Cuatro datos científicos: 1) Los vacunados tienen mucha menor posibilidad de contagiarse de COVID. 2) Los vacunados, si se infectan, tienen mucha menor probabilidad de transmitir el COVID. 3) La gravedad de la enfermedad es mucho menor en los vacunados, cuando se infectan. Esto sigue siendo verdad con la variante Delta, aunque las tasas de protección bajan. 4) Mientras no lleguemos a altos porcentajes de población vacunada (70% o más de los mayores de 12 años) el daño económico y social que nos autoinfligimos es muy alto.
José Luis De Ramón
El costo que le impone al sistema de salud un no vacunado es más alto. Los gastos hospitalarios son más altos y los pagamos todos, vía el presupuesto o vía aumentos en las primas de las pólizas de seguro.
El Gobierno ha logrado que tengamos vacunas disponibles y ha desplegado una campaña de vacunación exitosa en su fase inicial. Ahora, como en muchos otros países, se enfrenta a la apatía y al negacionismo, habiéndose estancado el ritmo de vacunación.
El Gobierno no ha respondido a esta barrera creando costos específicos para los no vacunados. Debería. Someter al toque de queda a las poblaciones que tienen insuficientes ratios de vacunación es hacer pagar a justos por pecadores; es hacer pagar al vacunado por la decisión del no vacunado. Los vacunados deberían recuperar el derecho al libre tránsito y el de asociación. Estas limitaciones deberían ser para los no vacunados exclusivamente.
En particular, me preocupa que la condescendencia ante los no vacunados sea otro clavo en el ataúd de la educación. La educación virtual es muy inferior a la presencial. Cuando la opción es nada, la educación virtual puede justificarse. Pero no es, en lo absoluto, un sustituto perfecto. Garantizar aprendizajes en las aulas es de por sí difícil, dadas todas las variables socioeconómicas que rodean al estudiante, más las limitaciones de los maestros. Fuera de las aulas, es muchísimo más difícil y, en algunos casos, imposible. Además, la experiencia social de compartir con educandos y profesores, tanto en escuelas como en universidades, es irremplazable.
El año escolar en primaria y secundaria empieza con nubes negras en el horizonte. Aun cuando las escuelas y los colegios han empezado de manera presencial, ya el Gobierno adelanta – sin suficientes explicaciones- un rebrote de COVID en octubre, que podría implicar (ojalá no) revocar la presencialidad.
En las universidades es peor la situación. Las universidades han empezado en modalidad virtual, y no parece que de forma autónoma vayan a dar el salto a la presencialidad total, lo que sería perfectamente posible si se exigiera a los estudiantes y profesores que asistieran vacunados o con presentación bisemanal de pruebas COVID (que es caro y propicia la vacunación). La calidad de los graduados de la época COVID estará siempre en duda y el mercado de trabajo, por supuesto, lo tendrá en cuenta.
El modelo de educación virtual universitario tiene incentivos perversos, pues sale más barato que el presencial (sin que las universidades hayan rebajado los costos de matrícula). Ante los incentivos perversos hay que ser extremadamente cautelosos, pues tienden a confundir la razón.
Las universidades privadas y autónomas quedan en deuda con el país y el futuro les pasará juicio, por esta falta de iniciativa. Las universidades deberían ser luz en estos momentos, llenando las aulas de vacunados, pero no estoy particularmente optimista de que vayan a dar un salto al liderazgo.
Es interesante observar cómo en los Estados Unidos – donde las libertades personales tienen un valor muy alto relativo al bien social y donde la politización de las vacunas es muy alta- empresas y universidades se están rebelando contra los no vacunados. Las universidades no han sido nunca neutras con la vacunación y por eso tienen altísimos porcentajes de vacunados.