La gran muralla de China… y la del vecino

La gran muralla de China… y la del vecino

Rafael Acevedo Pérez

Con frecuencia, la violación de la propiedad y el territorio del vecino ocurre por el patio trasero, pobremente alambrado. En las áreas residenciales de clase, los patios están protegidos por muros fortificados. En el Vaticano y en Buckingham tienen guardias que cuidan celosamente a altos dignatarios y grandes reliquias y tesoros.

La defensa y protección territorial es un hecho instintivo en todas las especies, aunque alguna organización con oscuros intereses globalistas pretenda llamarle fobia a este mecanismo de defensa.

La gran muralla de China, cuya construcción tuvo lugar hace alrededor de tres mil años, y cuya longitud es de más de 20 mil kilómetros, fue realizada para proteger el país chino de las constantes penetraciones y ataques de los mongoles y otras etnias vecinas.

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Los antiguos imperios construyeron murallas de todo tipo. En la Edad Media los muros de los burgos protegían los castillos y ciudadelas de los nobles, mientras en sus afueras se agrupaban venduteros y comerciantes, siendo estos advenedizos los que luego serían llamados, por una especie de ironía: “burgueses”. Aunque debe decirse que de esos comerciantes alrededor de los castillos fueron iniciadores del desarrollo industrial que tuvo lugar en Inglaterra, Alemania y Francia a mediados del siglo 18, con la invención de la máquina de vapor y la formación de una clase de emprendedores, mayormente protestantes, con ideas claras de ahorro e inversión, que -según Weber- tenían el progreso individual “como señal de que Dios los estaba favoreciendo”.

En nuestros barrios altos nadie, excepto ciertos colmadones, osan perturbar la paz de nuestras clases pudientes. Es a los pobres, en zonas rurales y barrios marginales donde el desorden, el ruido y la basura atormentan. Pero también, con frecuencia, la presencia de forasteros indocumentados, de quienes no se conoce nombre, familia, intención, religión ni procedencia; no hablan el idioma local y en ocasiones, machete en mano, atacan a residentes nacionales.

Mientras tanto, no se conoce el caso de una sola persona burguesa o clase media que alojaría en su jardín o patio trasero a una sola familia “prójima” de haitianos.

Uno de los cuadros más “curiosos” (de que otra manera llamarlo), es el de personas de clases medias que critican el derecho de países pobres y tercermundista por sus esfuerzos de cuidar su patrimonio territorial, cultural, histórico; y la estabilidad del precario crecimiento económico y social que a duras penas alcanzan. Exigiendo a países como el nuestro un liberalismo irresponsable en cuanto a la entrada de extraños indocumentados, haitianos, principalmente, bajo una actitud dudosamente cristiana en cuanto a su versión de amor al prójimo, especialmente, cuando no se trata de los prójimos próximos a ellos.

Estos “reclamantes” suelen ser miembros o “protegidos” de organismos globalistas que, apoyados siniestra y oscuramente en presupuestos de naciones poderosas, acogen intelectuales y gremialistas de dudosos orígenes, que optaron defender sus atribulados países desde púlpitos dorados, de esas fortalezas que son “los organismos”. Lo cual nada tendría de malo, excepto porque también asumen argumentos mendaces, en contubernio con la perversa agenda globalista.