Son muchos los psicólogos que sostienen que las emociones no son universales, sino que todas están socialmente construidas. Si bien las culturas producen variaciones muy grandes en el modo de interpretar afectivamente las situaciones, hay que tener en cuenta que son creaciones históricas sobre deseos y emociones primarias que han ido buscando soluciones en entornos muy diferentes.
Por: José Antonio Marina
Del estudio de la evolución de las culturas emerge un sistema de filosofía, pero también permite una nueva manera de hacer psicología. En 2010, tres reputados investigadores –Joe Henrich, Steven Heine y Ara Norenzayán– publicaron The Weirdest People in the World, un estudio donde jugaban con la palabra weird (extraño, en inglés) como acrónimo de white, educated, industrialized, rich and democratic (blanco, educado, económicamente desarrollado, rico y democrático).
Denunciaban así que la mayor parte de las investigaciones psicológicas se hacían sobre ese grupo de humanos (con frecuencia compuesto de estudiantes universitarios americanos), y que, por lo tanto, sus resultados no podían generalizarse a toda la humanidad. Es decir, lo que explicamos en nuestras universidades debería titularse Psicología WEIRD.
Unos años antes, R.E. Nisbett señalaba en The Geography of Thought las diferencias entre los estilos de pensar occidentales y orientales. Recientemente, Henrich ha retomado el tema y ha estudiado la manera en la que históricamente se ha ido configurando la inteligencia weird y el papel que han tenido las instituciones y la evolución cultural en la psicología actual.
Es evidente la relación de la teoría de Joe Henrich con la Ciencia de la evolución de las culturas: algunas de las características que atribuimos a la humanidad solo pueden asociarse a una parte de ella y a partir de un momento histórico determinado. Así, lo que denominamos ‘razón’ es un producto evolutivo, o sea, histórico.
Fue el gran descubrimiento de Vigotsky. Un ejemplo es la dificultad de pueblos arcaicos para manejar conceptos abstractos o para imaginar situaciones. Wertheimer describe el caso de un hombre de una tribu primitiva a quien se le había enseñado una lengua europea, pero que se negaba durante un ejercicio a traducir la frase «el hombre blanco mató seis osos» porque, según él, un blanco es incapaz de hacerlo y por lo tanto la expresión era imposible.
Sólo se puede expresar lo real (no nos burlemos de él; Parménides metió a la filosofía griega en un buen atolladero al decir que solo se puede pensar lo que existe). Thurnbald cuenta un caso parecido. Pidió a un miembro de una tribu arcaica que contara hasta cien. Como no sabía contar en abstracto, el hombre comenzó a contar cerdos, pero al llegar a sesenta se detuvo, «porque nadie puede poseer más de sesenta cerdos».
Alguna características que atribuimos a la humanidad solo pueden asociarse a una parte de ella; así, lo que denominamos ‘razón’ es un producto evolutivo.
Los sentimientos también están culturalmente influidos. Los celos, por ejemplo. Las parejas esquimales a menudo concertaban acuerdos con otras parejas y mantenían relaciones sexuales entrecruzadas, o consideraban un gesto de hospitalidad que un visitante durmiera con la mujer de quien le recibía.
En el Tíbet y en algunas regiones de la India, de Cachemira y de Nepal, una mujer puede estar casada con dos o más hermanos y todos ellos tienen acceso carnal a la misma esposa, sin que haya escenas de celos. Por otro lado, en algunas culturas, las esposas que comparten un marido se miran más como aliadas que como rivales.
Un investigador que trabajó con indios cheyen en Estados Unidos en las décadas de 1930 y 1940 contaba que un jefe que trataba de librarse de dos de sus tres esposas tuvo que enfrentarse a las tres, porque las mujeres le plantearon que, si echaba a dos, también tendría que renunciar a la tercera.
A veces, las normas sexuales se imponen por razones que posiblemente no son tenidas en cuenta por sus protagonistas. En todas las culturas, la madre necesita una pareja estable para poder cuidar de sus crías, pero, además de esa razón, algunos antropólogos han señalado que el matrimonio monógamo rebaja la agresividad del varón, que no tiene que estar permanentemente peleando por aumentar el harén.
Muchos psicólogos sostienen que no hay emociones universales, sino que todas son socialmente construidas. Es cierto que las culturas producen variaciones muy grandes en el modo de interpretar afectivamente las situaciones, pero hay que tener en cuenta que las culturas son creaciones históricas edificadas sobre deseos y emociones primarias que han ido buscando soluciones en entornos muy diferentes, y que es siguiendo esa historia como podemos llegar a comprenderlas. Esta es la razón por la que la Ciencia de la evolución de las culturas abre una importante línea de investigación psicológica.
ESTE ARTICULO TIENE COMO FUENTE LA REVISTA ETHIC, VERSIÓN INTERNET.