La historia detrás del señor Miyagi

La historia detrás del señor Miyagi

Con el estreno de Cobra Kai, la historia de Karate Kid, de sus personajes y de los actores que los encarnaron recobraron actualidad. Uno de los que fue recordado en este revival intenso fue el Señor Miyagi, gran personaje del cine de los ochenta. Y con él también la figura de Pat Morita, el actor norteamericano de origen japonés que lo interpretó.

Sus padres habían llegado a Estados Unidos, desde su Japón natal, en algún momento de la segunda década del Siglo XX. Noriyuki Morita nació en 1932. A los dos años se enfermó de gravedad. La Enfermedad de Pott, una tuberculosis espinal hizo que lo internaran. Debido a la gravedad de su mal y a la falta de tecnología médica de la época, permaneció más de ocho años en el hospital.

Los profesionales daban por sentado que ese niño, si lograba sobrevivir, ya no podría caminar. Pero a inicios de la década del cuarenta, un médico quiso probar una novedosa técnica quirúrgica, casi una última chance. La proeza médica produjo lo inesperado. El chico recuperó la movilidad y, después de un proceso de reeducación, aprendió a caminar. En esos años no pudo ir a la escuela, ni jugar con chicos de su edad, ni tener amigos. La salida del hospital, pese a lo esperada, no fue la más grata.

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A partir de ese momento sufrió otro tipo de aislamiento. Tal vez mucho peor. Cuando le dieron el alta del hospital, fue trasladado junto a su familia al River Gila War Relocation Center. Tiempo después, de ahí, todos los Morita fueron enviados al Tule Lake War Relocation Center. Lo de Centro de Relocación era un eufemismo para nombrar una de las respuestas de Roosevelt al ataque japonés a Pearl Harbor: un campo de concentración.

Durante la Segunda Guerra Mundial, alrededor de 120.000 personas de etnia japonesa, la mitad de los cuales habían nacido en Estados Unidos, fueron detenidos en diez de esos campos. El de Tule fue el más nutrido: su población llegó a ser de casi 19.000 personas. Y fue, también, el de condiciones más rígidas de detención. Mayor seguridad en su perímetro, más control interno, una disciplina rígida y peores condiciones de vida. Allí eran enviados los considerados más peligrosos, los líderes comunitarios, aquellos que podían elevar su voz y hacerse escuchar o influir en otros.

Pat Morita era Nisei, ciudadano norteamericano, nacido en ese suelo, pero hijo de japoneses. Luego de Pearl Harbor una serie de rumores comenzaron a circular. Que se estaba preparando un levantamiento de decena de miles de Niseis, que había batallones de espías diseminados por todo el país. Mientras los más extremistas presionaban al presidente para expulsar o encerrar a todos los ciudadanos de origen japonés sin importar siquiera si eran nativos norteamericanos o si hacía más de tres décadas que estaban en el país.

Tuvieron que (mal) vender sus pertenencias ya que solo podían trasladarse con un pequeño bolso como todo equipaje. Sus casas, negocios y tierras fueron ocupados. Al finalizar la guerra, al regresar a sus hogares, todo les había sido quitado. Los Morita y el resto de los japoneses debieron empezar de nuevo. Su crimen había sido tener los ojos rasgados.

La familia Morita volvió a instalarse en California. Montaron un restaurante de comida china. De a poco les empezó a ir bien pese a que el emprendimiento era algo extraño: “Unos japoneses pusimos un restaurante chino en un barrio negro al que concurrían filipinos, negros y personas de todas las minorías posibles”. El padre de Pat murió prematuramente. Y él y su madre siguieron adelante durante unos años con el proyecto. Allí Morita se inició como actor. Realizaba unas rutinas cómicas para entretener a sus comensales.

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Unos años después trabajó en oficinas como administrativo hasta que su vocación se impuso y probó una vez más como actor. No eran muchos los actores de origen asiático que lograban asentarse. Pero ese dato no lo desalentó. Empezó en un pequeño club nocturno de Sacramento haciendo Stand Up. Ya había adoptado Pat como nombre artístico.

Alguien le aconsejó que probara suerte en Los Ángeles. Hacia allí se dirigió. Sally Marr, la madre del mítico Lenny Bruce, fue su representante. De a poco se fue abriendo camino. Consiguió pequeños papeles en series televisivas. Su primer momento de notoriedad llegó cuando apareció con frecuencia en Mash. Unos años después tuvo presencia frecuente en un par de temporadas de Happy Days, la serie juvenil encabezada por Harry Winkler (Fonzy) y Ron Howard.

En 1976 llegó su gran oportunidad con la sitcom Mr. T and Tina. Ese Mr. T no tenía nada que ver con Mario Baracus. Era Taro Takahashi, un inventor japonés. Esta serie que debió ser levantada por bajo rating poco después de su estreno significó un hito; fue la primera en la que su personaje principal era alguien de origen asiático.

Después de ser dada de baja la serie, pareció que la buena estrella de Morita se había terminado, que no iba a poder aspirar a más que participaciones secundarias en proyectos menores. De hecho, así fue durante unos cuantos años, hasta que llegó la oportunidad inesperada de Karate Kid.

El primer candidato para interpretar al Señor Miyagi era la elección más obvia y segura posible, Toshiro Mifune. El actor japonés, el intérprete de los clásicos de Kurosawa y favorito de Hollywood. Los productores buscaban una cara conocida pero principalmente un actor dramático. Sabían que en ese maestro sereno, sabio e implacable residía gran parte del secreto y equilibrio de su historia. Y Mifune con sus guerreros, ronins, samurais y almirantes en medio de las peores disyuntivas bélicas, con su intensidad interpretativa podía brindarle tridimensionalidad al maestro. Pero entre su escasa fluidez con el inglés y que no veía el proyecto como algo más que un pasatiempo, Mifune decidió desechar el ofrecimiento. Había que buscar otro actor.

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Pat Morita fue al primer casting con muchas expectativas porque sabía que era uno de los muy pocos actores de origen oriental con un lugar en Hollywood. Luego de la prueba se mostró conforme y confiado. Lo que él no sabía es que los productores desistieron de contratarlo apenas lo vieron. Si el modelo buscado era Mifune y su prestigio, Morita se ubicaba en las antípodas. Era un comediante y ese prejuicio con el que llegaría el espectador, suponían, le quitaría verosimilitud al personaje.

El otro inconveniente era que a Morita, todo lo referido al karate le era ajeno. Su desconocimiento sobre el arte marcial era absoluto. Cuando le plantearon esta cuestión, el actor se ofendió, y con sentido común respondió: “Ustedes no necesitan un campeón mundial de karate. Sino un actor y eso es lo que soy yo desde hace décadas”. Años después afirmó que el no saber nada de karate y haber sido tan convincente como maestro de ese arte marcial indicaba cuáles eran sus dotes actorales.

El último obstáculo que debió superar fue su edad. Morita, aunque en la película parecieran más, solo tenía 53 años. Y lo que el estudio pretendía era un actor de mayor edad para que diera la imagen de sabio que el guion requería.

Los castings que realizaron los responsables del film no fueron fructíferos. Ante los sucesivos fracasos, llamaban a Morita para una prueba más. Pero en cada ocasión había algo que no los terminaba de conformar. El actor tuvo que superar cinco audiciones hasta ser finalmente el escogido.

El director John Avildsen, un veterano y sólido artesano, sabía que Morita podía rendirle. Que su pasado como actor de comedia y de stand up no serían un obstáculo. Avildsen ya había demostrado en Rocky que podía darle carnadura a una historia sin caer en lo solemne. Con Burguess Meredith, que había sido el Pingüino del Batman televisivo, había conseguido construir un convincente Mickey. Por lo que Morita le parecía ideal para llevar adelante al Señor Miyagi.

El modelo que los guionistas tenían en la cabeza al cincelar a Miyagi fue Fumio Demura, un karateca japonés. Demura se instaló en Estados Unidos a principios de los setenta, luego de una larga trayectoria en Japón. En Estados Unidos fue un gran difusor del karate, instaló varios gimnasios y escribió una decena de libros. No solo se inspiraron en él para construir al maestro sino que Demura cumplió varios roles en el film. Fue el que preparó a Morita, fue el consultor para las escenas de karate y también ofició de doble del actor en las escenas en las que debía vérselo en acción.

Para la película Morita incorporó su nombre de nacimiento al artístico por pedido de la producción, que quería reforzar su pertenencia oriental como si su fisonomía no fuera suficiente; un subrayado étnico. Así que en los créditos pareció como Pat Noriyuki Morita.

Karate Kid se convirtió en un gran éxito de taquilla y en un fenómeno cultural. Morita obtuvo nominaciones a varios premios como actor de reparto. Tuvo varias secuelas de las que también participó: Karate Kid II, Karate Kid III y El Nuevo Karate Kid, en la que la principiante es interpretada por Hillary Swank, futura doble ganadora del Oscar.

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Durante sus últimas décadas batalló no solo contra la falta de reconocimiento sino también contra el alcohol. Su adicción se convirtió en un serio problema que minó sus posibilidades profesionales.

Pat Morita murió hace quince años, el 24 de noviembre de 2005. Sus últimos años no fueron sencillos. Aunque siguió buscando replicar el éxito del que había gozado a mediados de los ochenta no pudo recuperarlo. Sus últimas apariciones estelares fueron en Mulan (las versiones animadas) en las que le dio voz al Emperador de China.

Sin importar cuántos años hayan pasado, ni cuántos vayan a pasar, siempre recordaremos a Daniel LaRusso escuchando, incorporando las enseñanzas, caseras, cotidianas y milenarias que le brindaba el Señor Miyagi interpretado por Pat Morita: “Lijar, pulir, encerar”; “Pintar la cerca, arriba, abajo”; “Pintar la casa, de lado a lado”.