Por: Nicole Mateo Rodríguez
La victoria, escrita por la escritora dominicana Carmen Natalia Martínez Bonilla (mejor conocida como Carmen Natalia) narra la desdichada historia de una tragedia en la que se entremezclan temas como: el dilema vida o muerte, amor u odio y una pasión desbordante hacia el arte, que se convierte en el único fin de la existencia de un ser humano que vivía una vida desafortunada y entristecedora.
Sin imaginárselo, Pablo Morand entregó en bandeja de plata el amor que el destino le había concedido a través de su esposa Claudia, a su hermano Gerardo Morand, quien padecía una enfermedad terminal y a quien inicialmente se le decretó seis meses de vida, que de por sí ya sufría una profunda agonía provocada por la irreparable partida de una hermana de ellos dos (Pablo y Gerardo).
En vista de que Gerardo era escultor, su hermano Pablo, en un intento por aligerarle el sufrimiento ante su resistencia a la muerte, decidió ayudarle a crear su última obra de arte, para lo cual le prestó a su esposa Claudia, con el propósito de que fuese la modelo de la estatua que llevó por nombre La victoria y le encomendó la difícil tarea de sacrificarse en nombre del amor que esta le profesaba a Pablo, para convertir los últimos días de Gerardo en momentos felices, haciéndolo sentir querido y valorado.
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Así, Gerardo inició su empresa con la fuerza de un titán, con la fuerza de Sansón logró concluir la estatua e incluso se impuso a la muerte, pues contra todo obstáculo rebasó el plazo predeterminado y pudo vivir más tiempo de lo que todos pensaron, pero lo suyo fue una muerte lenta, una muerte espiritual causada por la desesperación, por el delirio de amor tardíamente forjado hacia su cuñada Claudia (aunque en principio estuvo disfrazado de desprecio).
Inicialmente, Claudia no le correspondía, pues su corazón solo le pertenecía a Pablo, pero luego de ver la frialdad e indiferencia con la que Pablo le exigía el sacrificio de “ser para Gerardo lo que él quisiera que ella fuera”, solo pudo saberse humana, débil y cautiva ante el loco arrebato de amor que sentía Gerardo hacia ella, entonces, su corazón dejó de pertenecerle a Pablo, le pertenecía a Gerardo y a su obra, la estatua que él moldeó inspirado en la figura de Claudia. Ya era imposible continuar, Gerardo murió entregándose por completo al arte, a su obra, su Victoria, mientras que el sentimiento que una vez existió entre Pablo y Claudia se esfumó por completo.