Una realidad que no admite cuestionamiento ni amerita demostración es que la forma de hablar representa un elemento fundamental en la identidad de una nación.
Las formas intrínsecas del habla dominicana implican una notable presencia de vocablos cuyo valor semántico es exclusivo del español dominicano (mangú, tumbapolvo, bochinche…), pero además arrastran giros verbales, locuciones, adagios y refranes sin los cuales la mayoría de los hablantes confrontaría grandes dificultades para expresarse.
Estos recursos lingüísticos constituyen un apoyo muy significativo -cual muletas para lisiados- sobre todo para las personas con limitaciones lexicográficas.
Justamente por esa senda transita La Fuñenda, este nuevo libro de José Miguel Ángel Soto Jiménez, ensayista y poeta. Soto ostenta una afinada capacidad de observación de los indicadores vinculados a la identidad nacional.
Esa facultad le ha permitido, sin proceder de la vida rural, incursionar con propiedad en aspectos de nuestra cultura que se han originado en ambiente campestre, especialmente cuando la mayoría de la población dominicana habitaba en el campo.
La nueva obra lleva por subtítulo “Glosario político criollo de dichos y expresiones del campo a la ciudad”.
El asunto comienza con el título, o mejor con la palabra empleada para ello. Fuñenda -ni siquiera fuñir- no pertenece al repertorio del español general.
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En el Exordio, el autor se refiere al significado de este vocablo del modo siguiente: “Y en esa tesitura, en el más claro y auténtico decir criollo, se podría llamar fuñenda a cualquier cosa habida y por haber que nos venga en gana en cualquier determinado momento…”.
Es decir que fuñenda guarda estrecha relación semántica con este famoso trío: vaina, jodienda, pendejá. En la entrada número 118, el autor orilla el término “jodienda” a partir de la locución “Dejar esa jodienda” y asemeja el vocablo a los sustantivos asunto, actividad, gestión, labor, en fin, como si fuera la palabra vaina: “Abandonar determinado asunto de forma molesta y repentina, detener por tiempo indefinido cualquier acción que fuese. Rescindir una actividad.
Dejar alguna gestión por lo molesta, improductiva y necia. Descontinuar una labor. De política no hay más que hablar, ya yo dejé esa jodienda para siempre”.
El Diccionario del español dominicano, publicación de la Academia Dominicana de la Lengua, define la palabra fuñenda de este modo: “Fastidio, molestia o disgusto”.
Esa obra no ha incorporado la palabra jodienda, presumo que, porque se trata de un vocablo del español general, definido por el Diccionario académico del modo siguiente: “Molestia, incomodidad, complicación”.
Sin embargo, procede recoger ese vocablo como dominicanismo a partir de las acepciones que lo hacen afín a vaina, fuñenda y pendejá. Quien no le come vaina a nadie es el mismo que no come pendejá: “Dicen que Liborio es malo/ Liborio no es malo na/ a Liborio lo que le pasa es que no come pendejá” (Luis Días).
Los estudios lingüísticos presentan dos vertientes para el estudio y clasificación de las “frases hechas” de las que nos valemos para reforzar o complementar nuestra expresión. Por un lado, tenemos la paremiología, disciplina científica que consiste en el tratamiento de los refranes, adagios, sentencias, proverbios y máximas.
No obstante sus diferencias morfológicas, el común de la gente llama refranes a estas variantes expresivas. Los refranes suelen tener carácter universal y encierran sabiduría dictada por la experiencia y acrisolada por el tiempo: “Quien a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija”.
Es ejemplo de refrán en sentido estricto, lejos está en su contenido de expresiones como: “Eso es paja pa la garza”.
Observemos el parecer al respecto de don Miguel de Cervantes: “Mira, Sancho -respondió don Quijote- yo traigo los refranes a propósito y vienen cuando los digo como anillo en el dedo; pero tú los traes tan por los cabellos, que los arrastras y no los guías; y si no me acuerdo mal.
Otra vez te he dicho que los refranes son sentencias breves, sacadas de la experiencia y especulación de nuestros antiguos sabios; y el refrán que no viene a propósito antes es disparate que sentencia”. (Don Quijote de la Mancha II, capítulo LXVII, pág. 1065, edición IV Centenario).
Un segundo aspecto de esta rama de estudios ha sido denominado fraseología (frase +logía). Se ocupa de los modos de expresión peculiares de una lengua, de un grupo, de una nación.
Temo entrar en contradicción con el Diccionario de la lengua española, publicación oficial de las Academias, el cual, en una quinta acepción, define la fraseología de este modo: “Parte de la lingüística que estudia las frases, los refranes, los modismos, los proverbios y otras unidades de sintaxis total o parcialmente fija”.
Pese a ese señalamiento, quien esto escribe, que no se caracteriza por ser osado, corre el riesgo de ser calificado de intrépido, porque se precisa diferenciar los refranes, sentencias y proverbios, que hasta en la Biblia aparecen, con modismos y locuciones como “Na e na” o “Darle a la lengua”, cuyo contenido es más ligero y su carácter más local.
Soto Jiménez se proclama dominicano de “pura cepa” para reivindicar su derecho a realizar este estudio, atinente a lo dominicano y a los dominicanos. Pero ¿quién puede cuestionar el conocimiento de la idiosincrasia dominicana que ostenta Soto Jiménez?
Su enfoque es dominicanista y la materia de estudio es la dominicanidad, particularizada en el habla coloquial, sin que interesen cuestiones fónicas o vicios de dicción, puesto que parte de una visión sociolingüística, lo cual incluye examinar las relaciones sociales a partir de la lengua.
En este caso, conocer y dar a conocer a los dominicanos a partir de lo que hablamos. En el Exordio que escribiera para este libro, Soto expresa lo siguiente: “Fuera del embrujo de la nostalgia y los dictámenes apremiantes de la historia, solo recojo aquí aquellos vocablos, frases, dichos y voces, algunos de cierta antigüedad y otros de origen relativamente reciente que se siguen usando inalterados o renovados en sí mismos, en su forma o su interpretación”.
El libro consta de 308 entradas o lemas, numerados y colocados en orden alfabético. Unos son pluriverbales (Abajo, pero pegao) y otras se componen de un solo vocablo (acoñado, sonso, tabaná).
Ya en el Exordio había aludido a los dominicanismos contenidos en el libro, con la advertencia de que “…no cifran su valor en la interpretación que le dan los diccionarios de nuestra lengua, sino en cómo los interpretamos nosotros los dominicanos y en ese sentido los mismos dichos como mantras son códigos que nos descifran y a los que respondemos casi siempre de forma ineludible”.
Este libro no es un diccionario ni el autor ha pretendido tal cosa, sino que a cada lema le sigue una explicación de perfil enciclopédico, que en algunos casos ocupa dos o más páginas del libro. Cada expresión es ubicada en el tiempo (reciente, antigua…) y también se le señala su procedencia (rural, urbana, barrial…).
De la tercera frase que se recoge y explica en el libro (Actuar con las espuelas puestas), me permito tomar un párrafo para ilustrar la información anterior: “Este decir campesino, muy cibaeño, de tierra adentro, es empleado casi siempre en la política vernácula y se usaba más durante las fatigas de la “guerra de antes”, cuando la era de los “generales de machete”, en la época de Concho Primo, llamada también de la “Montonera”, tiempo cuando las dos cosas, la política y la guerra, estaban indisolublemente unidas tal como una incitación o invitación a la acción impremeditada e inmediata”.
En lo que llevamos anotado hasta aquí, todo se ha orientado a mostrar que Soto Jiménez aborda la identidad dominicana a través de la palabra, pero no la palabra para componer textos literarios, sino la palabra que arrastra necesidades, apresuramientos para solventar carencias, incluidas las insuficiencias expresivas que obligan a valerse de la frase hecha a esos hombres a quienes los tropezones enseñan a levantar los pies.
Con el dicho cliché se recurre a un recurso con el que se intenta suplir la pobreza verbal y, peor aún, la falta de destreza para articular ideas coherentes que permitan una comunicación eficaz. La ley del menor esfuerzo inclina al hablante a preferir lo construido en vez de construir.
El autor parte también de una necesidad que él convierte en objetivo: comprender hechos y situaciones a partir del habla popular. Estudia formas de expresión idóneas para emitir juicios relativos al comportamiento humano y a fenómenos de la naturaleza.
Estamos ante una obra apta para contribuir eficazmente al conocimiento de los modos de ser y de sentir del pueblo dominicano, expresados a través de su palabra y de las actitudes que se manifiestan por medio de las frases fijas. La forma de hablar representa, sin dudas, un indicador oportuno para identificar a individuos y a grupos sociales. Lo que hay dentro de una persona y por igual los elementos que caracterizan a determinada sociedad, no tienen medios más idóneos para identificarse que el habla.
Más revelador de sus intimidades ha de ser, si el particular modo de expresarse de una comunidad incluye el empleo de refranes, adagios, sentencias, proverbios y máximas, así como frases, giros y locuciones cuyo valor semántico es de todos aceptado. Quizá esté escrito lo que he querido, solo falta agregar una idea: este libro rezuma dominicanidad.