Con este artículo inicio las entregas del mes noviembre; no así mis reflexiones sobre dos de las obras de Alfonso Múnera. Continúo en este Encuentro con el libro “El fracaso de la nación”, una obra fundamental para entender que las conformaciones nacionales en América Latina y el Caribe no fueron procesos lineales, unidos; sino que en su conformación ocurrieron serias contradicciones que trajeron como consecuencia profundas escisiones en la unidad, pero sobre todo en el SER NACIONAL, en la construcción de la identidad.
En este capítulo VI, el último del libro y titulado “Los artesanos y mulatos y la independencia de la República de Cartagena, 1810-1816”, es una evidencia incuestionable de lo que se afirmó en el párrafo anterior. Recuérdese, como se dijo en la entrega anterior, que las élites cartageneras habían acusado a las autoridades santafereñas de la crisis que vivía la región caribeña. “Dispuestos a romper con Santa Fe, como en efecto lo hicieron, los dirigentes criollos del puerto empezaron a cultivar desde ese momento el favor del pueblo. Introducir libremente harinas para abaratarle el pan a las clases populares empezó a ser una de sus consignas preferidas”.
Señala Múnera que fue muy fácil la llamada independencia, pues Cartagena había sido gobernada durante muchos años por el mariscal Antonio Zejudo, un hombre que había vivido en el lugar el tiempo suficiente como para familiarizarse con la dinámica social de allí, especialmente con las élites. Así, sigue diciendo el historiador colombiano y sobre todo, orgullosamente cartagenero, no fue difícil para los criollos poder convencer a los negros y mulatos, quienes en su mayoría dependían de las inversiones militares para su subsistencia. Estaba claro, afirma el autor, que a las motivaciones políticas de conquistar la autonomía de la ciudad se unía la sobrevivencia natural. El golpe contra el gobernador se produjo el 14 de junio de 1810. Participaron todos los sectores: las élites criollas y los sectores populares. No había intención, afirma Múnera convencido de provocar hechos sangrientos.
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Expulsado Montes de Cartagena, los nuevos dueños de la situación tomaron de inmediato dos medidas importantes. La primera fue la creación de los batallones de patriotas voluntarios de pardos y blancos; es decir mulatos y negros artesanos, y estaba dirigido por Pedro Romero. La segunda medida fue el establecimiento de la Junta Suprema de Gobierno de Cartagena el 14 de agosto. Dice Múnera que esta decisión fue una reacción al establecimiento de la Junta Suprema en Santa Fe el 20 de julio; “es decir, una manera de oponer un cuerpo soberano al creado en la Capital con pretensiones de gobernar las provincias. La creación de la Junta obedeció también a la necesidad de concentrar el poder en un nuevo organismo que, por su origen más democrático, propiciara la obediencia y la lealtad del pueblo.
Integrada inicialmente por los miembros del Cabildo, más seis miembros elegidos por los habitantes de Cartagena y cinco por los otros pueblos. La composición de la primera Junta reflejó, sin embargo, el dominio excluyente de las élites españolas y criollas. El 14 de junio el cabildo nombró, como gobernador encargado, en reemplazo de Francisco Montes, al coronel Blas de Soria, un viejo militar que había sido asistente de los dos gobernadores anteriores”.
Afirma Múnera que el equilibrio político en Cartagena era frágil, pues “al lado de una Junta que monopolizó el poder político a favor de las élites surgió un nuevo instrumento de poder, dotado de fuerza y dirigido por un mulato. A pesar de que la historiografía ha sido indiferente a este hecho, su significación es de primer orden. Por primera vez en la historia de la plaza fuerte de Cartagena un mulato de origen humilde era puesto al mando de unas fuerzas militares esenciales para la conservación del poder”. Era de esperarse que los mulatos armados comenzaran a actuar en contra de los españoles y de los criollos. Las naturales contradicciones entre sectores de diferentes razas y posiciones sociales. “Como siempre sucede en estos casos, ni las amenazas ni los decretos servirían para evitar la confrontación inevitable y violenta, no entre las élites españolas y criollas, sino entre las primeras y el pueblo”.
¿Cuál es el aprendizaje de esta singular historia? ¿Qué lecciones no quisieron aprender los historiadores colombianos, más aún, incluso los de América Latina? ¿Fueron los procesos nacionalistas unificados, o hubo profundas divisiones por razones de intereses, enfrentamientos raciales? ¿Fueron los procesos nacionalistas únicamente dominados por los criollos blancos? ¿Jugaron algún papel los negros y los mulatos? Al respecto Múnera reflexiona y nos dice:
- “Cartagena fue la única provincia del Caribe colombiano que en 1810 expulsó a las autoridades españolas y estableció de hecho su independencia del Gobierno metropolitano”.
- “En otras palabras, cerradas por España la posibilidad de cualquier tipo de negociación en términos de una mayor igualdad política para las colonias, el discurso de los criollos no tenía más alternativa que la independencia. Lo fundamental ahora para esta élite era lograrla de una manera pacífica, sin provocar mayores alteraciones en el comportamiento social de las masas…”
Después de estas aseveraciones, se preguntaba Múnera, ¿cómo logró unificarse Colombia y tener un solo Estado-nación en 1831? Nótese que se produce después de 21 años de conflictos. Su respuesta es simple: por la fuerza. El ejército estaba en manos de las élites andinas y pudieron imponer su Gobierno e inventar una nación colombiana a base de guerra. “Porque la guerra, además de su función profundamente aniquiladora, fue el mejor instrumento para que las masas de campesinos de tierra fría, convertidos en soldados descubrieran y empezaran a sentir como suyo el mundo del Caribe; y viceversa, para que los costeños aprendieran a sentir como suyo aquel otro lado de la patria”.
Es la frase final del libro y del capítulo lo que nos pone a reflexionar, cuando Múnera asegura con nostalgia y tristeza que el “proyecto de construir la nación sigue siendo todavía una realidad inconclusa, atravesada por toda clase de conflictos culturales. Lo mucho o lo poco que se ha avanzado en ese camino no ha sido solo el resultado de la “comunidad imaginada de las élites”, sino del encuentro conflictivo y muchas veces caótico de distintos proyectos en los cuales los subordinados han jugado un papel, aunque ignorado, decisivo”. (p.223). Para reflexionar. Seguimos con Múnera y su otro libro: “Olvidos y Ficciones”.
1 Alfonso Múnera (1998). EI fracaso de la nación. Región, clase y raza en el Caribe colombiano (1717-1821). Banco de la República-El Áncora Editores.