarlo a las imperiosas necesidades y exigencias de la época. Es verdad que se han aprobado importantes leyes y reglamentos en el ámbito cultural -leyes pertinentes, reglamentos necesarios-.

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Pero esa legislación cultural no se ha visto acompañada de una praxis validadora. Sin la necesaria voluntad política que la debe vivificar, no ha sido más que letra muerta. Desde el poder, la política cultural, lejos de ejercer una acción transformadora en la sociedad y la vida humana, excluye y enajena. La “acción” cultural no ha sido libertadora, sino repetidora y reproductora de viejos males y vicios. Ese“eje transversal”que es (que debe ser) la cultura es hoy un eje roto, quebrado y desplazado.

Es cierto que el apoyo al arte y la cultura no es responsabilidad exclusiva del Estado, sino compromiso de la sociedad entera -de la sociedad civil, empresarial y económica. Pero esto no quiere decir que el Estado no tenga la obligación de apoyar el arte y de invertir en la cultura. No hay que ahorrarle responsabilidades ni obligaciones al Estado (tiene demasiadas ya que no cumple). Todo lo contrario: hay que obligar a los Gobiernos para que cumplan con sus promesas electorales en todos los campos, incluida la cultura. Sin embargo, nada de esto niega una amarga certeza: que el Estado jamás invertirá todo lo que se debe invertir en arte y cultura.

A finales del siglo diecinueve, al hablar sobre Santo Domingo, Américo Lugo ya lo había diagnosticado con meridiana claridad: “La mayoría ignorante necesita instrucción y la minoría ilustrada necesita ideales patrios”. Habrá que repetirlo una y otra vez hasta el cansancio: la cultura no es decorado, ni espectáculo, ni mucho menos farándula. Habrá que insistir hasta la impertinencia: un país que quiere ser algún día de primera no puede seguir teniendo a la cultura de quinta. Un gran país como Alemania considera la alta cultura como parte fundamental de la identidad alemana. Es simple: no hay Estado alemán sin cultura alemana. Tampoco puede haber Estado dominicano sin cultura dominicana. Totalidad del quehacer humano en sociedad, la cultura es lo que somos y lo que hacemos. Pero antes de afirmarla por lo que ella es, habría que definirla por lo que no es.

Hace justo un siglo nuestro inmenso Pedro Henríquez Ureña afirmó su firme convicción de que la educación y la cultura eran las únicas salvadoras de los pueblos. Hoy no basta con citarlo en cumbres iberoamericanas ante mandatarios extranjeros como algo “cool”. Hace falta sobre todo asumir, hacer nuestro, vivir su pensamiento humanista y pedagógico en cada acto, cada gesto, cada promesa de mejora. Hace falta traducir su “arcaica creencia de que la cultura salva a los pueblos” en un acto de cultura comprometido, profundo y vital. Los dominicanos de hoy, confundidos y extraviados quizá como nunca antes en nuestra historia, seguimos sin asumir esta verdad grande y esencial. O por fin la asumimos con todas sus consecuencias posibles o nos perdemos fatalmente por toda la eternidad.