Por: Amaurys Pérez Vargas
La República Dominicana constituye un caso muy interesante en la historia de la esclavitud en las Américas. Fue el primer territorio que vio desembarcar esclavos africanos en el continente, y el primero que logró romper sus cadenas en la América Colonial Española. Entre otras particularidades, se debe subrayar la “cuestión negra” ya que los dominicanos de hoy somos el resultado de la inmensa mezcla racial que se produjo desde finales del siglo XVI con las poblaciones descendientes de esclavos. Ciertamente, este aspecto es relevante porque nos ayuda a entender el proceso histórico en que se construyó nuestra identidad con sus características y contradicciones.
A principios de la década del setenta del siglo XX, surgió en la historiografía dominicana uno de los debates que ha generado más controversia entre los especialistas de la esclavitud en el país. Nos referimos a la formulación propuesta por el Prof. Juan Bosch en su obra Composición Social Dominicana, donde calificaba de “democracia racial” a las relaciones sociales que se desarrollaron entre amos y esclavos durante el periodo colonial. En este libro, el autor de La mañosa nos plantea que “seguramente un esclavo siguió siendo esclavo y su hijo también, pero de algún modo debía ir cambiando su relación con los amos si estos tenían que andar descalzos como andaba él y si ambos tenían que comer el mismo tipo de comida. Debió ser entonces cuando se formó lo que podríamos llamar la democracia racial en el trato, rasgo importante de la mentalidad dominicana”.
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Es evidente que su enfoque se apoya en una interpretación del materialismo histórico que se fundamenta en las condiciones de vida de los actores sociales y en el modo de producción de nuestra economía, ya que como él mismo lo indica “debió ser entonces, también, cuando se formaron ciertos hábitos nacionales que alcanzaron a todo el mundo, como la comida a base de plátanos, arroz, frijoles y carne, productos todos del país que lo mismo podían cosechar el esclavo de la estancia que el dueño de un hato”. Sin demeritar esta visión, entiendo que la cuestión sobre las relaciones raciales debe ser comprendida desde el ámbito demográfico, pues en el Santo Domingo Español fue muy común la práctica de la manumisión con la que se regulaba el sistema esclavista.
Tal como revelan los datos estadísticos de los censos coloniales, la proporción de libres de color fue siempre mayoritaria en Santo Domingo, lo que nos explica por qué ser negro no fue necesariamente sinónimo de ser esclavo. A través del gráfico, elaborado por Roberto Cassá y Emilio Cordero, se puede apreciar la hegemonía de la población mulata en el territorio nacional en comparación con otros grupos raciales entre los siglos XVII y XIX. En efecto, ninguna de las sociedades esclavistas de las Antillas o de América del Sur conoció un nivel tan elevado de negros libres.
En ese sentido, el factor demográfico nos permite ubicarnos en materia de las relaciones raciales y específicamente, en lo concerniente a la aceptación del mestizaje, pues en nuestra sociedad criolla, ser denominado “negro o moreno”, no suele poseer una carga ni connotación peyorativa. No obstante, si bien los negros fueron asimilados ya que su mano de obra se consideraba necesaria para el desarrollo de la colonia, el racismo como práctica y actitud discriminatoria se mantuvo vigente en las elites dominicanas, validando aquella vieja expresión de “juntos, pero no revueltos”.
Prof. Amaury Pérez, Ph.D.
Sociólogo e historiador
UASD/PUCMM