La existencia humana está desbordada de incertidumbres inherentes. Estas producen no solamente preocupación sino una carga de angustia, ansiedad y una variedad de efectos y respuestas emocionales, tanto a nivel individual como colectivo. Este estado donde desconocemos lo que va a ocurrir, ese miedo al cambio a veces resulta tan intolerable que llega a enfermar. Ya no se trata solo de las incertidumbres a las que ya nos habíamos acostumbrado como es el caso de la muerte. Todos sabemos que vamos a morir, pero nadie sabe cuándo ni bajo qué circunstancias. Todos queremos saber de dónde venimos y a dónde vamos cuando nuestro cuerpo físico cese su actividad. Este tipo de incertidumbre es enfrentada por muchos a través de la religión y la fe. Las incertidumbres no tienen fin y los grandes misterios nos acompañan. Juan Pablo II, en su encíclica Fides et Radio (Fe y razón), nos invita a filosofar y nos da esperanza al decirnos que “la verdad” se presenta inicialmente al hombre como un interrogante: ¿tiene sentido la vida? ¿hacia dónde se dirige?” (Juan Pablo, Cap.3:26). Podemos seguir mencionando muchos tipos de incertidumbre: cómo será nuestro futuro y el de nuestros hijos, las relaciones amorosas, la salud, en fin… La vida humana está enfrentada de lleno al estado de incertidumbre…
Pero el ser humano se adapta y procede a aceptar la realidad porque se da cuenta que no es posible tener el control absoluto de la existencia; entonces, decide educarse y buscar información que lo ayude a enfrentar lo desconocido; comparte sus inquietudes con otros seres buscando bajar la presión al compartir ideas en interesantes diálogos para no sentirse solo ni aislado en su cuestionar y su búsqueda. Incluso trata de vivir el aquí y el ahora para evitar la embestida del miedo a un futuro desconocido. Pero hoy el futuro se convierte en presente a una velocidad “exponencial” (muletilla de la cuarta revolución industrial). Parece correr a una velocidad jamás pensada. Compite con la velocidad de la luz. El reloj parece marcar las horas al ritmo de siempre. Seguimos viviendo bajo 24 horas, pero lo que ocurre a nuestro alrededor sucede de una manera tan veloz… las cosas cambian a tal velocidad que sentimos que un segundo equivale a un día, un año a una década, y un siglo a un eón. Una salida salvadora pudiera ser el que logremos una reestructuración cognitiva cuestionando no solo lo que nos rodea sino lo que llevamos dentro: nuestros pensamientos negativos o catastrofistas, pero también los hiperpositivistas frente a un mundo que parece caerse a pedazos.
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Estamos viviendo un cambio de era, de grandes y significativas transformaciones sociales, políticas o tecnológicas. Ejercidas de forma rápida y pluriestructural. Los estratos de poder (las élites del mundo, presentes en todas las épocas) pretenden realizar una trasformación cultural radical con cambios profundos en nuestros valores, creencias y principios e incluso en nuestras prácticas sociales. Estamos viviendo una época paradójica de renovación y destrucción activa, proceso de cambio constante, pero hipertrofiado a la enésima potencia. Vivimos en una época de cambios de paradigmas. No pensamos igual ni las creencias que guían la sociedad son las mismas. Nos están cambiando las reglas a mitad del juego. Estamos viviendo una época nueva e increíble, máquinas inteligentes, robots androides que retan nuestra constitución biológica y copian nuestra estructura neuronal. Máquinas creadas por el hombre para superar al hombre: los puros dicen que para mejorar al mundo; los impuros aluden que para acabar con todo.
¿Acaso de trata de la creación de una sociedad distópica y supercontrolada a través del lavado de cerebro, manipulación mental, control a través de los medios de propaganda masiva y las llamadas redes sociales?… Acaso se busca influir y cambiar radicalmente las creencias, valores y percepciones no solo de una región sino del mundo en su totalidad. Este tipo de acciones en el pasado solía ser sutil y psicológico, pero hoy es realizado descaradamente y sin remordimientos. Se trata de una reingeniería del pensamiento, diseño intencionado de estrategias para modificar creencias y actitudes. Condicionamiento mental de los jóvenes que son moldeados en sus respuestas y actitudes a cambio de prebendas: la fama insustancial a cambio de su alma. La implantación de ideologías y creencias en personas de baja escolaridad, vulnerables y de fácil sugestión.
Una de las incertidumbres que más nos afectan en este momento es la Inteligencia Artificial (IA). No se trata del ChatGPT y su uso literario, educacional, médico, entre otros usos positivos. Se trata de la IA general y su uso inapropiado o perjudicial. La IA usada para el mal. Como son los ataques cibernéticos, el uso de noticias falsas (para asuntos críticos de toma de decisiones de Estado), su uso en manipulación genética y creación de híbridos, su uso de soldados autónomos en guerra y muchos otros usos negativos que caen dentro de todo lo posible. Pero seamos sinceros: el hombre ha robado data e identidades antes de la IA. Bien sabemos que la mayor parte de la prensa es seria y objetiva, pero la prensa llamada amarilla ganó ese nombre porque realizaba un periodismo sensacionalista caracterizado por exagerar y distorsionar los acontecimientos para atraer la atención del público utilizando titulares llamativos y contenido exagerado e incluso ficticio. Incluso, antes de la IA se han hecho guerras mortales con armas biológicas, en fin… Cuando el hombre se dispone a hacer el mal, lo ha logrado en todas las épocas acabando con civilizaciones completas a pesar de no existir la IA.
Si lo antes dicho es cierto, estamos en la necesidad de seguir revisando al hombre y su naturaleza. ¿Es el hombre bueno o malo por naturaleza? Según John Locke los seres humanos nacen como una «tabla rasa» sin ideas innatas y sin tendencias morales específicas. La naturaleza humana se moldea a través de la experiencia y el entorno. La teología cristiana con su doctrina del pecado original sostiene que todos los seres humanos nacen con una inclinación inherente al pecado y necesita redimirse. Richard Dawkins propuso la idea del «gen egoísta», argumentando que los seres humanos pueden tener inclinaciones egoístas y malas debido a que los genes buscan su propia supervivencia y reproducción. Sin embargo, también argumenta que la evolución favorece el altruismo en ciertos contextos, ya que la cooperación puede ser beneficiosa para la supervivencia del grupo. El gran Jean-Jacques Rousseau, filósofo y escritor del siglo XVIII, sostenía que el hombre en su estado natural (es decir, antes de la formación de sociedades y Gobierno) era esencialmente bueno y moralmente puro. En «El contrato social», Rousseau argumenta que las instituciones sociales, la propiedad privada y la civilización habían corrompido a la humanidad, desviándola de su estado natural de bondad y libertad.
Actualmente, se está trabajando fuertemente en la inteligencia artificial autónoma también llamada Deep Learning [aprendizaje profundo]. Tiene la capacidad de aprender por sí sola. Es una forma de aprendizaje automático basada en redes neuronales artificiales que pueden aprender representaciones jerárquicas complejas a partir de grandes cantidades de datos, permite que las máquinas adquieran conocimiento y tomen decisiones de manera independiente a través de la exposición a datos y la retroalimentación del entorno.
Los seres humanos pueden mostrar comportamientos altruistas, prosociales y morales, así como también conductas egoístas o maliciosas, dependiendo del contexto, la cultura y las circunstancias individuales. Si se quiere que la Inteligencia Artificial sea como el ser humano, habrá que ver si por ser programada y entrenada por seres humanos tendrá sus propias características. ¿Acaso habrá buenos y malos robots como naturaleza robótica intrínseca o natural? De todas maneras, mientras sea el hombre que maneje y programe a la máquina podrá usarla tanto para el bien como para el mal.