Conozco Reina Rosario desde los tiempos del Archivo General de la Nación, cuando dirigió allí el departamento de publicaciones, y desde entonces reconocí en ella su talento, su enorme capacidad de trabajo y su amabilidad. Cuando me invitó a leer el borrador de su obra me sentí honrada y pude comprobar otras cualidades que adornan su personalidad.
Desde el inicio me invitó a tener un intercambio franco y horizontal que resultó en un ejercicio académico enriquecedor para ambas. Muchos estudiosos adoran los halagos, pero los cuestionamientos hieren su amor propio.
Reina mostró siempre estar dispuesta a escuchar y a debatir.Y eso habla muy bien de su rigurosidad académica y de su carácter. Por eso asumo con gran humildad y emoción que me haya pedido presentar su obra“Raíces de la identidad dominicana” (Santo Domingo: Cocolo Editorial, 2020).
Escribir sobre la identidad constituye un gran reto. Requiere valentía abordar un tema que abarca un espectro tan grande de ciencias y especialidades, que está lejos de consensos académicos, que se encuentra en el centro del debate. Esta es una tarea compleja cuándo se aspira a tener un enfoque crítico, discutir unos supuestos largamente establecidos y además un tema con el que nos sentimos plenamente involucrados, sentimentalmente. Hablar de la identidad dominicana es en cierta medida como hablar de una parte de uno mismo.
Constituye una osadía abordar críticamente la dominicanidad porque para hacerlo se debe poner en entredicho el relato canónico de nuestra historia, cuestionar elementos que casi se consideran sagrados. El problema radica en que el relato tradicional de la identidad dominicana la circunscribe a unos lugares comunes, busca una supuesta esencia desde períodos muy remotos, invisibiliza unas expresiones o simplifica groseramente lo que en realidad ha sido un amasijo de elementos y procesos diversos, muchas veces contradictorios.
El título de esta obra hace referencia a una metáfora usada para hablar de identidad como lo es el de las raíces. Comparar las naciones con un árbol y la identidad como el tronco que se debe a múltiples raíces es un recurso común. Para el caso dominicano ha sido usual hablar de tres raíces que dieron paso a la dominicanidad: americana, europea y africana. Pero este símil hermoso tiende a encubrir el problema de fondo.
Presenta una imagen idílica, el mito de la mezcla armónica. Tres raíces que, de forma equitativa, aportaron su parte al sólido tronco de la nación. Pero la realidad ha distado mucho de esta imagen colaborativa de influencias. Sabemos que una raíz se impuso agresivamente sobre las otras.
El tronco no es el tejido de múltiples raíces, sino más bien la imposición de una raíz sobre otras. La obra que comentamos justamente da cuenta de esa desigualdad, de esas dos raíces que casi solo nominalmente forman parte del árbol. Si podemos comparar nuestra identidad con un árbol, este ha sufrido una poda sistemática. Esta obra trata de resarcir ese desbalance, esa imposición, esa invisibilización.
Reina estructura su trabajo a través de cinco capítulos. Los capítulos 1 y 2 manejan a grandes rasgos las tres culturas que coincidieron en la isla a partir de 1492. Nos muestra la riqueza histórica y cultural que las caracterizaba, pero pone su énfasis en la indígena y la africana.
Así, de alguna forma, empieza a pagar la deuda de invisibilización y estigma que ha acompañado las ideas populares sobre las sociedades indígenas y africanas antes del siglo XV. Habla del azaroso destino de los pueblos sometidos en la isla a partir de la imposición del sistema colonial. Proceso que en cuestión de menos de 50 años sacó del escenario a la población originaria e integró un nuevo sujeto cultural africano.
Luego del antecedente y las bases de dominio europeo, en el capítulo 3, se aborda lo que Rosario entiende como las primeras manifestaciones del pueblo dominicano. Este capítulo es plenamente histórico, recorriendo diez momentos claves de confrontación y definición histórica. Porque se entiende que son los conflictos, las tensiones y la resistencia lo que impulsa los procesos históricos y a los humanos en la búsqueda de soluciones.
Y son estos vaivenes los que terminan, si puede hablarse de que terminan alguna vez, estableciendo los patrones que nutren la identidad.
Quinientos años de experiencias diversas que implicaron cambios y continuidades se entienden como claves explicativas de la formación de un conjunto identitario común que va a ser distinto de las matrices originales americanas, europeas o africanas.
Entre los temas abordados encontramos: la esclavitud con sus características locales, el cimarronaje, las devastaciones y su impacto duradero en la dinámica social de la isla, la política imperial, decidida en Europa y aplicada unilateralmente en la isla y los procesos de búsqueda de definición de nuestro estatus jurídico en 1821, 1844, y 1865.
Son estos hechos históricos los que permiten aquilatar el peso de la colonialidad en nuestro proceso de formación identitaria.
Esta isla, primer asentamiento del orden colonial, recibió todo el impacto de la dominación europea y en ella se vivió plenamente los elementos constitutivos de la modernidad, el orden patriarcal y racialización de las poblaciones sometidas. La conquista gestó eventualmente la invención de la idea de raza como experiencia básica de la dominación colonial y con ellas los estigmas y prejuicios que la definen.
Se estableció un esquema que sobrevaloraba lo europeo y lo blanco, e infravalora lo indígena, lo americano, lo negro, lo africano.
Y es la conciencia de esto lo que en el fondo mueve a Rosario en este trabajo. Esa necesidad de hacer justicia para esa parte despreciada y ninguneada.
Ese afán de equidad es la espina dorsal de “Raíces de la identidad dominicana”. Esta obra reconoce que la perspectiva eurocéntrica ha distorsionado la percepción de nuestra experiencia histórico-social.
Cómo ha dicho Aníbal Quijano, no es de extrañar que nuestra historia se haya “configurado como un largo y tortuoso laberinto donde nuestros insolutos problemas nos habitan como fantasmas históricos”. La obra de Reina nos invita a identificar nuestros fantasmas, convocarlos y contender con ellos.
En síntesis
Aníbal Quijano, “Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina”, En: Cuestiones y horizontes : de la dependencia histórico-estructural a la colonialidad/descolonialidad del poder. Buenos Aires: CLACSO, 2014.p.777.
Aníbal Quijano, “Don Quijote y los molinos de viento en América Latina”, Revista Pasos (Segunda época no. 127 sep-oct 2006) , 5.