Tal vez en estos días aciagos sea necesario tener una biblioteca que a la vez sea una farmacia. Botica donde el alma encuentra necesarios e inveterados remedios. Uno de los libros de la estantería debería ser “De remediis utriusque fortunae», de Francisco Petrarca (1304-1374), una de las figuras más importantes del Renacimiento italiano.
Este libro, que consta de 254 diálogos cortos, divididos en dos libros de ‘Fortuna variante’ (Fortuna cambia) y ‘Fortuna permanens’ (Fortuna permanece), será de invaluable importancia en los tiempos que corren caracterizados por una carrera insana en busca de los bienes materiales, en los que el hombre, más bien un naufragio entre las cosas, como diría Ortega y Gasset, tiene una visión hedonista del mundo. A diferencia del hombre renacentista, como Petrarca, dedicado a la educación y a la búsqueda de una vida feliz a través de la virtud, el hombre contemporáneo se ha convertido en el adorador de las cosas. Un estar afuera que le impide ver los senderos de su propia interioridad.
Para los males de un mundo donde la convivencia está conformada en derechos, donde el respeto a la vida humana ha llegado a un punto inimaginable, conviene, o es perentorio, que nos detengamos y cambiemos la perspectiva. Es preciso mirar las heridas, el lado interior, el costado sangrante. El humanismo que Petrarca ayudó a forjar parece en pocas palabras, algo que hemos dejado en la distancia. Pero el hombre, precisa mirar a su alrededor, y buscan al que le ha dado sobre el hombro una palmada. Encontrar otro espacio donde concentrar sus pensamientos. Y, ya reflexivo, encaminar los pasos a su morada interior.
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Ese adentro para Petrarca era la vida virtuosa. Una vida pensada de resistencia frente a los males de los tiempos. Entender el Renacimiento italiano es importante para vernos a nosotros en nuestra actualidad. Los renacentistas se quitaron de encima el fardo de una tradición teocentrismo a la vez que encontraron en la cultura clásica de Grecia y Roma las coordenadas para basar la educación del hombre nuevo. Fue una época en que florecieron las ciudades y la sabiduría. Existía el ideal del sabio. La filosofía romana, tan interesada en el sujeto y en que sus ideas estuvieran dirigidas a fomentar una actitud nueva, una resiliencia del ser humano frente a los avatares de la vida, tenía tiempo suficiente para convertirse en tradición del pensar. De ahí que los libros para consuelos y consejos para el buen vivir podían ser recuperados en el hospital de las almas.
Tal vez, luego del conocimiento de que no somos una categoría histórica que nos conduce imparablemente a la libertad, que no gozaremos de una pretendida idea trascendente en el terreno social, que ya no es firme la idea de una utopía redentora, debemos mirarnos sin pensar en el horror de sí mismo. Como resistente frente a la vida. Buscar el consuelo en la sobrevivencia, en el combate de vivir militar, etc. De la farmacia de Petrarca al hospital de Nietzsche: el psicólogo, va el pensamiento del humanismo a los tiempos contemporáneos. Si la vida es un caos, si ya no podemos concebir el mundo como un orden; si ya no nos consuelan las distintas trascendencias, debes volver el rostro hacia ti mismo.
Destacó en “Remedios para la vida” (selección y traducción de José María Micó), el carácter perspectivista del diálogo (tal vez muy a lo platónico: la verdad soy yo); la idea de buscar la verdad en la confrontación de ideas diversas. La fuerza de la observación frente a la vida, la importancia de la vida como acontecimiento, como eventualidad. Un acaecer que nos deja una experiencia que en sí misma debe conducirnos a la reflexión. Pero no al pensamiento solipsista, sino a un diálogo con la interioridad, desde la biblioteca de la tradición.
Petrarca retoma ese pasado. Su educación latina lo lleva a valorar su cultura. A buscar en el pasado de los hombres ejemplares sus enseñanzas. Aunque para él la vida no es del todo el espacio de los estoicos. No ve tanto el mundo interior como triunfo, sino como resistencia al mundo de afuera.
Para Petrarca la sabiduría no puede ir sin la compañía de la virtud. Estas se alcanzan desde la reflexión. Por lo que pone el saber en primer lugar, aunque el actuar es fuente para la sabiduría. Cosa que no se alcanza ni en la calle ni en la vida temprana. Es necesario el tiempo para cultivar la vida, sobre todo en los estudios, para alcanzar la sabiduría. Petrarca distingue entre el saber y la instrucción. Algo tan común en nuestros días, porque no hace el título al sabio, ni la sabiduría se encuentra en abundancia en nuestro medio. Sabios son unos pocos y luego de una larga vida.
De la libertad dice que es obra de la Fortuna. No tan significativo es decir cómo vivir libre o como morir en libertad. La vida, que es igualdad en cuanto a lo que a cada uno da la fortuna. Petrarca une a la libertad a ciertas virtudes como la prudencia, la justicia, la humildad; se necesita para ser libre, ser inocente, piadoso y firme. La libertad que te prodiga la sociedad está en relación con las cadenas que existen en tu vida interior. ¿No es esta una buena lección para los tiempos en que vivimos? Creemos vivir en una sociedad libre, como si esta hubiera salido de los árboles y disfrutáramos de su sombra en un umbroso parque; sin parar mientes en que la libertad la hemos construido en llanos de resistencia interior y exterior; y ella, como banderola en tempestad, se afirma y se niega constantemente.
Por otra parte, dice Petrarca que a veces por la mitad de tu vida llega una falsa riqueza. Pero la pobreza marca totalmente tu principio y tu final. Pobre has nacido y pobre te enterrarán. El mundo en el que vives es un valle de lágrimas. Con lo que expresa su mundo. La perspectiva de su época. La nuestra tan hedonista y lanzada a los orgullos y a llenar con cosas la vida interior, necesita de su botica, necesita remedios, su resistencia. Y para esto qué mejor que la educación en una vida feliz, dichosa y virtuosa (Séneca, “De Vita Beata”, “Cartas a Lucilio”). O, por el contrario, ¿tendríamos que pensar el mundo como lo pensaron los estoicos? ¿o como lo pensaron los griegos como un orden, como lo pensó Nietzsche como un caos lleno de fuerzas o de voluntad de poder, o más bien como lo piensa toda la filosofía del sujeto, como un espacio de enajenados, designio de farmacias y hospitales?
En la farmacia de Petrarca podríamos encontrar la sabiduría y el consuelo. Aunque al final vivimos la vida como males, es decir, desde la patología. Lo mejor sería salir de ellos porque al final no nos quejaríamos, ni estaríamos sujetos a los males del cuerpo; de lo que viven los médicos y las corporaciones que llaman de salud, ni la vejez, que hoy se ha instituido en casa de viejos felices, que se creen jóvenes, sin “los engaños de los hombres” ni los vaivenes de la Fortuna.
Una filosofía práctica nos ayudaría a vivir, aunque una filosofía histórica nos ayudará, sin dudas, a pensar nuestro destino social, que no se puede soslayar debido a un encuentro con nuestras debilidades interiores.