La Iglesia Católica

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POR JESÚS DE LA ROSA
En el prólogo de su libro ¨ Hostos, el Sembrador ¨ el profesor Juan Bosch, refiriéndose al insigne maestro puertorriqueño, expresa lo siguiente: ¨ el hecho más importante de mi vida hasta poco antes de cumplir 29 años fue mi encuentro con Eugenio María de Hostos, que tenía entonces casi 35 años de muerto.

El encuentro se debió al azar, pues buscando trabajo lo hallé como supervisor del traslado a maquinilla de todos los originales de aquel maestro de excepción, que escribió desde un texto de Geografía para escolares del primer grado de la escuela primaria hasta un Tratado de Derecho Constitucional o uno de Moral Social, un estudio penetrante de la sicología de los personajes de Shakespeare en Hamlet o el análisis del carácter de Colón, todo eso mientras luchaba desde New York hasta Chile por la libertad de Cuba y de Puerto Rico o creaba en Santo Domingo la Escuela Normal y en su pequeña y bella tierra la Liga de los patriotas ¨

Continuamos citando a Juan Bosch: ¨ Eugenio María de Hostos, que llevaba 35 años sepultado en la tierra dominicana, apareció vivo ante mí a través de su obra, de sus cartas, de papeles que iban revelándome día tras día su intimidad; de manera que tuve la fortuna de vivir en la entraña misma de uno de los grandes de América, de ver cómo funcionaba su alma, de conocer en sus matices más personales el origen y el desarrollo de sus sentimientos. Hasta ese momento yo había vivido con una carga agobiante de deseos de ser útil a mi pueblo y a cualquier pueblo, sobre todo si era latinoamericano, pero para ser útil a un pueblo hay que tener condiciones especiales, ¿ y cómo podía saber yo cuáles eran ésas y cómo se las formaba uno mismo si no las había traído al mundo, y cómo las usaba si las había traído? La respuesta a todas esas preguntas, que a menudo me ahogaban en un mar de angustias, me la dio Eugenio María de Hostos 35 años después de haber muerto ¨

Esa devoción del profesor Juan Bosch por el patriota antillano tuvo que haber contribuido al hecho de que en la Constitución de 1963, en el capítulo dedicado a la instrucción pública, se contemplara el postulado hostosiano de la educación laica como fundamento doctrinario del quehacer docente en las escuelas del país.

La Constitución de 1963 garantizaba la libertad de enseñanza y proclamaba la ciencia como fundamento básico de la educación; le atribuía al Estado dominicano el exclusivo derecho de organizar, inspeccionar y vigilar el sistema escolar, en orden de procurar el cumplimiento de los fines sociales de la cultura y la mejor formación intelectual, moral y física de los educandos. Y por su trascendencia social, se consideraba el ejercicio docente como una función pública, a tiempo en que se señalaba que el Estado era el responsable de la elevación del nivel de vida de los maestros y de proporcionarles a éstos los medios necesarios para el perfeccionamiento de sus conocimientos, así como de la tutela y salvaguarda de su dignidad, de manera que pudiera consagrarse al ejercicio de su elevada misión, sin presiones económicas, morales, religiosas o públicas.

Esa concepción hostosiana del papel del Estado en la educación consagrada en la Constitución de 1963 se constituyó en un motivo permanente de fricción entre el gobierno del presidente Juan Bosch y la alta jerarquía de la Iglesia Católica Dominicana.

En los días en la Asamblea Constituyente se discutía el proyecto de Constitución sometido por el presidente Juan Bosch, los estudiantes de los colegios católicos de Santo Domingo protagonizaban a diario tumultuosas manifestaciones frente al edifico del Congreso Nacional en protesta por la inclusión de la enseñanza laica en nuestra Carta Magna. Señoritos y señoritas de la alta sociedad dominicana y estudiantes de los Colegio Dominicano De La Salle, del Santo Domingo, del Apostolado, del Sagrado Corazón de Jesús y de otros portaban pancartas con letreros alusivos a la protesta: ¡ Fuera el Comunismo Ateo y Disociador! ¡ Viva Cristo Rey ¡ ¡ Queremos a Dios en la Escuela!

El 25 de abril de 1963, cuatro días antes de que la Constitución del 63 fuera proclamada por la Asamblea Constituyente, la Conferencia del Episcopado Dominicano emitió una declaración oponiéndose a la entrada en vigencia de esa nueva Carta Magna porque, de acuerdo con el parecer de nuestros obispos, carecía de la universalidad necesaria para ser justa. Los obispos firmantes de ese documento estimaban que la sociedad dominicana estaba muy convulsionada y que esa situación podría desaparecer si ¨ animados los constituyentes de un alto espíritu de justicia revisaran nuevamente los artículos ambiguos y confusos o sometieran la Constitución a un referéndum popular ¨

Nuestros obispos consideraban que la Constitución de 1963 ¨ estaba privada de todo sentido espiritual, que retrocedía a las épocas en que la influencia demagógica había ahogado situaciones históricas concretas con principios llenos de errores y pasiones, y que desconocía los derechos de la iglesia al no consagrar las relaciones de ésta y el Estado fijadas en el Concordato¨

Se advierte la impronta de Hostos en la parte de la Constitución del 1963 que hace referencia a las relaciones económicas y sociales, siendo precisamente ésa la que más levantó polémicas y reparos entre los obispos y entre los sectores más retardatarios de la sociedad dominicana. En esa parte de la Constitución del 1963 quedaba consignado todo lo relativo a los derechos y deberes de los trabajadores; a la participación de los obreros en los beneficios de las empresas; a la propiedad como herramienta de progreso y de bienestar común; a la prohibición de los latifundios privados; al pago de plusvalía por parte de los propietarios de terreno que hayan aumentado de valor sin inversión de trabajo ni de capital privado; a la igualdad entre los cónyuges; a la disolución del matrimonio por el divorcio; a la prohibición de los oficiales del Estado Civil de hacer constar la calidad de hijo natural o legítimo en los certificados de nacimiento que expidan; a la libertad de creencia, conciencia y profesión de fe religiosa; y a otros asuntos relacionados con los derechos y deberes de los ciudadanos.

La madrugada del 25 de septiembre de 1963, coroneles y generales de la base aérea de San Isidro, liderados por el entonces coronel Elías Wessin y Wessin, derrocaron al gobierno constitucional del presidente Juan Bosch. Y de inmediato procedieron a declarar inexistente la Constitución del 1963, así como los actos realizados de acuerdo a ella.

En la Revolución Constitucionalista de 1965 fueron miles los dominicanos que murieron luchando por la puesta en vigencia de la Constitución de 1963 y por la vuelta al poder sin elecciones del depuesto presidente Bosch.

Los restos mortales de Eugenio María de Hostos reposaban en una tumba solitaria situada en el traspatio de la Escuela de la Juventud, dependencia del Arzobispado de Santo Domingo, donde una vez funcionó la Biblioteca del Ayuntamiento de la Capital. En ese lugar, nunca se celebró acto alguno en recordación del insigne maestro puertorriqueño.

Hasta mediado de la década de los años 70, la tumba de Hostos siempre estuvo bien cuidada. Antonia Pérez, una señora muy entrada en años que vivía por los alrededores, se ocupaba de mantenerla limpia. Las malas lenguas de Ciudad Nueva propagaban la especie de que la anciana había sido amante del patriota puertorriqueño y que producto de esa relación tuvo un hijo con Hostos. Lo cierto es que doña Antonia vivía con un sobrino llamado Eugenito. El autor de estas línea realizó esfuerzos por constatarlos; pero, fueron inútiles, ninguno de sus antiguos vecinos ha vuelto a saber de ellos.

En junio de 1985, por decreto del entonces Presidente Constitucional de la Republica, doctor Salvador Jorge Blanco, se dispuso el traslado de los restos mortales de Eugenio María de Hostos de su tumba localizada en el traspatio de la Escuela de la Juventud al Panteón Nacional. Una Comisión presidida por la secretaria de Educación Ivelisse Prats quedó encargada de la ejecución de ese edicto y de la organización de los actos que habrían de realizarse.

La decisión del Poder Ejecutivo de trasladar los restos mortales de Hostos al Panteón Nacional motivó serios encontronazos entre el Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo, Su Eminencia Reverendísima Monseñor Nicolás de Jesús López Rodríguez, por una parte, y el profesor Juan Bosch y los miembros de la Comisión de traslado por otra.

Era que los altos dignatarios de la Iglesia Católica preferían que los restos mortales de Hostos se mantuvieran en el patio del local de una de sus dependencias antes de que fueran llevados al Panteón Nacional.

Loa altos dignatarios de la Iglesia Católica consideraban que Eugenio María de Hostos no era merecedor de que sus restos mortales fueran llevados al Panteón Nacional.

Algunos religiosos alegaron que los restos mortales del maestro puertorriqueño no debían ser llevados al Panteón Nacional porque Eugenio María de Hostos no era dominicano sin reparar que José María Imbert, héroe de la Batalla del 30 de marzo, era francés y sus restos descansan en el Panteón Nacional; lo mismo ocurre con el Almirante Juan Bautista Maggiolo, ciudadano italiano, comandante de la primera flotilla nacional que luchó por la causa de la independencia; y con Antonio Salcedo, español, héroe de la guerra de la Independencia y de la Restauración y ex Presidente de la República.

El Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo le remitió una carta a la secretaria de Educación y presidente de la Comisión de los actos del traslado de los restos del insigne maestro puertorriqueño al Panteón Nacional, en la que le comunicaba a la educadora la oposición de la Iglesia Católica de que los huesos de Hostos fueran depositados en el Panteón Nacional.

Aunque el contenido de esa misiva fue dado a conocer por los medios de comunicación, ningún periódico la reprodujo in extenso.

Además, el Arzobispo Metropolitano de Santo Domingo expidió dos circulares dirigidas a los miembros del clero advirtiéndoles que debían abstenerse de participar en los actos conmemorativos del traslado de los restos de Eugenio Maria de Hostos al Panteón Nacional.

El profesor Juan Bosch no tardò en manifestar su indignación ante la oposición de la Iglesia Católica a que los restos mortales de Eugenio Maria de Hostos fueron trasladados al Panteón Nacional. Al efecto, Bosch expresó lo siguiente: La escuela de Hostos, su escuela ¨ sin Dios ¨ fue la obra creadora de resultados positivos para los dominicanos en tanto que la escuela ¨ con Dios ¨ sostenida por la Iglesia Católica ha sido y sigue siendo devastadora, una plaga aniquiladora de todo lo generoso y bueno que produjo Hostos.

Bosch se ocupó de señalarles a los obispos que entre los partidarios de la escuela hostosiana figuraban, entre otros, Emilo Prud Homme, los hermanos Francisco y Federico Henríquez y Carvajal, Salomè Ureña y sus hijos Pedro, Francisco, Max y Camila Henríquez Ureña. Esas declaraciones del fundador del Partido de la Liberación Dominicana aparecieron en el periódico El Nacional en su edición correspondiente al 27 de junio de 1985.

Previo al traslado de los restos mortales de Eugenio María de Hostos al Panteón Nacional, la Comisión organizadora del acto tenía programado celebrar un velatorio en la Capilla de la Tercera Orden de los Dominicos; pero por oposición de la Iglesia dicho velatorio tuvo que suspenderse.

El domingo 30 de junio de 1985, a las 9:00 AM, en ceremonia especial, el Gobierno de Concentración Nacional, del doctor Salvador Jorge Blanco trasladò al Panteón Nacional los restos mortales de Eugenio María de Hostos en ¨ reconocimiento de sus altos méritos como preclaro pensador, educador ejemplar de varias generaciones de dominicanos y fundador de la Escuela Normal, la primera escuela de maestros normales de la República ¨ Y como era de esperarse, ningún dignatario de la Iglesia Católica Dominicana asistió a ese acto.

A la hora de su muerte, a Eugenio María de Hostos le fueron negados los auxilios religiosos que él merecía mucho más que el generalísimo Francisco Franco ¨ Por la Gracias de Dios ¨ y que otros de la misma estirpe del dictador español, responsables de los asesinatos de miles de seres humanos.

¿Qué pecado cometió Eugenio María de Hostos para merecer tanto encono de parte del alto clero católico?

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